A palabras necias, oídos sordos

Mientras hacía las maletas y me preparaba para marchar durante una temporada a Granada – mi ciudad natal -, el pasado 6 de julio soplé un año más las velas de una tarta de cumpleaños algo modesta. Habían pasado doce nuevos meses, y mi percepción, que juraba que hasta hace escasas semanas no era más que un niño con grandes aspiraciones, volvía a jugarme, nuevamente, malas pasadas. Como bien he expresado en anteriores vídeos y escritos, siempre he sentido un cierto vértigo y apatía por la impasible fugacidad del tiempo (que en más de una ocasión es, paradójicamente, la que nos impide disfrutar de los propios momentos a los que da lugar). El hecho de cumplir años, sin embargo, y por ligado que se encontrase a dicha acción, no debería de haberme resultado algo fuera de lo común. Nunca lo había sido, al fin y al cabo. Hasta ahora.

Esquivando cualquier terminología que posea una determinada sinonimia con cualquiera de las comprensiblemente confundidas ‘crisis’, de usualmente semanas de duración, este pavor agónico e imperecedero llega – al menos, en la amplia mayoría de los casos – acompañado de una cuestión aún más agónica, si cabe: “¿qué estoy haciendo con mi vida?” Mientras miles de personas triunfan – en mayor o menor escala – desde una muy temprana edad, ya sea a través de cualquiera de las siete reconocidas artes, a través del mero azar o gracias a su versatilidad en los más extraordinarios campos, un servidor, a pesar de su constancia y ambición, apenas ha logrado hallar, tras años de formación y trabajo, un techo bajo el que convivir mientras continúa construyéndose como desarrollador y programador. Todo para, en el mejor de los casos, acabar en una oficina – probablemente extranjera, a miles de kilómetros de casa – cobrando una pensión ligeramente superior al salario mínimo interprofesional. Ante esta premisa, con la que tras años de deliberación me hallo feliz y conforme, resulta fácil plantearse, especialmente cuando se observa desde un plano exterior, si realmente es ese el objetivo por el que ha merecido la pena luchar durante tantísimo tiempo. Pero, sobre todo, si realmente se ha luchado bien.



Ya en 2013, LuzuVlogs sembraba la semilla del debate con su apasionante y viral ‘El Camino del Éxito’, donde nos hablaba de la relevancia de la perseverancia y de su virtud con respecto a lo innato del talento. Mientras duermes, hay otra persona que está trabajando para superarte; para llegar hasta donde tú quieres llegar. Pero, ¿acaso dicha afirmación, más allá de la cuestionable certeza que defiende, debe de culpabilizarnos, haciéndonos culpables de nuestro relativamente vulgar nivel de vida? Y consciente de que el trabajo no siempre resulta en una puerta directa a la gloria, aunque sí a una de las infinitas posibilidades que existen para tan siquiera rozarla, señalo: ¿existe, acaso, un modo correcto de emplear nuestro tiempo?

[…] Muchas veces cuando vemos a alguien exitoso que ha gastado su tiempo de otra forma diferente a la nuestra tenemos que tener en cuenta que nosotros hemos disfrutado de tardes de no hacer nada, y vaya que si las hemos disfrutado; de dormir mucho, de salir de marcha hasta las cinco de la mañana y al día siguiente dormir hasta las dos. Eso también es disfrutar. A veces, para analizar cómo hemos gastado nuestro tiempo, si lo hemos invertido bien, hay que tener en cuenta varios factores, más allá de la aparente productividad laboral del mismo.Roc 'Outconsumer' Massaguer (2014), en '325.356 HORAS'
Nier-Automata-KickStarter

NieR: Automata (2017), Platinum Games

Dentro de esa angustiosa pero necesaria espiral de procrastinación que defendió Roc, y que mancha nuestras manos día tras día con el denso tizne del cuarto pecado capital, los videojuegos conforman, con asiduidad, el ojo del huracán. Una industria multimillonaria, con nombres y apellidos, que, desde un prisma exterior, consigue alzarse como poco más que una herramienta de sofisticadas tretas capaz de raptar la niñez, juventud y madurez de una ingente cantidad de jugadores. Qué tan dantesco es nuestro medio, que, sin la menor de las recompensas, atrapa a todo aquel que osa entrar en sus redes, conduciéndolo a la más vasta incultura y sacrificando el grosso de su tiempo personal en vanales tareas realizadas a través de un mando. Qué suerte que autores, como aquellos que publican en blogs de la talla de ‘El arte de la memoria‘, habiten entre nosotros, haciéndonos llegar los peligros del Nuevo Mundo tras haber logrado romper excepcionalmente la venda que allí tapó sus ojos durante décadas.

the-last-of-us luciernagasPorque de nada sirve hablar de las funciones pseudoterapéuticas que, para aquellos usuarios con problemas de sociabilización, puede llegar a suponer el modo multijugador online de los grandes ‘blockbusters’ que a día de hoy llegan a nuestras tiendas – brindándoles un ritmo adecuado y un entorno en el que se siente seguros -, de la misma manera que, de cara a ganar voz en Internet y a sembrar un debate ilógico pero transitado, de muy poco vale barajar las puertas que te puede llegar a abrir una industria en pleno crecimiento, que permite a sus más acérrimos seguidores estudiarla como disciplina artística – centrándose en su análisis y divulgación -, así como perpetuar su legado a través de arduas labores de producción y desarrollo, obviando a aquellos afortunados YouTubers o a los más que reconocidos deportistas de élite. Porque qué sentido tendría reconocer ya no solo su dualidad como arte y entretenimiento, sino también su notoria y visible capacidad para trascender, para transmitir y para servir de ejercicios lógicos al espectador, enfrentándolo a campos de lo más variados que pueden llegar a aunar diversas disciplinas, y acercándolo a cuestiones filosóficas – como la existencia, el conocimiento, la verdad, la moral, la belleza, la mente y el lenguaje – o reforzando su capacidad empática, ubicándolo en situaciones complejas que de otra forma jamás habría podido experimentar.

El tiempo es inquebrantible, inevitable, impasible. Su paso es desolador, para todos por igual. Está en nuestra mano escoger la dirección del mismo, mas no su forma, final ni comportamiento. Suerte que contemos con ventaja, pues ninguna de nuestras acciones nos permitirá perder un solo ápice de este; únicamente emplearlo de otra manera.