Tributo a Kafka

En los últimos días, Assassin’s Creed ha estado en boca de todo el mundo. Primero, por el espectacular tráiler cinemático que, el día 30 de abril, anunciaba la nueva entrega de la saga, Valhalla. Después, por la cuestionable promesa de “gameplay” que Ubisoft y Microsoft anunciaron a bombo y platillo como el plato principal del Inside Xbox, asunto que acabó resultando en un tráiler in-engine que dejó a muchos descontentos y que, pese a ser promocionado como el principal reclamo del evento, pasó bastante desapercibido en una conferencia en la que otros títulos de corte más modesto, como The Medium o Scorn, acabaron llevándose más atención.

Por supuesto, las expectativas con este Valhalla están relativamente altas. No es para menos; las dos últimas entregas de la saga, Origins (2017) y Odyssey (2018) fueron dos superventas con excelentes reseñas por parte de la crítica profesional. Por ello, la traslación de la franquicia a la Escandinavia de la Edad Media resulta llamativa para muchos aficionados a este santo hobby que es el videojuego – más en específico, a los que ya se han visto acompañados por la saga durante años. Sin embargo y, como con todo, voces de discordia se escuchan en el horizonte. Nada nuevo. La ruta hacia el RPG que tomó Origins ya creó cierta polémica tras su anuncio en el E3 de 2017. Incluso así, el título fue un rotundo éxito, al igual que la siguiente entrega y, probablemente, al igual que el próximo Valhalla.

Pero las quejas se siguen escuchando, y las redes sociales y plataformas como YouTube sirven de megáfono para estas opiniones que, nos gusten o no, añaden cierta incomodidad en el panorama general de los meses previos al lanzamiento de un videojuego. “¡Esto ya no es Assassin’s Creed!”, gritan algunos desde sus cuentas de Twitter. “¡Están matando la saga!”, aseguran otros desde sus canales de YouTube. Y no, no es que yo tenga la verdad absoluta, pero… si fuesen estos fans los encargados de llevar la saga a cabo, Assassin’s Creed estaría muerto desde hace años. En el ya lejano 2007, Assassin’s Creed supuso una total revolución para la forma en la que muchos mirábamos a los videojuegos a la cara. De repente, las capacidades técnicas de la generación de PlayStation 3 y Xbox 360 habían pisado el acelerador, permitiéndonos, en las botas de Altair, movernos por un escenario completamente innovador e interesante.

Por supuesto, con la perspectiva que muchos tenemos hoy en día de lo que son los mundos abiertos y las capacidades que estos ofrecen, el título de Ubisoft – que no era un mundo abierto per sé – pierde el noventa por cierto de su encanto. Y sí, algunos años antes Grand Theft Auto: San Andreas vapuleó a cualquiera que siquiera lo intentase con un mundo abierto que, aún a día de hoy, continúa siendo apasionante e increíblemente inmersivo. Es innegable que Assassin’s Creed fue ciertamente revolucionario, y muy influyente para los títulos de acción y aventura de la época. Pero estamos en 2020, tenemos obras como The Witcher 3: Wild Hunt… y la saga de Ezio y compañía llevaba viviendo de las rentas desde 2011. Lo pienso así. Lamentablemente, a Assassin’s Creed le costó mucho – y cuando digo mucho, es MUCHO – adaptarse a las nuevas tendencias de la industria. Sí, Assassin’s Creed III tuvo un buen recibimiento, y Black Flag es un juego la mar de divertido, pero hablamos de dos títulos que nacieron en un mundo en el que ya existía Skyrim, y aunque fueron títulos prácticamente simultáneos, era innegable que aquella fórmula de combates casi bailados, mapas relativamente pequeños y el marear la perdiz con los Templarios y Abstergo eran factores que se habían desgastado tras Revelations.

Unity salió en 2015 y fue un completo desastre a medio hacer, y en mitad de una industria que ya conocía al soldado de la flecha en la rodilla y las aventuras de Geralt de Rivia por el impresionante proyecto de CD Projekt Red, Ubisoft seguía intentando exprimir una fórmula repetitiva y completamente drenada. Salió Syndicate, que fue otro desastre, y el estudio tuvo que tomarse un respiro y reflexionar. Porque tras tantos tropiezos, uno detrás de otro, era hora de reinventarse o morir. Así que Origins dio la vuelta al tablero de la saga. De repente, Assassin’s Creed se había puesto un vestido de temporada, se había dado una ducha a fondo y se había cortado las uñas de los pies, y era una cosa totalmente distinta. Y, por qué no decirlo, mucho más llamativa que sus últimas entregas anteriores. Egipto era ENORME; las mécanicas, inspiradas en Dark Souls, daban mucho juego, y lo que un día fue una saga de acción y aventuras con la profundidad jugable que le permitía su época, se había convertido en un vasto RPG de mundo abierto en el que daba gusto perderse durante horas.

Y qué queréis que os diga. A Assassin’s Creed el RPG le viene de lujo, y el hecho de alejarse de tramas intrincadas entre el presente y el pasado para dedicarse por completo a explorar su mundo, su historia y sus posibilidades, nos ha concedido, tanto a nosotros como a los desarrolladores, un más que merecido respiro.

Les guste o no a los fans más acérrimos de los originales, la IP de Ubisoft está en plena forma desde 2017.

Renovarse no es algo malo, y esta saga no ha sido la primera en hacerlo. En el año 2005 vimos cómo Resident Evil 4 reformulaba por completo el planteamiento de la saga debido, también, a su estancamiento en un survival horror que ya había pasado de moda, resultando en uno de los videojuegos de acción y terror más prestigiosos de la historia, y en uno que crearía escuela. Si Shinji Mikami no hubiese hecho esto, la saga de Capcom llevaría años – décadas, más bien – encerrada en un cajón. Y sí, ahora han vuelto a las raíces, y Resident Evil 7 es lo más terrorífico que han ofrecido; pero también lo han hecho redefiniendo el terror desde nuevas perspectivas. Algo que, salvando las distancias de los géneros que les separan, también ha hecho Assassin’s Creed.

En resumen, ¿son los últimos Assassin’s Creed dignos de llevar el nombre de la saga? No lo sé. Y me da igual. Lo único que sé es que Bayek, Kassandra y Alexios son los primeros en una nueva edad dorada para una franquicia que, si hubiese seguido a la sombra de Assassin’s Creed II, habría muerto de hipotermia.