Grinda para comerte la luna
Que sí, que la filosofía está muy bien, pero ya te digo yo que Platón se rayó tanto con la caverna porque no tenía un jodido skate con el que hacer un kickflip para salir de ahí. Si no me crees, Sam Eng ha creado un título para demostrarte que estás tremendamente equivocado.
A la hora de hacer un título de skate hay dos rutas principales: están los Tony Hawk, conocidos por sus números estratosféricos a la hora de hacer un combo gracias al fuerte componente arcade. Por el ala dura de la simulación tenemos actualmente a Session, haciendo gala de pequeños gaps que repetir una y otra vez para clavarlos sin maniobras exageradas y centrado en el realismo. En el término medio (más o menos, no me crucifiquéis los puristas) están los Skate de EA, que juegan algo más con las “físicas” que Tony Hawk pero que permiten dar varias volteretas y aquí no ha pasado nada. Pues bien, Skate Story ha decidido abrir la vía que aún seguía cerrada: hacer skate hasta arriba de alucinógenos. Un acierto, si me preguntáis.

Dejando las bromas a un lado, Skate Story ha sido una experiencia gratamente interesante. Llevábamos mucho tiempo siguiéndole la pista, pero los retrasos han sido protagonistas a la hora de permitirnos rodar por sus deformadas callejuelas. La historia nos propone avanzar a través de los diferentes niveles del inframundo como un demonio de cristal que, por qué no, quiere zamparse la luna. La trama está subdividida en capítulos, cada uno para un nivel y una luna (claro que hay varias, qué esperabas) y mientras avanzamos iremos aprendiendo trucos para que todo vaya… sobre ruedas (lo siento, si el juego hace chistes así todo el rato yo estoy en mi derecho).
En cada capítulo hay alguna sección de velocidad donde tendremos que tener cuidado de no comernos ningún bordillo con el que explotar en mil trozos (lo de demonio de cristal no era metafórico). También hay secciones abiertas, con diálogos dispersos entre varios NPCs que nos permitirán completar tareas para avanzar. Algunas son simplemente secundarias y no hay demasiadas, pero nos facilitarán la obtención de rédito económico en forma de almas para costearnos los tuneos molones que queramos hacerle a nuestra tabla. Ponerle pegatinas a diestro y siniestro es bastante divertido porque técnicamente no podemos quitarlas y eso te da un skate único, tuyo y de nadie más. Tu compañero en este descenso infernal.
Compañero y arma, nuestro skate nos servirá para combinar trucos unos con otros y, al final de un buen combo, clavarlo para hacer mucho daño a un jefazo. Sí, a los jefes se les mata molando. Para que el jefe alucine con tu habilidad debes combinar al menos 4 o 5 trucos, no harás mucho con trucos simples, por lo que ir aprendiendo y dominando los tiempos de cada uno es más necesario de lo que pudiese parecer en un principio. Además, no será fácil hacerlos “bien”, pues tendremos que soltar el botón en los momentos correctos y elegir qué combinar para no arruinar la secuencia con trucos repetidos. Por suerte, a nada que llevemos un par de horitas de juego habrá cosas que tendremos bastante interiorizadas y tendremos la sensación de fluir. Clavar un grind con un truco cualquiera de entrada y otro de salida mientras que tenemos la banda sonora de Blood Cultures a todo volumen y la cámara se tambalea como mecedora coja es otro nivel de trascendencia audiovisual.
Podéis intuirlo por lo dicho hasta ahora, pero no miento si reafirmo que Skate Story es un juego sensorial que juega con la acumulación de estímulos. Pero no estímulos como la apuesta de otros proyectos que abrazan este deporte para hacer de él una tienda de compra de skins donde invadir tu mirada con precios y descuentos. Estímulos más bien oníricos, extravagantes, donde perseguir a un conejo fantasmal que conoce bien el inframundo viene seguido de tener que eliminar un obstáculo haciendo un manual (el caballito con la tabla de skate, para los profanos) y otro haciendo un flip trick donde rotemos 180 grados, todo bajo la atenta mirada de unos ojos etéreos (que nos gritan que eso que hacemos es el pecado de los pecados) y el beneplácito (bajo contrato) del mismísimo Diablo.
Si hay algo que se puede afirmar del título de Sam Eng es que tiene carácter. No imaginaba encontrarme con poesía intercalada con sesiones de skate, así como no me imaginaba tendiendo a secar la colada del mismo Diablo mientras esqueletos fantasmales se gastan bromas entre sí y el bordillo que iba a grindar se mueve porque tiene patitas. Los entornos imposibles que propone han acabado siendo lugares memorables que atesorar al terminar en nuestra memoria, así como las plazas míticas de aquellos títulos de Tony Hawk que nos sabemos al dedillo. Solo tenemos que dejarnos llevar y disfrutar del flow.
El ollie todo lo puede, el ollie todo lo supera
Skate Story es difícilmente descriptible, como podéis comprobar dada la vaga explicación que os propongo en estos párrafos. En cierto modo, está bien así. Contaros más implicaría difuminar una experiencia ya de por sí retorcida (para bien) en lo estético y en lo narrativo, además de gratificante en lo jugable. Afirmaba Víctor Martínez en su análisis de Anait que “es como si Jodorowsky se diera la mano con Tony Hawk”. Para mí se asemeja más a una conversación a las 2 a.m. con tu colega el que dice que un canutillo al día le mantiene vivo. Aunque, ahora que lo pienso, creo que viene a ser lo mismo.
Esta crítica ha sido realizada con una copia para Steam cedida por Cosmocover.





