Del reto tecnológico al reto social

Trabajar con niños o ser padre o madre de ellos te ayuda a darte cuenta de que las cosas, sin importar cuánto tiempo pase o cuánto avance la tecnología, siguen siendo iguales. Hace unos días estaba hablando con una amiga que estaba trabajando de canguro y la conversación se interrumpió cuando el pequeño de los zagales se había dado cuenta de que su hermano mayor había desconectado su mando y, aunque presionaba los botones con más fuerza que maña, su personaje no respondía a las órdenes que este le estaba dando.

Como el hermano pequeño que soy, esto me resultó demasiado familiar. Como si fuera el catador de Ratatouille al probar el plato que le hacía siempre su madre, un flashback me invadió y recordé todas aquellas veces en las que me pegaba al televisor con un controlador en la mano pensando que aquel coche, héroe o marciano de Oddword iba a donde quería gracias a mí pero no, siempre fue mi hermano y sólo jugaba cuando a él, dueño y señor del conocimiento sobre consolas del reino de mi morada, decidía que ya se había aburrido y me dejaba probar un poco de juego real. Sinceramente, creo que los hermanos pequeños somos la razón del éxito de los gameplays en YouTube, estábamos tan acostumbrados a ver cómo otros jugaban que casi todas las visitas serán nuestras…

Pantalla partidaAntes, al menos, se podía notar más si estabas siendo engañado por tu hermano, si el cable del mando no estaba bien metido en la consola ya sabías por donde estaban yendo los tiros (de tu mando no salían, eso seguro). Ahora puede ser un poco más complicado al ser todos inalámbricos ya que, imagino, no todos los pedugos sabrán que la luz que los mandos desprenden son la prueba de que están conectados.

Y si en vuestras casas no llegaron nunca las consolas y vuestros padres, o vosotros mismos, escogisteis el camino de la PC Master Race tal vez os costara más engañar o ser engañados. Ahí, por ejemplo, no recuerdo pasarlo mal. Mi hermano con su mano derecha sobre las teclas WASD y la mia sobre las flechas, éramos el terror de los minijuegos flash cuando ya empezaban a coger fuerzas.

Tal vez me aventurarme a decir que la tecnología no ha cambiado la forma de reñir con nuestros hermanos ha sido arriesgado porque todo el foco de atención que estoy construyendo con este texto – o al menos intento – sirve para alumbrar el tema principal: la pantalla compartida. Esa forma de juego que tenía sus cositas buenas y sus cositas malas pero que recuerdo todas ellas con cariño. Me parecía una aberración perder la mitad de la pantalla de mi televisor de tubo para poder jugar con alguien, por no hablar de cuando venían tres amigos a jugar a casa pero, a la vez, me encantaba poder compartir el suelo y sofás del salón de mi casa para pasar todos un buen rato. Lo que más risa me da ahora pensándolo en perspectiva era la pregunta que no fallaba nunca: ¿pero yo soy el de arriba o el de abajo?

Con el tiempo esta forma de juego fue desapareciendo. Creo que el momento en el que esta desapareció de mi casa fue cuando me regalaron una Nintendo DS a mi y a mis vecinos y descubrimos que había juegos a los que podíamos jugar todos con solo un cartucho – o, bueno, con una sola tarjeta; hablemos con propiedad -. El portal de mi casa estaba conquistado por nuestros pequeños cuerpecillos y nuestras consolas con dos pantallas cada una. Horas y horas de Mario Kart que, de haber tenido unos cuantos años más, se podrían haber convalidado como prácticas del carnet de conducir. A pesar de tener pantallas más pequeñitas se sentía mucho mejor porque cada uno tenía la suya delante de sus narices, sin opción de equivocarse de cuadrante. Cambiamos los salones por las baldosas del edificio.

Pero claro, el gran asesino de este modo de juego es, sin duda alguna, el multijugador online. Eso de poder jugar con tus amigos, o desconocidos incluso, a través de un cable de internet – que cuando se usaba el teléfono dejaba de funcionar, por cierto – cada uno en la intimidad de su salón, habitación pero nunca en las baldosas del edificio fue lo que acabó con la división de nuestras pantallas. Conforme hemos ido creciendo nos hemos ido acostumbrarnos a jugar así. Es muchísimo más cómodo, no tienes que depender de los horarios de nadie ni perder tiempo en ir de una casa a otra.

Hasta la fecha no había vuelto a pensar en las pantallas divididas. Estaban completamente olvidadas hasta que ha salido Call of Duty: Black Ops 4 y me ha salido una sonrisilla tonta al conocer que podremos poner esta opción si lo deseamos. El modo battle royale de este juego, Blackout, nos permite tener dos puntos de vista, dos jugadores, dos personas jugando al mismo tiempo, desde la misma consola. Es decir, un sistema totalmente multijugador que junta a decenas de personas – cada uno sentado en una habitación diferente, sin importar el país – ha sido la razón por la que este formato puede volver a nuestras vidas.

Ahora mismo me encantaría sentarme una tarde de domingo con mi hermano a intentar revivir aquellas tardes jugonas de hace años. Un par de refrescos, un bol de palomitas y un trozo de papel para no pringar los mandos que esta vez ambos estarán conectados y nosotros, solos, cada uno con su trozo de la pantalla de plasma que hace tiempo sustituyó la de tubo en nuestro salón y la pregunta que nunca tendría que haber desaparecido de nuestros hogares: ¿pero yo soy el de arriba o el de abajo?

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