Explorando culturas

Me resulta complicado hablar de Tchia. No es algo con lo que un crítico debiese comenzar un texto pero, por suerte, sólo soy un impostor con la suficiente suerte para que le caigan claves de vez en cuando de jueguitos que me llamen la atención. Me complica hablar de Tchia porque lamentablemente no me he podido informar lo suficiente sobre Nueva Caledonia, el lugar en el que está basada su historia, como para decir con total seguridad si el juego logra equilibrarse entre buscar lo divertido dentro del medio del videojuego mientras que respete las tradiciones y cultura del lugar en el que se inspira.

Me gustaría decir que si lo hace, de hecho creo que Tchia por sobre todo intenta ser una carta de amor al lugar donde se criaron sus desarrolladores, pero hay aspectos que gamifica quizás un poco demasiado para que esta oda sea del todo sincera.

Una carta de amor

Tchia muestra con orgullo la comida local de Nueva Caledonia, adapta su lenguaje con precisión y con actores de voz oriundos de la remota isla al este de Australia, representa su música con vibrante alegría a través de un, sinceramente, entretenido juego de ritmo que se puede omitir por completo si el jugador prefiere centrarse en la escena que lo rodea, las cuales son variopintas y llenas de colores y emoción. El juego también trata de impulsarnos a recorrer la isla, adentrarnos en sus recovecos y maravillarnos con las hermosas y paradisíacas vistas que sobrepoblan su mundo. Todo esto sin obligarnos en ningún momento a farmear objetos coleccionables -los cuales abundan- ni cumplir misiones secundarias; todo se siente completamente opcional de principio a fin de la aventura. Personalmente y aunque encontré la fórmula de exploración bastante similar a Breath of the Wildjuego con el que tengo sentimientos encontrados– me pasé la mayor parte de mi tiempo de juego yendo de aquí para allá recogiendo mejoras y objetos varios que oscilan desde ropa con la que podemos vestir a Tchia -la niña protagonista- que puede otorgar ciertas mejoras a la estadística de energía ya sea para planear, escalar o de puntos de vida, hasta tótems que esconden niveles y desafíos secretos que aumentan el máximo de tiempo que podemos poseer cosas.

tchia

Y es que la mecánica principal del juego consiste en que podremos “poseer” a todo tipo de animales que existen en la isla, desde ciervos, cerdos y perros hasta tortugas marinas, cangrejos y pájaros. Cada uno cuenta con habilidades especiales que podrán servir para acceder a objetos que de otra manera no podríamos obtener -como los cangrejos que pueden abrir cofres del tesoro- hasta peculiaridades que no son más que humoradas -como el poder hacer caca en el aire como un pájaro-.

También podremos adentrarnos en objetos inanimados como piedras, troncos de leña, lámparas y un largo etcétera que, mayormente, no tienen utilidad jugable pero que no dejan de ser simpáticas adiciones que se agradecen por el cómo añaden variedad al título.

Mi mayor problema al jugar Tears of the Kingdom -que me hizo cambiar retroactivamente mi opinión sobre Breath of the Wild– es lo pesado que se me hacía desplazarme por el inmenso Hyrule que se nos presentaba al punto que si no iba a caballo o sobre alguno de los particulares artilugios que podíamos construir gracias a sus particulares mecánicas, se me hacía casi insoportable navegar de un punto a otro del mapa. Por esto temía sufrir lo mismo con Tchia, pero por suerte -casi- no tuve ese problema. En gran parte porque el mapa es mucho más pequeño y recorrer su mundo de un extremo al otro supone un tiempo real invertido mucho menor al que se nos exigía en el último par de juegos de Zelda y, por otro, que la posesión de animales y objetos ayudaba mucho a subsanar lo plano que puede ser la mecánica de caminar por un amplio terreno por mucho rato.

¿Quieres llegar de un punto a otro rápido sin tener que interactuar con los múltiples puntos de interés del mapa? Sólo súbete a un ave y vuela con libertad. ¿Quieres bajar una montaña pero te da pereza bajar lentamente con el planeador? Posee una roca y lánzate con confianza por incluso el más inclinado de los peñascos, que no te pasará nada. ¿Quieres cruzar el mar pero no tienes ganas de nadar lentamente o te preocupa quedarte sin oxígeno al zambullirte bajo el agua? Posee a un pez y nada ágilmente hasta tu destino.

Desearía tener el agrado de decir que gracias a todo esto el desplazamiento es realmente divertido y dinámico, pero tanto por la limitación de tiempo que se pueden poseer los animales -sobre todo al principio de la aventura cuando aún no hemos ampliado nuestro medidor de energía- además de lo limitada que se siente la velocidad máxima que tienen estos -que se me imagina corresponde más a una limitación técnica que creativa- puede sentirse pesada para quienes, como yo, estén algo cansados de la fórmula Breath of the Wild, por mucho que estos problemas se vean subsanados.

La gamificación

Como bien había mencionado antes, por la gamificación de los diferentes aspectos que referencian la cultura de Nueva Caledonia, no sé hasta qué punto Tchia respeta fervientemente sus raíces y tampoco actuaré de mala fé diciendo que no lo hace sin conocer la historia completa, pero situaciones como tener que juntar x cantidad de objetos para poder reunirse con actores centrales de la trama y así poder avanzar en la historia o el hecho de que los enemigos comunes -que son seres hechos de tela- siempre acampen convenientemente cerca de ingentes fuentes de fuego o de objetos inflamables cuando es su única debilidad, me hacen demasiado ruido como para pasarlos por alto.

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Y es que la gran mayoría de mecánicas que nos presenta la obra de Awaceb parecen tener una directa relación con los puntos de su cultura que quisieron rescatar y no sé hasta qué punto gamificarlos es apropiado o no. Tampoco quiero ser un liberal blanco -que no soy ninguna de esas cosas- y ofenderme a nombre de otros cuyas costumbres no me son familiares como para condenarlos por ello, pero que, como pseudo crítico intelectualoide enemigo de la diversión no puedo dejar de mencionar.

Voces que escuchar

Al final del día, Tchia le da voz a una cultura que -como muchos- desconocía. Presenta con orgullo la isla de Nueva Caledonia, su comida, música, lenguaje, costumbres y folclor a la vez que se enfoca, sobre todo, en ser divertido y accesible para todos. Cada sección de la historia se puede saltar si es que no nos sentimos cómodos con ellas o si se nos dificultan demasiado y podemos pasar de todo contenido que no nos llame particularmente la atención. Y aunque preferiría que cada uno de estos elementos tuviera el suficiente valor intrínseco para que los desarrolladores los presentaran con orgullo en vez de darnos la opción de dejarlos de lado, es un aspecto válido y que como muchos jugadores adultos con poco tiempo agradezco su inclusión. Su mecánica de posesión de objetos es sin duda su punto más fuerte y, aunque me gustaría que haya tenido mayor profundidad, subsana bastante mis problemas con lo que podría ser un sistema de desplazamiento por el mapeado algo aburrido. Pero lo que más me sorprende es lo bien logrado que es el juego de ritmo con el ukelele hasta el punto de que fui capaz de tocar Sea of Love de Cat Power, así que recibe automáticamente un certificado de peak gaming.

kofi

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Esta crítica ha sido realizada con una copia digital para Steam cedida por Cosmocover