A bicho y bestia le otorgaste un mundo nunca visto

Desde que empecé a jugar a videojuegos siendo un crío con mi ya mítica PlayStation 1, he ido creando en mi cabeza una especie de listado de todos esos títulos que me han marcado. Aquellos que, gracias al disfrute que consiguieron proporcionarme, se han ganado un pequeño hueco dentro de mi vida. Juegos que, incluso pasados los años, siempre acabo recordando y volviendo a ellos para revivir esas experiencias que me hicieron amar este pequeño gran mundillo como lo hago ahora con 23 años. Sin embargo, me es curioso también pensar que la mayoría de los títulos de esta lista imaginaria suelen estar ligados a ciertos momentos de mi niñez, y hay realmente pocos lanzamientos actuales que hayan conseguido colarse en ella.

Quiero decir, durante la generación de PlayStation 4 y Xbox One he tenido la suerte de disfrutar de muchísimos videojuegos, pero me es inevitable darme cuenta de que parte de esa magia se ha perdido, y que tiempos pasados siempre serán mejores. Aunque quizás es algo más relacionado con la propia nostalgia, creo que hay muy pocos videojuegos hoy en día a los que puedo llegar a catalogar como “especiales”. Hablo, sobretodo, de los productos Triple A, los cuales han llegado a un punto en el que la inmensa mayoría no son más de un precioso botijo con muchísimos adornos, pero que en el interior todos contienen la misma agua que llevamos bebiendo durante los últimos diez años. Por suerte, vivimos en una de las épocas más brillantes para el territorio de videojuegos independientes, y es aquí donde tenemos más probabilidades de encontrar una de esas joyas ocultas que pueden colarse de verdad en nuestro recuerdo. Hoy vengo a hablaros de una de ellas.

Hace un par de años, bicheando por redes, me encontré con un videojuego que me llamó muchísimo la atención. Y digo bicheando porque éste se ambientaba en un universo prácticamente post apocalíptico protagonizado por unos insectos. En ese momento simplemente vi una imagen, pero era una realmente preciosa, con un diseño de escenarios tan envidiable que no parecía obra de un equipo de desarrollo pequeño. Obviamente empecé a mirar algún vídeo en YouTube, y me encandiló tanto que decidí comprarlo para darle una oportunidad. Ese juego fue creado por un equipo llamado Team Cherry y tenía como título Hollow Knight. Iba sin ningún tipo de expectativa, pero pasadas unas semanas después de haber llegado por primera vez a Hallownest, ya le había echado más de 50 horas y lo había completado al 100%.

Para todo aquel que esté leyendo esto y sea completamente ajeno al juego, la obra de Team Cherry es una aventura metroidvania en 2D, en la que tendremos que avanzar por diferentes zonas, derrotar enemigos y jefes, conseguir nuevas habilidades y descubrir el misterio que rodea a Hallownest. Sin entrar en ningún tipo de spoilers, a pesar de su aparente estética más desenfadada, Hollow Knight cuenta una historia dura, llena de sacrificios, momentos difíciles y con un regusto a Lordran y la obra de Hidetaka Miyazaki que podemos empezar a vislumbrar durante los primeros minutos de juego. Al igual que Dark Souls, Hollow Knight tiene una narrativa sutil, que vamos descubriendo a medida que avanzamos por escenarios, dialogamos con diferentes personajes y encajamos las piezas del puzle que encontramos en las profundidades de Bocasucia. Porque si en algo destaca este pequeño gran videojuego es en su ambientación, en cómo su mundo interconectado por zonas no para de darnos información sobre el gran reino que antaño se elevaba por las ruinas que hoy recorremos.

Uno lleno de peligros, en el que tendremos que acompañar a nuestro pequeño protagonista en su aventura por estos extraños parajes. Pero, por suerte y a pesar de que hablamos de un juego realmente exigente, contamos con una jugabilidad tan fina y bien hilada que da gusto combatir contra enemigos temibles y hacer uso de las plataformas. Porque aquí está otro de los grandes aciertos de Team Cherry con Hollow Knight. Nos encontramos con un videojuego que, consciente de su naturaleza metroidvania, necesita ser extremadamente preciso en los controles, y es algo que consigue de forma sobresaliente. De nuevo, es inevitable hablar de Dark Souls en este sentido, ya que las influencias son claras, pero este juego destila en todo momento ese aroma a desafío exigente pero justo y satisfactorio para el jugador, con un diseño de niveles que nada tiene que envidiar a cualquier referente de este género.

Hollow Knight consigue captar en todo momento la más pura esencia metroidvania, pero llevándola a su propio terreno, perfeccionándola hasta llegar al límite. Y lo mismo hace con Dark Souls. Coge todo lo que hizo grande a la obra de From Software y la hace suya, dotándola de una personalidad  magistral, regalándonos por el camino una de los mundos mejor construidos que nos han dado los videojuegos durante los últimos años.

Quizás es por esa mezcla de buenas decisiones que tiene continuamente, por esa ambientación tan original y maravillosa a partes iguales, o por esa jugabilidad que en la vida va a envejecer mal. La verdad es que no sé por qué es, quizás la suma de todo, pero Hollow Knight ha sido uno de esos pocos juegos actuales que recuerdo con muchísimo cariño, uno de esos a los que siempre me gusta volver y que, a base de aguijonazos, se ha ganado a pulso un sitio privilegiado dentro de esa lista imaginaria de juego inolvidables para mí. Una obra maestra muy difícil de superar en el futuro que, bajo mi punto de vista, nadie al que le guste los videojuegos se puede perder bajo ningún concepto. Uno de esos lanzamientos que marcan época.