Pokémon siempre nos trae buenos juegos y a muchos nos basta con eso, pero las últimas entregas ponen de manifiesto un elefante en la habitación que cada vez es más difícil de ignorar

Como era de esperar, Pokémon Espada y Escudo han sido dos de los juegos más exitosos del año para Nintendo y The Pokémon Company. Seis millones de copias en su primera semana, estableciendo un nuevo récord como los títulos de Switch que más rápido se han vendido nada más salir al mercado. No hay nada de lo que extrañarse siendo la franquicia que es, pero en este caso concreto se resaltan una serie de implicaciones que, para mí como jugador habitual de la misma, se me hacen algo incómodas.

Llegados a este punto, imagino que cualquier persona que esté leyendo esto estará al tanto de la controversia. Por primera vez en la saga no están todas las criaturas existentes en los juegos, y la comunidad se ha alzado en armas para criticar que, incluso con esa carga de trabajo liberada para el equipo, el aspecto técnico de los juegos es bastante pobre. Durante meses se ha debatido largo y tendido sobre las condiciones laborales de Game Freak y de lo difícil que, imagino, debe ser innovar cuando tu estudio saca prácticamente un juego al año. Nada de eso ha detenido las protestas, que se han recrudecido más y más conforme se acercaba la fecha de salida, rodeando a Pokémon Espada y Escudo de un aura de negatividad en la que es difícil dejar de pensar.

Poco más que añadir al susodicho debate, la verdad. Se ha desfigurado tanto que lo único que se escuchan son un puñado de voces furibundas que hacen lo que sea por llevar la razón en todo momento; discursos de odio gratuito que ofrecen una triste imagen de la industria en la que los consumidores se creen con derecho a despreciar el trabajo ajeno con tal de satisfacer sus ansias de ocio. En ningún momento he apoyado esta clase de boicots, pero como le leí a Diego Pazos en un tweet, en el fondo de todo esto hay una cuestión de la que merece la pena hablar, fuera de tribalismos. Una de las mayores consignas contra la obra de Game Freak es que si sigue generando millonadas con cada entrega, poco van a hacer por intentar arriesgarse y llevarla a nuevas cotas, y hay cierta razón ahí. Por eso digo que es un tanto incómodo ver que han arrasado en el mercado, incluso después de todo el barullo.

Pokémon Espada (la versión que he jugado) me ha parecido un muy buen juego. Casi todo el mundo coincide en eso. Es difícil que la fórmula salga mal a estas alturas; es buena tal y como es, y está más que claro que en The Pokémon Company no quieren arreglar lo que no está roto.

Sin embargo, mi experiencia jugándolo ha sido una completa montaña rusa.

En ocasiones, me sentía feliz por estar disfrutando de un nuevo Pokémon y maravillándome con el carisma de las nuevas criaturas; en otras, me sorprendía admitiendo muy a mi pesar que, en el fondo, muchas de las críticas son bien merecidas. Pero no quería pensar en ello. Admito que Pokémon es capaz de sacar mi lado más acrítico y conformista. He asumido que nunca voy a esperar de estos juegos la siguiente obra maestra que me haga replantearme mis convicciones sobre el medio a nivel cultural. Tan solo busco que me hagan desconectar. Son mi FIFA particular, en el sentido de que los conozco tan bien que jugarlos es sinónimo de sentirme como en casa. Pocas obras consiguen ese efecto, y creo que es un valor importante y respetable, pero también un arma de doble filo. Los conozco tan bien que sé dónde fallan y por qué.

Podría estar más párrafos de la cuenta hablando de esos mismos por qués. De cómo se ha sacrificado contenido y ciertas filosofías de diseño para favorecer unas novedades que se agradecen por la dirección en la que apuntan, pero que en este preciso instante son poco más que anecdóticas, seguramente por falta de tiempo durante el desarrollo. Pokémon Espada y Escudo son juegos que casi podrían haber salido en 3DS, pero no se trata de los errores que cometan o de las oportunidades perdidas, sino de cómo durante toda mi partida he intentado acallar las voces de mi cabeza que no paraban de decirme que no era suficiente con estar pasándomelo bien.

Pokémon no solo está inevitablemente ligada a un factor nostálgico: es su principal arma.

Entiendo que para muchos de nosotros son algo más que unos juegos con montones de monstruitos adorables y cierta profundidad competitiva; es una entidad que asociamos a algunos de nuestros mejores recuerdos. Estar en contra de Pokémon es como estar en contra de mi niñez, en cierto modo, y de ahí nace esa incomodidad. Al enfrentarme a mi propia capacidad crítica es cuando llega el golpe de realidad: estos juegos no son los amigos de la infancia que yo pensaba, son un producto de consumo multimillonario, y mi nostalgia otorga beneficios a señores trajeados cuyos cargos se escriben con siglas.

