Verano sobre ruedas

El verano es una época curiosa. En parte, como otros tantos elementos de nuestra vida, la nostalgia pega fuerte.

Ya acabó, pero aunque sigue haciendo bastante calor donde vivo, se empieza a notar fresco; el aire otoñal invita a pasear, pero dentro de no mucho iremos abrigados y echaremos de menos el tiempo soleado y las ganas de hacer cosas fuera. Ansío el frío y poder abrigarme un poco, pero el aura veraniega es, como decía, un espíritu nostálgico que te transporta fácilmente a una época en la que esos meses eran realmente vacaciones y los días eran infinitos.

Messhof, creadores del mítico Nidhogg (que, quizás, algunos recordéis por numerosos vídeos en internet de la época de su lanzamiento), vienen a proponernos Wheel World, una aventura relajada, aunque la velocidad esté muy presente. En ella encarnamos a un ciclista que debe recorrer las diferentes regiones derrotando a los líderes de ciertos clanes de corredores. ¿El motivo? Recuperar las piezas legendarias de la bicicleta-espíritu que pilotamos. Todo muy normal, sí.

Wheel World nos mete de lleno en el aura veraniega mediterránea. Si títulos como Shin Chan: Nevado en Carbónpolis o Shin chan: Mi verano con el profesor — La semana infinita son capaces de transportarnos a la infancia más pura este sentido, Alba: A Wildlife Adventure hizo lo propio con los niños de aquí. Son títulos cuya estética y ritmo evocan otros lugares fácilmente, más aún si añorar os produce esa sensación reconfortante. En Wheel World, ese aura y estética están presentes desde el primer vistazo a la paleta de colores y a los caminos que recorremos.

En la zona inicial vemos cómo conseguir “Rep” es relativamente sencillo: solo hay que ganar carreras. Si completamos ciertos desafíos durante estas competiciones iremos consiguiendo más Rep que si simplemente nos limitamos a ganar, por lo que recomiendo encarecidamente ir completando todo lo posible desde el inicio. En los compases finales no hará falta mucha Rep para que acepten competir contra nosotros, así que llevar una buena base facilita el trabajo.

Conforme avanzamos iremos descubriendo lugares aquí y allá donde hay piezas de la bici listas para nosotros. También podemos comprarlas, pero lo cierto es que no he sentido la necesidad de adquirir prácticamente ninguna a lo largo de la aventura. Este es, a mi juicio, el aspecto más débil de Wheel World: la personalización. Sí, tenemos una gran variedad de aspectos, cada uno de ellos de un conjunto determinado, lo que nos da una ventana enorme de estilos. Sin embargo, no se sienten cambios especialmente significativos. Cambian algo las estadísticas, pero el grueso de las carreras podremos ganarlas sin muchos problemas en la mayor parte del juego. Hay cambio, sí, pero no es una mecánica que cambie por completo la forma de afrontar las carreras. Con una bici que, en un principio, está pensada para carretera, podemos competir campo a través y posiblemente ganemos aprovechando bien el turbo.

Precisamente, ese turbo es la mecánica que nos da pie a ganarlo todo. Obtenemos turbo a base de realizar algunas acciones “molonas”. La mayoría de veces será a base de rebufos, intentando pegarnos bien a los demás corredores para adelantarlos cuando tengamos el turbo bien cargado. Por ello, pese a tener multitud de piezas dispersas por el mapa, centrarnos en obtener las piezas legendarias que obtenemos de los “jefazos” de cada región es más que suficiente. Bueno, en la primera zona si es extremadamente recomendable apañar la bici con lo que encontremos, que está hecha un desastre.

El gamefeel es divertido. La bici se maneja de forma agradable, pero a las 2-3 horas de juego las carreras se hacen, quizás, algo repetitivas, solo aliviándose gracias al cambio de escenarios. Si sumamos a esto que, como decía, no tenemos que comernos demasiado la cabeza para superarlas, no hay mucho desafío aquí. No tiene que haberlo, claro está, pero uno no puede evitar pensar en tener que utilizar marchas para la bici o alguna mecánica similar para que hubiese más “inputs” por parte del usuario. Algo que, al menos, permitiera que la “liemos” durante una competición por no optimizar nuestro ciclismo.

A pesar de no plantearse como simulador, alguna idea más del estilo le hubiese venido bien para que su formato excesivamente “arcade” no choque demasiado con un intento de implementar un sistema de gestión de piezas que no termina de funcionar del todo. Intentar complementar sistemas no sería del todo mala idea.

Y bueno, como es lógico, Wheel World no es solo su jugabilidad. De hecho, las sensaciones de rodar con la bici en una estética veraniega son, para mí, su punto fuerte. Sin embargo, su narración no es especialmente destacable ni rompedora, más allá del concepto de un espíritu-calavera que posee la bici que pilotamos. El fondo es… interesante, pero no termina de cuajar como algo especialmente llamativo. Es una pena, porque una premisa que recuerdo similar fue Sable, si bien aquel título sí que planteaba unas sensaciones que, al final, calaban muy hondo si estabas abierto a ello. Aquel viaje sí apostaba por hablar de la vida, de las relaciones interpersonales y de la otredad, de encontrarse a uno mismo y entender lo ajeno. Wheel World, por desgracia, acaba centrándose en ser un paseo en bici.

Rodar por carreteras del mediterráneo

Teniendo en cuenta que los tramos finales sí exigen al jugador un ritmo que no ha exigido en ningún momento el resto del juego, siento que Wheel World necesita mimo. Es un título disfrutable y, como aventuraban las palabras que introducían este texto, hasta nostálgico. Pero la nostalgia no lo es todo y aunque esa “vibe” mediterránea puede impulsar mucho una experiencia como esta, no consigue despegar del todo.

Al menos, no sin dar la sensación de que un botón de “turbo mágico” no es gratificante a la larga, tanto dentro como fuera del juego.


Esta crítica se ha realizado con una copia digital a través del servicio Xbox Game Pass.