Cozy y gato para un buen rato
Los juegos sobre deambular por ahí siempre tienen algo especial. Little Kitty, Big City podría ser uno más, pero entiende muy bien lo que es un patio de recreo y lo que es jugar por el mero hecho de divertirnos. Y es que a menudo jugamos con objetivos claros en mente, ya sea completar la historia o apostar por el 100% de un título, hacer una no-hit o lo que se os pueda ocurrir. Pero los videojuegos se convierten normalmente en una sucesión de tareas que van dando pequeños logros y con los que caer en un ciclo de productividad. Es una especie de forma de recompensar la interacción y ojo, hay títulos muy buenos para ello, véase los de automatización como Factorio o cualquier título con planteamiento de gestión. Pero ya hemos hablado más de una vez de cómo el cozy abraza el trabajar con una lista de tareas por delante porque, al final, nos mola eso de ir completando cositas.
En Little Kitty, Big City también tenemos tareas, sí. Pero es uno de los títulos que, como decía, creo que ha entendido bien que esas tareas deben ser curiosas, algo graciosete de hacer y, por supuesto, completamente opcionales. Como ya hizo A Short Hike en su momento, Little Kitty, Big City también viene con una propuesta en la que podemos ignorar todo lo secundario y acabar “rápido” si nos centramos en conseguir los elementos que nos dan la energía indispensable para trepar al lugar de destino. Sable también hizo lo propio a su manera, aunque planteó un viaje de descubrimiento personal que, a mi juicio, podía calar bien hondo en el jugador. Incluso Wheel World, del que hemos hablado recientemente tiene una premisa similar en el desarrollo de su aventura, o Lil Gator Game, que también proponía jugar de forma distendida.
Pero volviendo al título que nos atañe, en Little Kitty, Big City controlamos a un gato, como habréis podido imaginar al ver alguna captura que acompaña estos párrafos (o si el título no os ha pillado con el inglés activado, qué se yo. El juego comienza cayendo desde lo alto de un edificio residencial cuando echábabamos una plácida siesta. Pero no os preocupéis, el aterrizaje ha sido medianamente profesional para este pequeño michi, así que simplemente hemos caído en el barrio de abajo, que era prácticamente un mundo sin explorar. Al fin y al cabo somos un gato casero. Se acabó el ser espectadores, toca aventurarse en la gran ciudad (o, al menos, nuestro barrio más cercano, que ya es extremadamente grande para alguien de nuestro tamaño que nunca sale).
Volver a casa no es tarea sencilla. Un cuervo, con el que hemos trasteado en nuestro descenso digno de las olimpiadas, nos echará una mano, aunque a cambio de objetos brillantes; los cuervos no trabajan gratis, eso todo el mundo lo sabe. En el proceso de buscar la forma de escalar ese pedazo de edificio descomunal del que venimos debemos explorar todos los detalles que veamos (ya les vale a los humanos con eso de construir tan alto). Habrá que charlar con el resto de animales de la zona, además de escalar todo lo escalable y tirar al suelo todo lo tirable. Al fin y al cabo somos un gato, los gatos hacen esas cosas ¿no?
Los numerosos animales con los que nos encontremos tendrán multitud de tareas para nosotros. Pero lo bueno es que ¡son divertidas! Cada uno es más excéntrico que el anterior y todo a nuestro alrededor puede ser un pequeño juego si nos fijamos bien, así que no faltarán cosas que hacer mientras buscamos la forma de volver a casa. Hay pájaros dispersos de los que obtener sus plumas (sin herirlos en el proceso), patos perdidos con un padre cuya responsabilidad está en entredicho, un topo que utiliza viajes interdimensionales, un camaleón con el que jugar al escondite… etcétera. Pero, además, habrá cosas que hacer a modo de pequeños desafíos, como meter balones en las porterías que veamos, por poner un ejemplo. Todo acaba teniendo recompensa, siendo la mayoría de ellas un sombrerito temático que ponerle a nuestro querido michi. Por si su cuteness no fuese suficiente.

Como la siesta es un deporte de élite, buscar los mejores huecos para echarnos un rato es la responsabilidad de un gato deportista. Un gato que está descubriendo que también es bastante bueno fastidiando un poco a los humanos viandantes (sobre todo a los que no pagan el famoso impuesto de “acaricia al gato”). ¡Ah! Y no podemos olvidarnos de las alturas. Las calles están repletas de cosas, pero los tejados también. Hay mucho que buscar a más de 5 metros del suelo, así que aprovechemos nuestra movilidad felina. Llevamos muchos años buscando juegos con los que poder sentir esa agilidad. Donde Stray hizo un trabajo excelente al darnos a un michi ágil y veloz, el protagonista de Little Kitty, Big City es más “pausado”, con controles más calculados, como el salto que requiere apuntar, pero se sigue sintiendo ágil y la movilidad gatuna está presente.
Que no quede una sola maceta en pie
Pese a que podamos terminar pronto la aventura en la gran ciudad, escalar el edificio de vuelta a casa habiendo interactuado con todos los personajes nos recompensará con nuevas conversaciones entrañables. Y es que nuestro protagonista es, a falta de una definición mejor, entrañable. Es, a todas luces, bastante inocente y no tiene mucha idea del mundo exterior que solo oteaba desde la comodidad de su alféizar. Estar calentito en su cama es lo que mejor se le da y todas estas actividades son, simplemente, nuevos juegos con los que experimentar. Y, como él, todos los animales con los que nos encontramos tienen una curiosa forma de ver la ciudad y a sus habitantes.
Al final, les toca convivir con los humanos y tienen una visión tocada por la nuestra, aunque no tengan muy claro lo que significan las cosas a las que referencian, claro. Disfrutad de vuestro paseo por la ciudad e intentad hacer amigos por ahí.
Esta crítica se ha realizado con una copia digital a través del servicio Xbox Game Pass.




