Un jaque mate a la economía del mercado (y a nuestro bolsillo)

Cuando A Way Out, la archiconocida obra de carácter cooperativo del equipo de Josef Fares (Hazelight Studios; también padres de Brothers: A Tale of Two Sons), llegó a nuestras tiendas aquel 23 de marzo de 2018, muchos jugadores quedamos gratamente sorprendidos no solo por el buen uso de sus mecánicas multijugador, sino también por el entusiasmo con el que estás parecían querer exhibirse, poniendo todos los componentes de la acción a nuestro alcance para que, como usuarios, disfrutásemos de la mejor experiencia posible. Distribuida por Electronic Arts, la propuesta, de sinceros ideales, pudo presumir de contar con ideas a la altura de sus intenciones, y nos regaló características memorables como el ‘Buddy Pass’, un acceso limitado en forma de demo que permitía a un amigo unirse online a nuestra partida para completar junto a nosotros la aventura de inicio a fin, sin tan siquiera tener la necesidad de pasar por caja.

Puede que A Way Out no fuese la primera aventura que sacase pecho de una iniciativa similar, pero sí que fue una de las pocas que, por su propio concepto, ayudó a visibilizar la presencia de las mismas, como en el día de hoy bien lo puede ser Wolfenstein: Youngblood, la nueva secuela de la saga de MachineGames que, situada 19 años después de la revolución norteamericana contra las fuerzas nazis vista en The New Colossus, hace un claro énfasis en el juego en equipo. Bien es cierto que dicho pase únicamente se encuentra disponible como parte de su edición Deluxe, así como que el segundo jugador, como bien tenemos a estas alturas normalizado, siempre queda eximido de la agradable carga que para muchos puede suponer la labor de recolectar trofeos o logros. Más allá de ello, no obstante, se trata de una forma tremenda de reventar el mercado a base del mejor marketing: aquel que beneficia al consumidor.

A poco que queramos quitarnos la venda de los ojos, queda claro que las intenciones de Bethesda – como productora y distribuidora – no es regalarnos por la cara una copia de su última producción, fruto de años de trabajo empleados en un desarrollo multimillonario. Si algo busca la empresa de Maryland, como es obvio, es llamar nuestra atención; hacer de un juego de aparentemente “segunda fila” (ya sea de por su impacto mediático o por su precio de lanzamiento) una producción tremendamente jugosa, a la que fácilmente se puede jugar de estreno por unos 20€, y, por si fuese poco, en la mejor de las compañias. Si algo busca Bethesda – siguiendo los populistas pasos, puntualmente criticados por un servidor, de CD Projekt RED – es que se hable de esto; que todos la elogiemos por su buen trato al consumidor, y que acabemos soltando con una sonrisa en la cara unos 40 machacantes que quizás no teníamos gastar en una entrega de estas características. Y, ¿acaso, como usuarios, deberíamos de eclipsar sus propósitos por el mero hecho de ser conocedores del mercado?

Soy el primero en sacar el dedo delator a paseo cada vez que la industria nos da una buena excusa para despotricar sobre algún tema de actualidad – lo cual ocurre con una frecuencia realmente fascinante, muy a nuestro pesar -. Sin embargo, en ocasiones creo que nos empeñamos en tintar de gris hasta el más mínimo resquicio de un panorama que a veces también busca aportar algo de color a nuestra industria. Reconozcamos el valor de movimientos como este, y premiémosles por su buena fe, pues solo así conseguiremos su normalización, y, con ello, la estandarización de otros sistemas que beneficien de la misma manera al jugador. Porque ese es, al fin y al cabo, el mejor marketing.