No todo puede cuantificarse

Dedicar muchos años a un proyecto es duro y muy poco gratificante en ciertos momentos. Es difícil, además, tener la certeza de que merecerá la pena, pues multitud de variables influyen en el rendimiento del mismo, así como en los resultados. En los tiempos que corren no es nada sencillo dibujar un futuro profesional, al menos que sea sostenible a largo plazo. Muchas de nuestras aventuras se centran en obtener dinero rápido o, en su defecto, en no obtener nada a cambio de “un mejor desempeño potencial”. Pero claro, no todas las familias se pueden permitir sobrevivir del aire y de ayudas durante un tiempo indefinido. Esto nos coloca en una situación ciertamente desesperada para la gente joven que se encuentra desarrollando su futuro: vagabundeo entre ciudades empresarialmente activas con la esperanza de conseguir algo estable, estudios sin fin que luego no garantizan nada y por los que se llegan a pagar decenas de miles de euros, intentos de emprendimiento para el que no tenemos capital y que solo acaban en bancarrota a los pocos años, etcétera. Ah, y una de mis favoritas: la apuesta por el doctorado y la investigación académica en temas que nos apasionan y que, por un motivo o por otro, nos ancla a un ambiente de precariedad que durará más de una década donde muchos acaban abandonando para que sus hijos puedan comer decentemente.

Justamente de esto, con matices, trata South of the Circle, un juego desarrollado por el estudio State of Play para Apple Arcade y que ha visto ahora la luz en las plataformas convencionales. Algunos conoceréis a este estudio por Kami 2, un juego de coloridos puzles al estilo Tangram disponible en smartphones. Curiosamente, con South of the Circle han apostado por la antítesis del puzle: un título basado en la narrativa y la interacción simplista para llevar al usuario de la mano a través de una misteriosa e interesante trama con más de una capa de profundidad.

Comenzamos controlando los pasos de nuestro protagonista tras un accidente de avioneta en el continente antártico. Una misión de exploración con intereses científicos para su carrera académica (y algún que otro secreto que la trama irá desentrañando) son los motivos de dicha investigación en el punto más austral del globo. Dada la incapacidad de nuestro compañero, tendremos que investigar la base británica más cercana, a varias horas de camino, en busca de ayuda. Todo se retuerce cuando, no solo no vemos a ningún habitante, sino que comenzamos a presenciar flashbacks de la vida de Peter, el susodicho investigador,  a medida que realizamos acciones.

Estos flashes de recuerdos están medidos a la perfección y se establece, además, como una segunda diégesis narrativa, que funciona perfectamente por sí misma. Juntándolos todos podemos ir observando cronológicamente (salvo algún recuerdo de la infancia), todo el desarrollo de acontecimientos que llevan a Peter a realizar este viaje a tan remoto destino. Con ello, alternamos constantemente entre diégesis en los momentos más peculiares. Estos saltos, así como las elipsis temporales en cualquiera de las dos narraciones paralelas, están colocados de forma excepcional. Un simple ejemplo es el que vemos decorando este artículo, cuando viajamos en vehículo entre instalaciones en busca de supervivientes, para dar un salto a nuestros viajes matutinos a la universidad donde trabajamos: Cambridge.

Otros saltos pasarán durante cierres de puertas, caminatas entre la ventisca y algún que otro momento peculiar que nos dejará con un gran sabor de boca por lo eficiente de la narración. Muchas de las transiciones, además, tienen una relación visual evidente. Otras nos dejan con una sensación difusa que entremezcla narración con espejismos alucinatorios dentro de la ventisca. Pero visualmente todo tiene un impacto bestial y encaja genial. Y es que el apartado artístico posee una fuerte carga visual con detalles simples pero que reflejan mucho, acompañados además de un cast de voz espectacular donde las voces encajan en conversaciones de una manera extremadamente natural, complementando a su vez las animaciones basadas en la captura de movimiento y que se muestran estupendas mientras nos desplazamos.

A lo largo de la aventura tendremos que ir seleccionando entre diferentes “actitudes” a la hora de afrontar una conversación. Empezaremos utilizando las emociones de “tensión”, dada la peligrosa situación que nos encontramos. Pero durante la narración iremos alternando, salvo cuando no sea posible por la propia personalidad de Peter, entre algunas actitudes más calculadoras y otras más sentimentales y que muestran vulnerabilidad, que tal vez queramos reservar para nuestro círculo más cercano. Las respuestas no son excesivamente dispares, sino que modificamos más bien el tono con el que nos mostramos, salvo en algunos puntos de inflexión donde sí tomaremos decisiones para el recuerdo.

