De cuando la aventura nos apasionaba
Ya empieza marzo. Poco a poco, el clima invernal va alejándose y empezamos a vislumbrar trazas de una primavera que, aunque para algunos nos supone cierto tormento cargado de polen, es la antesala a un verano que siempre suele implicar cambio. Se antoja lejano aún, pero comienza a apetecer nuevamente romper la rutina con algo especial. Esto es desastroso para muchos cuando se realiza a largo plazo, pero si conseguimos la fuerza de voluntad suficiente para generar patrones que no caigan en la procrastinación, puede ser una época de sanación. Esta procrastinación no es negativa per se, aunque el problema viene cuando queremos hacer cosas que nos gustan y no podemos porque caemos en espiral. El verano suele presentarse como una ruptura con esa rutina que, aunque solo implique unos días, nos aporta ese toque nostálgico que conecta con aquel momento en que todo el tiempo disponible suponía vacaciones y nuestra mente descansaba siempre que quería.
De descansar la mente a través de obras saben bastante los japoneses. No en vano, un subgénero del slice of life presente en su literatura (y, en consecuencia, en el anime y los videojuegos) es el iyashikei. Este concepto viene a englobar aquellos proyectos que tienen como aspiración sanar a su público. En una sociedad como la japonesa, tan “exigente” de cara a la vida laboral y a la supervivencia económica, parece lógico que se busque la paz en las pequeñas cosas. Esta sanación busca lo contemplativo, la tranquilidad y la calma que, por ejemplo, proporciona una obra como Yuru Camp en la que un grupo de chicas se va de acampada sin más pretensiones. Como decía, el verano es una estación perfecta para generar una serie de emociones asociadas a todo esto. Por tanto, no es de extrañar que Millennium Kitchen, creadores de Attack of the Friday Monsters, apostaran nuevamente por el momento perfecto para mezclar infancia, vacaciones y tranquilidad. Eso sí, esta vez de la mano de un personaje que, por marcar la infancia de muchos aquí en España, queremos y apreciamos. Nació así Shin chan: Mi verano con el profesor — La semana infinita.
Shinnosuke y el resto de la familia Nohara (perro incluido) se van de viaje a Asso, un pueblito que se encuentra en la otra punta de Japón donde vive una amiga de Misae (la madre de Shin chan, por si no estáis muy puestos). La idea es pasar una semana de vacaciones, olvidándose de la exigente presteza de la zona metropolitana de Tokyo, donde se encuentra Kasukabe (de nuevo, por si no os acordáis, donde vive Shin chan). Así, pronto nos encontramos en un pueblito del Japón rural que, si sois al menos la mitad de otakus que yo, os entrará por los ojos nada más verlo. Esto es curioso. No hemos vivido la infancia en el verano japonés, pero hemos disfrutado tanto de las ficciones que la representan que ahora resultan espacios seguros. Así, un anciano con un ventilador en el porche de su casa en pleno verano mientras las cigarras suenan no es una estampa que nos resulte ajena. Aunque bueno, aquí en Andalucía esa imagen es bastante común para todos.
¿Imagináis las premisas de las películas de Shin chan mezcladas con el estilo de Millennium Kitchen? Bueno, eso es exactamente lo que pretendían con este juego. Como acostumbra el universo de este particular personaje, el carácter sobrenatural se mezcla con el día a día del pequeño Shinnosuke. Esta vez, un científico con grandes y viles aspiraciones le regala una cámara que parece transformar las fotografías en dibujos. De aquí en adelante, Shin chan se dedica a hacer una serie de actividades, siempre registrando en su diario personal estas ilustraciones que representan cada evento. Estas actividades son diversas, así que tendremos el diario repleto de recuerdos acerca de conversaciones, capturas de insectos, peces y hasta dinosaurios. Estos últimos tienen que ver con el profesor y sus, por lo que parece, planes de dominio internacional, aunque cualquiera diría que son bastante apacibles, así que al bueno de Shin chan no le afectan demasiado en su día a día.
