De fuego y sangre

Bermellón, caoba, carmesí. Burdeos, cereza, sangre de buey. Cobre, teja, escarlata. Las tonalidades y formas conocidas en las que puede manifestarse el rojo superan el centenar, pero existe una variedad del mismo a la que irremediablemente hemos de referirnos para hablar de este color: no hablamos del magenta, ese rojo casi fucsia también llamado rojo primario, sino del rojo fuego. En este mundo, en nuestra sociedad, primero fue el fuego y después vino lo demás. Algo parecido podría decirse que sucedió con el rojo y el resto de colores, y es que este fue el primer color al que el hombre bautizó – no es por tanto baladí que en nuestro idioma también nos refiramos al rojo como colorado, o que cuando las mejillas de una persona adquieren esta tonalidad digamos que le hemos sacado los colores. Al igual que el fuego suele situarse a la cabeza de los cuatro elementos, – sobre el agua, la tierra y el aire – así también el rojo se coloca un peldaño por encima del resto de colores del espectro. El rojo es pues, de algún modo, el más importante de todos los colores.

Cuando nos enfrentamos a una experiencia cromática, el rojo suele ser el primer color que genera en nosotros algún tipo de sensación o respuesta. Cuando nos enfrentamos al rojo en solitario, rápidamente nos abruma, irrita, enoja o excita. Como seres emocionales, nos exponemos al color igual que a cualquier otra experiencia sensorial. A la hora de sentir el rojo, hay dos elementos presentes en la naturaleza y en nosotros mismos, que determinan esta experiencia: el fuego, del que ya hemos hablado, y la sangre. Estos dos conceptos son imprescindibles para comprender el impacto del fuego en nuestro subconsciente, pues encierran una simbología de polos tan opuestos como afines. Así, también el rojo despierta en nosotros emociones a priori opuestas pero que, sin embargo, están más cerca entre ellas de lo que creemos.

Puesto que constituyen dos experiencias elementales primigenias, es lógico que ambos el fuego y la sangre hayan servido de icono, signo y símbolo en obras artísticas de toda índole y medio, desde la pintura hasta el cine y el teatro. El ámbito del videojuego no es una excepción. Basta un vistazo rápido para descubrir, en primera instancia, un sinfín de obras que se valen de los cuatro elementos para fundamentar su universo y sistema de combate, especialmente entre los títulos encuadrados bajo la categorización de juegos de rol o rpg. Al igual que los otros tres elementos básicos, el fuego ha servido de inspiración para la concepción de miles de bestias, demonios y otras criaturas, para cuyo diseño el rojo – y otros colores afines a este, como el naranja – ha sido indispensable. Es muy común que el aspecto de estas criaturas remita al de seres demoníacos, con garras y cuernos, tal y como aparecen en nuestras pesadillas (es el caso de las múltiples encarnaciones de Ifrit a lo largo de la saga Final Fantasy (Square Enix); también de Ganon y su trifuerza del poder en la saga The Legend of Zelda, si bien tal vez en este caso habríamos de remitirnos al significado que adquiere el rojo como emblema del poder y la nobleza). Frente al azul del cielo, el rojo y el fuego son heraldos del infierno, o al menos eso nos ha inculcado el cristianismo, regente de la moral que opera sobre nosotros y emisor de tantas quimeras que moran en el imaginario colectivo. Esto nos conduce hasta la primera de las acepciones del rojo: el mal y el peligro. En un terreno en el que acostumbramos a encarnar al héroe que salva al mundo, a lo largo de los años el rojo se ha venido utilizando para encarnar al enemigo, frente al uso del azul para dar vida al bien y a las fuerzas afines. Esto ha derivado incluso en el uso de un lenguaje de color, utilizado por ejemplo, para diferenciar al bando aliado, azul, del bando rival, rojo, en los videojuegos multijugador. Así, el rojo es el color del mal por antonomasia, ligándolo también por extensión a sentimientos de peligro o alerta, motivo por el que es habitual que se aplique en momentos de creciente tensión y/o clímax.

