'Trials and Tribulations'

The Last of Us: Part II se anunció en la PlayStation Experience de diciembre de 2016. No lo jugamos en 2017; el título, de hecho, apenas había comenzado la etapa de captura de movimientos por entonces. Tampoco en 2018. Y tal y como pasó desapercibido durante la gran parte de los doce meses que compusieron 2019, finalmente tampoco hará acto de presencia – al menos – en esta primera mitad de 2020; ni el 20 de febrero, ni el 29 de mayo, encontrándose su nueva fecha de estreno aún por determinar. Y con esta, serán tres las citas marcadas en el calendario; tres los ingentes costes de marketing que tendrá que asumir la distribuidora a regañadientes (para nada anecdóticos, por mucho que hayamos llegado a normalizar todo esto de los retrasos), y tres las veces que toca ilusionarse por un producto tan mitificado socioculturalmente como deshumanizado. Pero otra de tantas que, pese a la incansable búsqueda de una redención, no encontraremos más que despojos de lo que algún día fue un equipo con un mero sentido de valor humano.

Soy de esos que quieren que The Last of Us: Part II salga ya; no por disfrutarlo, pues tan siquiera creo poder hacerlo en lo que resta de 2020, sino por escribir un punto y final punto y aparte en las vidas de aquellos programadores y diseñadores que, tras cargar con todo el peso del capitalismo más sádico en sus hombros, actualmente difícilmente encontrarán descanso hasta que – como mínimo – el título llegue a nuestras tiendas. Y poco importa que el juego esté prácticamente acabado, en su fase gold, o que vayan a disponer de un indeterminado tiempo extra con el que pulir el producto aún más si es que es posible – si bien no deberían hacerlo, dadas las circunstancias tan sumamente adversas en las que, como sociedad, nos hayamos, las cuales ineludiblemente tienen y tendrán graves repercusiones en todo lo que implique un proceso creativo -. No obstante, y como de costumbre, cada vez es menos probable que un servidor se acabe saliendo con la suya; ante los aparentemente insuficientes retrasos mal gestionados por parte de la productora, hoy Sony retiró las fichas tanto de la producción de Naughty Dog como de Iron Man VR de su PlayStation Store. Las reservas digitales, por ende, se cancelan, y por la que probablemente sea la primera vez en la historia cercana de la compañía, los usuarios que accedieron a las mismas serán reembolsados íntegramente durante los próximos días. Misma suerte para las copias físicas, que ahora en Amazon ponen la vista en la fecha presumiblemente temporal del 31 de diciembre de 2020.

Mientras tanto, la fecha de lanzamiento de PlayStation 5, aunque sin día concreto, permanece en el horizonte tangible; perenne, inamovible. Llegará a finales de año, dicen. Y la rueda del marketing, adoptando un rol más cercano a la consecuencia que a la causa, sigue girando; toda la fortuna familiar empleada en insuflar un muy necesario pero muy poco merecido hype de cara al estreno de un sistema que nadie había pedido. Gatillos adaptativos, retroalimentación háptica y más LEDs que nunca en un mando DualSense que supone toda una declaración de intenciones: revolucionario y extravagante por fuera, pero costumbrista en su interior. Máquinas con forma de ‘V’. Nada parece funcionar mediáticamente, y es hora de mover hilos desde dentro. Que The Last of Us: Part II se haya postergado, quizás, con tal de acentuar las expectativas de la compañía en el último tercio del año parece probable; que vaya a saltar de generación, tal y como muchos apuntan en redes, me parece personalmente imposible. Sin embargo, hay algo claro en todo este conglomerado de confusiones, devoluciones y retrasos; en esta caída libre de la empresa que únicamente podrá frenar la creatividad de sus nuevas first parties, y es que Sony, tras haberse dado cuenta – tarde – de lo errático de sus últimos movimientos (y por ‘últimos’ me refiero a aquellos que lleva gestionando desde 2013), está al fin tratando de hacer algo al respecto. Y quizás fuese justo eso lo que muchos pedíamos y esperábamos, pues quizás estemos ante el resurgir de un titán mucho más preparado de lo que a priori podría parecer para la tediosa – y socialmente inexistente, a estas alturas – guerra de consolas que, me temo, se perpetuará con el alunizaje de nuevas generaciones. Pero ahora, en retrospectiva y consciencia, no sé si debería alegrarme.