Precisamente esta rutina es el punto más flojo del título. Si bien utilizar el diario antes de dormir sirve para recapitular, veremos que mucho de lo que hacemos se centra en hacer decenas de capturas de insectos o peces, así como recolecta de plantas por doquier, todo con el único objetivo de entregarlo a sus demandantes a cambio de una paga. Al no ser mecánicas jugables especialmente llamativas (pescar, por ejemplo, consiste en darle a un solo botón cuando el pez pica), todos los días nos vemos abocados a una rutina de recolectar y capturar donde, de vez en cuando, interactuamos con otros personajes para hacer algo más interesante. Y no tendría problemas con estas actividades si no tuviéramos límite de tiempo, pero los días pasan rápido y estaremos obligados a irnos a dormir pronto.
Me gusta el verano por esa romantización infantil que hacemos del mismo. Una nostalgia que acompaña esta clase de títulos, más allá del espíritu aventurero. No consiste tanto en emocionarse por la aventura, sino por añorar aquel tiempo en que la aventura nos apasionaba. Algo similar ocurría con Alba: A Wildlife Adventure, al que dediqué unas palabras hace algunos años. Sin embargo, en la obra de Ustwo Games se nos planteaba una interacción más cuidada con el ambiente, teniendo que fotografiar nosotros de forma activa a la fauna, así como pasear e investigar por aquí y por allá. Shin chan, por su parte, tiene mucho que hacer y muy poco tiempo en el día. Esto, en mi opinión, rompe un poco el espíritu iyashikei del que hace gala, dejando el relax en un segundo plano. El pobre Shinnosuke no se libra del capitalismo ni en el remoto Asso, teniendo que hacer de recadero para sacar algo de dinero con el que comprar galletas y sus preciados aperitivos de curry, sin los cuales caería exhausto a mitad del día. Que Shin chan es una bomba constante es algo que los amigos se esforzaron en transmitirnos a través de la serie original y de sus películas. Él es un no parar, bastante más aventajado que el resto de los mortales que somos propensos a hacer las cosas de una en una.
Existiendo títulos a día de hoy como Lil Gator o A Short Hike, la propuesta de juego “infantil” donde disfrutar del tiempo libre tiene un listón bastante alto. Los minijuegos de los que es partícipe Shin chan son interesantes, como una batalla de dinosaurios con base de piedra, papel y tijeras. Sin embargo, donde aquellos juegos nos planteaban pequeñas distracciones, Shin chan tiende más a tomárselas como tareas. Por otro lado, la mecánica del diario es interesante, pero pisa las ideas de la mecánica del periódico, con el que Shinnosuke colabora durante su estancia. Quizás hubiese sido más interesante limitarse a esta última, ejerciendo de reportero en el tranquilo Asso donde pasan pocas cosas y cualquier novedad es automáticamente noticiosa. Eso sí, sorprendentemente Shin chan cobrará dinero real por su trabajo y no solo le premiarán con exposición en redes sociales, así que ya cobra más que muchos periodistas de videojuegos.
Shin chan: Mi verano con el profesor — La semana infinita es un juego interesante con una franquicia muy querida a sus espaldas. Visualmente sigue la estela de los juegos de Millennium Kitchen, así que tenemos por delante una estética que entra por los ojos y que cualquier fan de la cultura japonesa sabrá apreciar. Sin embargo, ni la paleontología ni las rupturas espacio-temporales (todo al más puro estilo Shin chan) libran al título de importantes piedras en el camino. La propia narración encaja extrañamente con la jugabilidad, que parece prestarse a pasar los días vagueando por ahí de forma contemplativa como se presupone de manos de un iyashikei en el que pasar las vacaciones de verano. El conjunto queda, pues, algo más simplón de lo que pudiéramos desear, con una fórmula que no termina de casar las ideas de Kaz Ayabe y su equipo con el pequeño chaval de Kasukabe. Por suerte, Natsu-Mon! 20th Century Summer Vacation se encuentra en desarrollo de cara a este verano. Así que habrá que prepararse para escuchar nuevamente el sonido de las cigarras y vivir nuevamente el verano japonés.