No pretendo descubrirle el mundo a nadie diciendo esto. Estoy al tanto de que cualquiera es perfectamente consciente, pero es una realidad inevitable que Pokémon no está hecha para nadie en concreto. Hay cambios y decisiones que no me agradan debido a mis experiencias con los anteriores títulos, pero también es cierto que, de esas seis millones de personas que han comprado Espada y Escudo en la primera semana, habrá muchas que no hayan tocado un juego de Pokémon en su vida, o hace años que no juegan. Si yo o cualquiera de los que tenemos ciertas quejas se las comentamos, lo más probable es que les dé completamente igual porque se lo están pasando bien jugando. Nos dirán que les dejemos en paz, y con razón.

The Pokémon Company ha erigido su imperio en base a un icono reconocible por todo el mundo. Pikachu es un fenómeno mundial que no juega en la misma liga que el resto de IPs de otras compañías, y precisamente por eso, diría que sienten que no tienen por qué atenerse a las mismas reglas. Pero eso no exime a la franquicia de una crítica que, a pesar de todo, considero cada vez más necesaria. Como dije antes, fuera de las muchedumbres con antorchas hay un debate a tener en cuenta, y al jugar a las últimas entregas es cuando he sentido que es más acuciante.

Aunque mi niño interior siempre estará contento con la perspectiva de formar un equipo Pokémon y vivir aventuras, sé que ya no basta solamente con meter una nueva región, un puñado de bichos nuevos, y un guion mediocre (con un par de puntos brillantes, eso sí). Es cierto que en las últimas generaciones es cuando más se ha hecho por innovar, pero si antes premiábamos el mero intento era porque comprendíamos que el hardware de una consola portátil no daba para más. El salto a sobremesa ha servido para destapar una dura realidad: Pokémon tiene que salir casi cada año y es imposible para un estudio de perfil bajo como Game Freak reinventar la saga a un nivel decisivo en ese contexto. Especialmente si cualquier nueva entrega es sinónimo de batir récords de ventas, porque pase lo que pase, a todos nos gusta Pokémon.

Pokemon-personaje-chico-hyperhype

Espada y Escudo traen algunas novedades prometedoras, pero se quedan a medio camino. El Área Silvestre no es ese mundo vivo y fascinante que parecía en los tráilers, sino una forma más de farmear Pokémon con buenas características. Las Incursiones Dinamax tres cuartos de lo mismo: no hay atisbo de estrategia cooperativa, más allá de que todos seleccionen la criatura adecuada y aporreen el mismo ataque supereficaz una y otra vez hasta que el enemigo caiga y podamos atraparlo. Se agradece el cambio de tercio porque la premisa de ambas cosas es genial, y nada me gustaría más que fueran lo que merecen ser, pero llevamos ya muchas entregas “de transición”, y esta parece que no se acaba nunca. A todo esto, hay que añadir que la linealidad en el transcurso de la aventura es cada vez más grave.

Sé que ya estoy pivotando sobre las mismas ideas, pero el caso es que, si para muchos de nosotros “ya han pasado” tres años desde Sol y Luna, para Game Freak y The Pokémon Company “solo han pasado” tres años. Por un lado, entiendo que el avance de Pokémon se cocina a fuego lento y que salir de su zona de confort no es fácil; por otro, también intuyo que no tienen por qué darse ninguna prisa en hacerlo mientras siga siendo una de las franquicias más exitosas de toda la cultura popular.

En medio de todo estoy yo, forzándome a no pensar en ello porque llevo sin parar de jugar a Pokémon Espada desde que lo compré el día de salida, y la verdad es que de momento no me apetece hacer otra cosa. Ya quisieran otros juegos de bastante renombre tener el carisma y el magnetismo de estos bichos que pelean por turnos. Al mismo tiempo, no dejo de sentirme incómodo, de nuevo, por disfrutar y conformarme con algo que está por debajo de lo que esperaba, solo porque le tengo cariño. Sí, el capitalismo también capitaliza la nostalgia, valga la redundancia. Pokémon es capitalismo y, al mismo tiempo, mi infancia.

No sé a dónde pretendía llegar con todo esto, pero supongo que necesitaba expresarlo de alguna forma. Hoy se me han escapado tres Pokémon Gigamax y estoy algo frustrado, perdonadme.