El Ahorcado, el Ermitaño y la Fortuna

Cuando Sayonara Wild Hearts se anunció con motivo de los últimos The Game Awards, muchos, abrumados por los grandes bombazos de la noche y hastiados por lo soporífero de su ritmo, no fuimos capaces de ver más allá de lo que lo nuevo de Simogo (Year Walk, Device 6) podía ofrecernos. Distribuida por Annapurna (lo cual no deja de ser un excelente punto de partida, dado su brillante historial de obras maestras compuesto por joyas como What Remains of Edith Finch, Florence, Telling Lies o Gorogoa), la aventura partía de la simple premisa de descubrir diferentes tipos de acción bajo un enfoque siempre musical. Era un juego de ritmo, pero también un colosal homenaje al electro-pop de los 90’s y 00’s, así como a todo lo que la industria había logrado construir durante las últimas tres décadas, a través de su ingente amalgama de mecánicas, inspiradas en decenas de géneros y propuestas concretas. O al menos, esa era la impresión que buscaba ofrecer, y que en mí, al menos, logró calar hondo.

Pasaron los meses, y entre las sonadas decepciones de principios de año y el torrente de lanzamientos en el que actualmente nos hayamos – una muy digna traca final para un año aparentemente memorable -, pocos tuvieron el tiempo suficiente como para echarle cuentas a una entrega que, aún en su más reciente lanzamiento, no logró ningún tipo de reconocimiento mediático. De hecho, este análisis no habría sido posible sin la colaboración de nuestro último fichaje en la redacción, Alejandro Reinosa, quien el pasado viernes, para mi sorpresa, me preguntó por la disponibilidad de claves para review, recordándome el estreno de uno de mis lanzamientos independientes más esperados y partiéndome el corazón por el camino, dado lo desapercibido de su estreno – incluso para un servidor -. Hoy, agradezco enormemente a Alex dicha petición, pues de no ser por él, y gracias a mi manía de comprar títulos impulsivamente para posteriormente acabar anotándolos en mi lista de pendientes, probablemente nunca habría disfrutado del que hasta el momento es, para mí, el gran sleeper de 2019.

Sayonara Wild Hearts no ha acabado siendo meramente un juego de ritmo, ni tampoco un simple homenaje sociocultural. Ha acabado siendo mucho más, coronándose como una experiencia psicodélica, casi onírica, que, tan breve como intensa, presenta un enorme trasfondo con el que acaba siendo realmente fácil acabar empatizando. Quizás por ello, a lo largo de las escasas dos horas que se deja ver hasta la pantalla de créditos, logre empoderarse y vestirse con las sucias prendas de la obra más desgarradora; no solo por lo voraz y lo agresivo de su más que sobresaliente diseño artístico, ni por cómo todas y cada una de las cuantiosas mecánicas disponibles encajan entre sí como si fuesen las piezas de un puzle (o las cartas de un tarot) con tal de hacernos llegar exactamente los sentimientos y sensaciones que se nos quieren transmitir, sino por esa apasionante, cruda y verosímil historia que, sin palabras, logra impactar y hender como un puñal ya no solo al final; también a lo largo de todos y cada uno de los niveles en los que se exhibe y muestra.

Es tal el frenesí de acción 3D – que toca sin miedo alguno, entre otros, palos propios de las plataformas, del infinite runner y de la lucha en dos dimensiones; no había visto una variedad jugable semejante desde el lanzamiento de NieR: Automata – que todo este conglomerado de focos con papel celofán y buenas ideas acaba sabiendo a poco, profundizando de forma quizás demasiado sutil en los planteamientos que propone y dejándonos con un excelente sabor de boca, pero con ganas de mucho, mucho más.

Gran parte de la culpa de esto último, he de admitir, también recae sobre el apartado sonoro, que adereza a la perfección al colorido y estrafalario espectáculo de luces que rebosa de nuestra pantalla y que, además, conforma una parte íntegra de la jugabilidad, marcando siempre el tempo de nuestros movimientos y llevando siempre, de una manera tan egoísta como acertada, la llama de la responsabilidad, siendo el principal responsable de los viscerales cambios de cámara y de nuestro control, que es excesivamente guiado – e incluso arrebatado puntualmente – en pos de la espectacularidad. Y es que no existe un mero ápice de reto, pero tampoco se precisa o echa de menos: con Sayonara Wild Hearts, Somogo buscó, desde su concepción, una apuesta por la acción sin mayor pretensión que la de sorprender al jugador, alcanzándole metódica y regularmente con su mensaje.

Es algo que, desde luego, se consigue con creces, habiendo dado forma el equipo sueco – compuesto, muy reseñablemente, por tan solo un diseñador y un programador; Simon Flesser y Magnus “Gordon” Gardebäck, respectivamente – a una verdadera joya de la cultura pop, que celebra por igual la música y los videojuegos y que solo echa la vista hacia atrás para carcajearse de las vicisitudes de la vida. Igualmente, se trata de un título sin ningún tipo de multijugador o modalidad adicional, pero francamente rejugable, que, una vez alcancemos su final, nos obligará a repetir al menos sus fases más espectaculares – no escasas – hasta hacernos con el ansiado Oro de su sistema de puntuación.

Wild Hearts Never Die.

Un emotivo y espectacular túnel hacia la quinta dimensión

Galardón-Oro-HyperHypeUna persecución salvaje, un torbellino de flashes, una ciudad rosa neón. Sayonara Wild Hearts es como ese multivitamínico buffet libre en el que ni siquiera sabes qué escoger, y en el que, dadas las circunstancias, acabas picando indiscriminadamente hasta quedar lleno casi antes de que tan siquiera pudieras recaer en ello, pese a tu particular interés – cercano a la gula – por querer probar todo lo que tenía para ofrecerte. Una aventura maravillosa, que absolutamente nadie que se considere asiduo o curioso de nuestro arte debería de dejar ir, y que es al videojuego, en palabras de Chris Scullion (Nintendo Life), lo que Prince fue a la industria musical. Porque puede que quizás, y muy a nuestro pesar, su viaje terminase algo antes de lo que a muchos nos hubiese gustado, pero su particular mezcla de estilos, digna de catalogarse como una obra maestra creativa, siempre quedará en nuestra memoria.


Este análisis se ha realizado con una copia para Nintendo Switch adquirida por la propia redacción.