Ser uno con la rampa

Hablando de juguetes, he de admitir que pedí The Ramp pesando que iba a ser un juego de skate pequeñito, con cosillas a completar, pequeños objetivos y demás. Backbone me había sentado regular y cuanto más desconectase, mejor. Resulta que The Ramp no tiene objetivos ni metas a cumplir, ni desbloqueos. Este juego, como dicen los jóvenes, “es otro rollo”, y los que entren pensando que es algo que no es quizá se lleven una decepción. Para mí, es un oasis en una industria saturada por tareas organizadas como si fuese una lista de la compra, que se siente que más que jugar estamos trabajando. El juego está creado principalmente por Paul Schnepf (también conocido como Hyperparadise y cofundador de Grizzly Games), y lo descubrí por casualidad gracias a un retweet. Lo único que vi fue un GIF de una chica saltando por encima de un bloque naranja, y la sensación de movimiento fue lo que hizo que me decantase por él. No me arrepiento.

La cosa va así: escoges un avatar, te enseñan que para acelerar tienes que mantener y soltar un botón de una forma concreta y que con un stick controlas la dirección y con el otro haces trucos. También puedes grindear pulsando un gatillo. Con eso aprendido, tenemos cuatro escenarios a nuestra disposición para hacer lo que queramos: medio tubo, una piscina, un bowl y una rampa gigante. No hay más, y en esta sencillez es prácticamente perfecto.

The Ramp Bowl

Los fans de propuestas como OlliOlli disfrutarán de lo lindo entre kickflips, heelflips y pop shove its.

The Ramp es muy agradable visualmente, con un estilo low-poly bastante resultón y que resalta el movimiento por encima del espectáculo. La inercia se nota a cada salto y pirueta, incluso cuando estás dando vueltas sin hacer trucos, y que solo haya colores planos ayuda a que cada acción parezca veloz y grácil a partes iguales. Los controles son extremadamente simples y lo único que hay que cuidar es lo rápido que giras y cómo aterrizas. Los escenarios son variados, pero me he visto cambiando siempre entre el bowl y la piscina, siendo la rampa y el medio tubo prácticamente anecdóticos. Al principio es complicado saber qué truco estás haciendo exactamente, pero por las posturas y lo mucho o poco que gire el personaje te puedes hacer una idea rápida (y saldrá un cartelito si lo clavas). No es para nada un Tony Hawk ni pretende serlo; es una experiencia corta que coger de vez en cuando para relajarse y centrada principalmente en dejarse llevar por el movimiento, y por eso me ha enamorado tanto.

En el tema de la música – un simple bucle compuesto por el propio Paul que ayuda bastante a concentrarse – encuentro el único punto negativo que le puedo sacar al juego. Al pasar un tiempo, el bucle se hace algo repetitivo, pero quizá es porque no estoy jugando bien. Me explico: el juego no está pensado para que te pases dos horas seguidas dando piruetas. Es pequeño para que desconectes en momentos pequeños, un mero juguete para matar el tiempo. Por supuesto, soy muy burro y estos días le he dedicado bastante, pero en mi defensa diré que no he podido evitarlo. Nunca juego con música externa, ya que me parece dar un poco la espalda tanto al compositor como a la obra en sí, pero en este caso he hecho una excepción. Me he acostado varios días pensando qué álbum voy a tener de fondo, porque siento que me arrastra a que estemos solos yo, el juego y la música. Ponerse lo-fi o indie y empezar a pegar volteretas y dar vueltas por el bowl es increíble. Sin embargo, pese a todas estas virtudes y esa menor inconveniencia, creo que le falta algo que le daría mucha vidilla para que no se acabe haciendo muy repetitivo (de nuevo, no es el caso en absoluto, pero por si se diera), y es hacer uso de la workshop de Steam. Tal y por cómo está montado el juego, que te pega al suelo el skate hasta que pasas por un borde, y que los límites son muros invisibles por los que te puedes seguir moviendo, no sé cuanta variedad podría añadirle, pero seguro que salen cosas chulas.

Mi nueva adicción

Galardón-Plata-HyperHypeThe Ramp es un juego perfecto para cualquiera, es muy fácil entrar y cuenta con dos modos de dificultad, siendo uno más permisivo a la hora de aterrizar que el otro. No puedes salirte de los bordes marcados por el escenario para que no dejes de moverte en ningún momento, pero si te caes o te quedas atascado con algún bug tonto vuelves a la posición inicial de forma instantánea pulsando un botón. El único objetivo es desconectar, y lo consigue con creces. Más de una vez he dejado de notar el mando y me he visto moviendo el cuerpo a la vez que el personaje, como los niños pequeños cuando prueban Mario Kart por primera vez. Es un juego casi terapéutico en ese sentido, y como ya he explicado necesitamos más obras así: experiencias muy contenidas que sirvan para aislarse momentáneamente, ganar fuerzas y volver al tajo. En conclusión: es una experiencia más que recomendable y que veo necesaria apoyar. Esperemos que salgan más juguetes como The Ramp, que desde luego se va a quedar conmigo por mucho tiempo.


Esta crítica ha sido realizada con un código de descarga para Steam cedido por Paul Schnepf.