Misticismo digital tricolor

Luces y pasión por lo retro. Narita Boy hacía gala de todo eso en sus correspondientes tráilers de promoción, a la vez que nos intentaba sumergir en una historia a ritmo de música ochentera. En esta singular aventura, Lionel Pearl Nakamura, famoso creador del sistema Narita One, ha sufrido un colapso mental que le ha hecho perder la memoria. Parece que su propia personalidad está unida fuertemente a su creación, donde la ha codificado en forma de software con un mundo virtual: el Reino Digital. A grandes rasgos, un subprograma interno llamado Him cobra consciencia de su poder, rebelándose, hackeando el sistema y liberando a los Stallions porciones de código maligno para hacerse con el control. Por ello, el software de Narita One, supervisado por Motherboard, traslada a un muchacho a las entrañas del ordenador y lo transforma en Narita Boy, el héroe encargado de rescatar los recuerdos del Creador para así restablecer el equilibrio. La Tecno Espada y cierta ayuda extra es con lo que deberá valerse para sortear los obstáculos.

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Narita Boy aglomera tantas cosas que a veces es inevitable que junto a sus aciertos resalten detalles que generan sensaciones encontradas. La historia es más profunda de lo que aparenta y el diseño es realmente llamativo, tanto por su pixelado como por los efectos visuales, dándole mucho estilo propio. Mención especial a las criaturas y muchas localizaciones, con un arte sobresaliente. Sin embargo esa apuesta visual a veces corre en su contra, especialmente por esos constantes cambios en la luminosidad (los flashes o el efecto de monitor antiguo) que fatigan la vista fácilmente, sobre todo por el omnipresente ghosting. Cuidado los que tengáis fotosensibilidad o epilepsia.

Un punto destacable también es el sonido. Ese sintetizador ochentero es troncal, pero en ciertos momentos toma unas acertadas inspiraciones como la música para clavicordio, el estilo spaghetti western que puede recordarnos a Ennio Morricone o incluso el heavy metal y el techno. A pesar de no ser una banda sonora especialmente destacable, sí que va en consonancia en todas las situaciones, dejando algún que otro temazo y momentos épicos.

Volviendo a la trama, que arranca algo torpe y caótica (quizás demasiado precipitada), destaca desde el principio por un misticismo y metafísica hacia la programación y el mundo virtual; parece inspirarse en películas como Tron, El Cortador de Césped o incluso Juegos de Guerra. Y todo ello —pero no menos importante— como complemento de “El Creador”, personaje central de la obra que es una suerte de Steve Jobs con influencias niponas. Los guiños hacia los años 80 y el mundo de la tecnología están asegurados para los más geeks, por lo que es recomendable tener conocimientos de informática para comprender la poética historia. Esto puede ser decisivo, ya que nos sumerge en toda una jerga sobre programación que puede dificultar la comprensión de la misma para los más ajenos a este mundo… e incluso teniendo dichos conocimientos sigue siendo un tanto críptica.

Aunque tras esa primera capa nos encontramos con una historia bastante emotiva. El hecho de que Narita Boy tenga que rescatar las memorias del Creador para traerlo de vuelta, nos sumerge en un sentimentalismo que conecta con el lado más humano. Sólo comprendiendo las emociones del Creador llegaremos a la conclusión de que el Reino Digital es más que un atractivo lore. Incluso hay claras referencias religiosas (sacerdotes, templos, oraciones, dogmas, profecías, etc) que engrandecen esa profundidad. El tan nombrado Tricroma no es sólo el nombre del poder que emana todo, sino que alberga un significado que iremos desentrañando a lo largo de la aventura. Una trinidad de conceptos bajo los colores amarillo, azul y rojo, que desembocan en un velado simbolismo de la luz. Toda una voladura de cabeza digna de ser admirada.

La jugabilidad tiene sus defectos, ya que el personaje posee unos movimientos a veces poco precisos. Por ejemplo, con el salto es frecuente fallar en las secciones más plataformeras hasta que conseguimos dominarlo, y la navegación por los escasos menús no es muy cómoda. Por si esto fuera poco, algunos mapeados con varios niveles o puertas a las que acceder pueden despistar, dejando la sensación de no estar todo lo ubicados que nos gustaría. Aunque podemos destacar la variedad de modos de juego en algunas secciones, haciendo guiños a estilos más arcade sin hacerlo tan monótono.

Las batallas contra jefes no son especialmente difíciles, como tampoco contra los enemigos más comunes. Alguna que otra vez nos sorprenderán hordas de Stallions o ciertas criaturas que nos harán morir y volver atrás hasta que nuestra destreza (y estudio de sus patrones) sea la suficiente como para seguir adelante, siendo bastante balanceado. Eso sí, la recta final del juego es fantástica porque lo da todo en un frenesí de batallas, arte visual y sonoro que merece la pena disfrutar.

# por los ciclos de los ciclos, Sensei;

Narita Boy no es un producto para todos los públicos. En las manos de los más jóvenes o aquellos que busquen agilidad en el gameplay puede resultar algo tosco. Su peculiar narrativa, así como su ritmo, tampoco están al alcance de la paciencia de cualquiera. Es un buen juego pero hay que ir bastante abierto de mente para ponerse a sus mandos y dejar madurar la historia, además de ser un fanático de la tecnología. No en vano, de alguna forma, parece casi indiscutible que el título es toda una oda épica al Macintosh de 1984, a los cambios de la vida y a nuestros demonios internos.

Su fuerte está más en lo que nos cuenta que en la jugabilidad, la cual ya comenté que por desgracia flaquea en algunas cosas. Una experiencia diferente para disfrutar con calma, sin largas sesiones, porque insisto en que los diálogos y los efectos de luz exigen descansos frecuentes para evitar la fatiga. Además posee una duración acertada, así que esos parones nos vendrán muy bien para afrontar la aventura con todas las ganas que merece sin saturarnos.

Fluid por el resplandor del Tricroma hasta encontrar el equilibrio de vuestros algoritmos. 🟨🟥🟦


Esta crítica se ha realizado con una copia para PC adquirida por la propia redacción.