También del fuego se deriva otro de los significados psicológicos que pueden rastrearse en el rojo. El fuego es un vehículo de purgación y transformación. Como el fénix, el ave de leyenda también intrínsecamente ligada a este elemento, a lo largo de la historia del cine, la literatura y los videojuegos, infinidad de personajes – y personas – han metamorfoseado, han renunciado a sus caracteres y personalidades originales para desintegrarse en otros diferentes, generalmente a través del trauma, la locura o el dolor; en definitiva, se trata una especie de metabolé, una muerte y una resurrección (que casi siempre, por el contexto en el que tiene lugar, suele adquirir connotaciones negativas). Por tanto no es baladí el uso de este color en momentos de transformación interior, de mutación espiritual, de destrucción de valores. Prueba de esto es el uso que hace de este color, por ejemplo, Hideo Kojima en su obra incompleta Metal Gear Solid V: The Phantom Pain (Konami, 2015),durante la conversión de Venom Snake en Demon Snake, tras ser el jugador testigo de los devastadores eventos que conducen a ese momento.

Por otra parte, y si bien hasta ahora hemos hablado del rojo en sus acepciones más negativas y perversas, como ya se ha mencionado en líneas anteriores este es un color de contradicciones, al menos a simple vista. Y es que, así como sugiere odio también sugiere amor, así como sugiere deseo sugiere violencia. Emociones que entendemos por opuestas pero que, sin embargo, procesamos de forma muy similar. ¿Acaso no sentimos un impulso inconsciente de aplastar con todas nuestras fuerzas ese algo o alguien que queremos cuando el amor nos desborda? Sea como sea, el rojo es el color de toda pasión, sea positiva o negativa. Quizá por ello podríamos afirmar que es el color más intenso de todos, lo que justifica su recurrente uso en ambientes más íntimos y/o sexuales; tanto el fuego como la sangre caliente son ambos símbolos de vigorosidad e ímpetu carnal. Del mismo modo, por tratarse de un color cálido, es también común su uso para la construcción de atmósferas de carácter hogareño o cercano. El rojo es protagonista en las paletas de colores que componen los ambientes de juegos como Firewatch (Campo Santo, 2016) o Journey (thatgamecompany, 2012).

Para finalizar, no podemos dejar a un lado la confección de personajes a efectos visuales y estéticos. En este sentido, se antoja necesario establecer una diferenciación entre un rojo masculino y un rojo femenino figurados, pues el color rojo no se aplicaba de forma indistinta ni con las mismas intenciones a ambos géneros. Podríamos definir ese rojo masculino como un símbolo del valor, el vigor, la fogosidad o la rebeldía. Es el rojo de los carteles de las películas western, que promovían la figura del hombre americano, y que en el videojuego podemos encontrar, si buscamos un símil cercano, en la mayoría del material promocional de Red Dead Redemption II (Rockstar Games, 2018). El inconfundible Mario de la serie Super Mario Bros. y Dante de Devil May Cry también abrazan uno o más de estos ideales, a su manera.

Por su parte, y aunque con crecientes excepciones, por regla general el rojo se ha aplicado históricamente a la mujer con una finalidad diferente. Si bien afortunadamente poco a poco avanzamos hacia una industria (y un mundo) más sana e inclusiva, en un sector que durante décadas se ha focalizado en contentar a un público que erróneamente se presumía eminentemente masculino, el uso del rojo se ha vertido con otros fines sobre el sexo femenino. La mujer está atada al rojo y al pecado desde el principio de los días, pues roja era la manzana, el fruto prohibido mediante el cual Eva condenó, según la biblia, a toda la humanidad. El carmín de labios rojo ha sido también un elemento eternamente ligado a la feminidad. Aunque esos elementos del rojo masculino – ímpetu, rebeldía, valor… – también resuenan en los personajes femeninos, intencionadamente ha existido una tendencia a potenciar los valores estrictamente relacionados con la concepción más arcaica de la figura de la mujer. Quizás Ada Wong, de Resident Evil aúne a la perfección los valores del rojo en su mítico atuendo carmesí: sensualidad y letalidad. En el caso de Amelie, de Death Stranding (Kojima Productions, 2019), sin embargo, son la feminidad y el peligro los conceptos que se mezclan, por la amenaza latente que esta representa sin que el jugador sea consciente de ello.

El colorado se alza pues como una pieza fundamental en la composición de una narrativa visual, estética y plástica potente, capaz de atravesar al espectador – jugador, y sirviendo de llave a sus pasiones más profundas, sus miedos más asfixiantes y sus deseos más tórridos.