Es difícil hablar de South of the Circle dada su duración de apenas 3 horitas y algo, sobre todo si no queremos destripar la trama más de lo necesario. Aunque podemos hablar, eso sí, de la relación de Peter con el trabajo como profesor en Cambridge, la afamada universidad británica donde intenta escalar posiciones a base de papers de alto nivel. El academicismo que rodea a Cambridge durante la época de la Guerra Fría se entremezcla con el conservadurismo británico frente a los progresistas partidarios de la desmilitarización y el desarme nuclear que tan presente estaba en la época, principalmente ante el miedo generalizado de que los EE. UU. y la URSS acabaran tirándose bombas H como el que juega con globos de agua. Es por ello que la propaganda jugará un papel esencial en el título.

Un juego de propagandas que, por cierto, sigue también muy presente a día de hoy. Puede que más aún, si cabe, debido a la facilidad con la que impulsamos mensajes a través de redes y adquieren un efecto de dispersión cuanto menos curioso. Basta con intentar reflejar de alguna manera cómo funcionan las cosas desde diferentes posturas de cara a un conflicto para sufrir acoso y persecución pública. La perspectiva occidental siempre plantea al resto como enemigos y no deja pie a la visión inteligente: aquella que intenta entender las premisas y valores de los diferentes sectores para comprender qué nos lleva a según qué situaciones. Y claro, cualquiera llega así a puntos comunes donde intentar avanzar en algo de cara a evitar matarnos entre nosotros.

Es muy interesante el reflejo que, además, plantea sobre el espíritu de pasión por la ciencia, mostrando un academicismo redomado que no parece apostar por una cultura hecha para todos, sino por la élite intelectual. Esto es algo que sigue vigente a día de hoy en las universidades, donde a menudo se dejan de lado los postulados más realistas sobre la sociedad y se habita en una burbuja. Sobre todo en estudios en ciencias sociales, de los que he sido partícipe y donde tenemos la paradoja de requerir investigaciones cuantitativas y estadísticas para escalar posiciones académicas. Por su parte, los estudios cualitativos y que no recurren a datos estadísticos como base, sino que pretenden hacer análisis teóricos, quedan relegados completamente a un segundo plano, cuando podrían ser perfectamente complementarios e incluso válidos por sí mismos.

Habrá quien piense que esto no tiene por qué ser así, pero a menudo, y después de algún intento de introducir mi pie en el mundo académico, he podido comprobar cómo, sorprendentemente, en la prensa especializada y en algunos medios culturales se realizan investigaciones tan potentes como muchos pequeños estudios académicos que se realizan a la desesperada y con el único valor de intentar ascender más en un mundo laboral despiadado con los investigadores. Quizá no sigan a la perfección el método científico, pero es irremediable pensar en la cantidad de contenido tan potente que se está construyendo fuera de “la academia”. Curiosamente, la investigación por su parte peca de un reducido alcance social, por lo que al final sigue siendo, con matices, cosa de la élite intelectual (vamos a intentar ignorar las barreras de pago para papers de 20 páginas y los lobbys de las revistas académicas, porque me echan de internet). Lo dejamos en que hay miles de profesores atascados en un sistema académico torpe y poco preparado para la ciencia del siglo XXI, donde además, los investigadores tienen que llegar a fin de mes y poder tener comida caliente, incluso si son de bajo nivel y dedican todo su tiempo al trabajo.

South of the Circle es la historia de un enamoramiento en una época convulsa y un ambiente extremadamente exigente y complicado donde Peter lucha por llevar adelante sus investigaciones y su vida, siempre encontrando trabas en el camino porque “así se supone que no se hacen las cosas en la Inglaterra de los señores”. Las mujeres, pues, quedan relegadas a un segundo plano en la academia (y en la vida social), mostrando situaciones que, aunque hemos superado en gran número, siguen teniendo coletazos aún a día de hoy.

¿Y si esto no es acerca del perfeccionismo?

Como siempre me sucede con este tipo de videojuegos, me encantaría ver de lo que son capaces los desarrolladores intentando emplear más la interacción del usuario con su mundo. Solemos limitarnos a tocar algunos objetos y a elegir en las conversaciones, pero siempre podría hacerse algo más. No es un problema per se, pero esto posiblemente haga que numerosos jugadores potenciales no acaben jugándolo por ser “otro walking simulator más”. Esto reduce las posibilidades de innovar en los aspectos narrativos esenciales del videojuego y, por ende, nos seguiremos encontrando con los mismos títulos de siempre: los que venden arropados por una gran franquicia, a excepción de alguna sorpresa que otra. Estaría bien sentir algo más el peso de nuestras decisiones, que tienen relevancia conversacional, pero no parece haber excesivos caminos disponibles. Con todo, South of the Circle es una pequeña experiencia que transmite mucho, sobre todo para los que estamos o hemos estado de alguna forma vinculados a un proyecto que consume nuestro tiempo sin saber a ciencia cierta si nos permitirá sobrevivir. Además, la expresividad de sus personajes y el genial desarrollo narrativo harán que las 3 horas nos parezcan apenas una película estándar donde estamos completamente inmersos.