Un movimiento que ya agota

A menudo las despedidas son dolorosas. Decir adiós a una persona que quieres, a una ciudad a la que no volverás a visitar, a un coche viejo que tanto tiempo te ha acompañado pero que ya no puede más. Todos conocemos lo duro que puede llegar a ser despedirse y el sentimiento tan amargo que produce, pero a veces decir adiós conlleva un cambio de vida positivo; una mejora emocional o sentimental que hace que dar ese paso sea, quizás, la mejor decisión de nuestras vidas. La industria del videojuego es aún joven, inmadura (por más gore o escenas de sexo que nos de; fetiches del aficionado puberto), y la mala gestión del adiós no es más que una prueba de ello. El sector parece no querer decir adiós nunca a las indeseadas continuaciones, a los títulos anuales (cuya única diferencia entre ediciones, al menos en el ámbito deportivo, suele reducirse a un cambio de equipaciones, movimientos e interfaz); a la decisión de remasterizar lo clásico en lugar de mirar hacia el futuro.

La decisión de remasterizar títulos antiguos es la intención de ponerle un traje nuevo a ese producto que tantos éxitos produjo con su lanzamiento original, mejorando el aspecto visual y sonoro acorde a la generación actual que vivimos (o a la anterior, en el peor de los casos) y con la seguridad de que los nostálgicos y fans de las sagas, que cada vez son más, van a pasar por caja con facilidad, aumentando las arcas de la empresa responsable. Y no quiero decir que esté en contra de absolutamente todos estos remasters o remakes, ya que hay juegos que merecen mucho la pena (re)vivirlos en una mejor calidad, pero sí que me causa un importante desagrado cuando hacen de este favor a la comunidad una treta sucia, llevando la aventura a todas las plataformas habidas y por haber y haciéndolo, en ocasiones, a destiempo. Y es que poco me crispa más que aprovechen lanzamiento de una nueva entrega para aprovechar el auge mediático para colar un remaster al fan más hambriento.

Parece ser que los chicos de Blizzard han tomado nota de estos movimientos, y que en 2020 podrían traernos por fin la cuarta entrega de Diablo, pero no sin estar debidamente acompañada de un remaster de Diablo II, que según el medio francés ActuGaming, podría aterrizar bajo el nombre de Diablo II Resurrected. Y claro, si tenemos en cuenta que el medio francés predijo los anuncios de Overwatch 2, Diablo 4 o World of Warcraft: Shadowlands, pues parece haber una cierta seguridad de que esto suceda – el artículo cita “fuentes cercanas al estudio”, y recalca que Vicarious Visions estaría colaborando con Blizzard en el desarrollo de este -.

Tras ver a menudo cómo las compañías tienen aparcadas sagas durante eones y, en el mismo año, aprovechan para sacar una nueva entrega usualmente precedida de una antigua con un nuevo vestido, me hace plantearme si merece la pena seguir apoyando este marketing semi-encubierto. ¿Realmente necesitamos estas remasterizaciones? Yo personalmente soy de los que prefieren el producto original, y si bien puedo llegar a entender que muchos os decantéis por aquellos títulos que mejoran bastante su aspecto visual, creo que es importante pararse a pensar sobre la tendencia que estos crean – impactando en la industria – y sobre cómo podemos hacer que esto cambie. Apoyando estos títulos solo conseguimos que cada vez sean más los viejos conocidos los que vuelvan al mercado, en lugar de incentivar el auge independiente y las nuevas IPs. Si queremos revivir una aventura clásica, en ocasiones puede ser mejor idea conectar nuestras viejas consolas y poner el juego original en toda su esencia; no tanto por el factor nostálgico, probablemente elevado a la undécima potencia en este caso, sino también por cuadrar la obra en su marco histórico y no incentivar esta suerte de paradojas temporales comerciales.

Pienso que más de alguno estará de acuerdo con esto. Los jugadores queremos nuevas aventuras, nuevas maneras de emocionarnos, títulos que marquen una era en su generación. Pero dejémoslos ahí, en su generación. Donde siempre debió estar.