Collateral

Os lo adelanto a los más curtidos (me lo agradeceréis, imagino): voy a tratar de acentuar en este artículo tan poco como me sea posible el por qué todo el tema de la preservación me tiene sin dormir; el por qué es, sin lugar a dudas, uno de los mayores problemas de los que adolece actualmente industria del videojuego. Porque es algo que ya nos es conocido, y que conviene no recalcar si uno pretende comenzar la semana sin pensamientos intrusivos que anticipen un futuro indeseable, y porque ya se ha escrito mucho, y muy bien, sobre eso. También se ha hablado mucho; hace no demasiadas semanas yo mismo me dejé caer por el podcast de Pixel Critic, Onda Píxel, para afrontar el tema junto a Jorge G. Maciá (Espada y Pluma) y Clara Doña (TodasGamers). Estamos cansados de escuchar sobre la preservación, de preocuparnos de la preservación, de proponer soluciones – que no llegan a ningún lado – a la preservación. Pero cuando alguien parece atentar directamente contra su integridad, es lo menos que podemos hacer; hablar de preservación, pensar sobre preservación, criticar la preservación.

Ese alguien tiene, hoy, nombre y apellidos. Coincidiendo con el estreno de Dragon Quest XI: Ecos de un Pasado Perdido – Definitive Edition, Square Enix ha retirado de la venta en las tiendas digitales la versión original de la propuesta, redirigiendo todas las búsquedas hacia una nueva edición que, vitaminada, presenta un coste de novedad de 39,99€, en un movimiento ya practicado anteriormente (Dark Souls, Pikmin 3) que peca de paternalista y/o de oportunista, según quiera verse. “Tú, jugador, no vayas a confundirte comprando la ‘versión mala’“; quizás ambos. Independientemente de ello, tal y como se indica vía Steam, “a petición del editor, Dragon Quest XI: Ecos de un Pasado Perdido – Digital Edition of Light no aparecerá en la tienda de Steam ni en las búsquedas“.

Aunque seguiría siendo parte del problema, puede que esta acción no se antojase tan flagrante si no existiesen muy variadas y válidas razones para querer disfrutar de la obra original. Lejos de las lecturas que puedan extraerse de ella como objeto de estudio, y partiendo de la base de que la ya ausente Edition of Light contaba con un precio completamente irrisorio que permitía su acceso a los jugadores con menos recursos, lo cierto es que el título luce ligeramente mejor en su forma primigenia, al tratarse esta remodelada Definitive Edition de una conversión directa de la edición lanzada en 2019 para Nintendo Switch, presentando esta una mayor densidad en su vegetación y una mayor calidad en sus texturas a cambio de sacrificar unos ahora muy agradecidos 60fps. Puede que para la gran mayoría de jugadores la amalgama de bondades que trae consigo la edición definitiva (nuevas historias, música orquestal, modo retro) compensen sobradamente este nimio downgrade, pero estoy seguro de que los hooligans de la resolución que disfrutan como niños exprimiendo todas las capacidades de sus monitores 4K HDR habrían agradecido tener al menos la opción del juego base, más aún cuando entre ambos lanzamientos existe tal diferencia de precio.

Siempre es angustioso denunciar esta clase de malas prácticas, porque es fácil pensar en la enorme cantidad de razones que pueden unir a alguien a un producto determinado. Aunque esa versión definitiva esté ahí y permita acceder a un contenido parecido al original, jamás podremos volver a disfrutar de la misma experiencia exacta de la que disfrutamos en 2018. Rejugar Dragon Quest XI a día de hoy no será rejugarlo; como mucho, redescubrirlo. Y aunque el caso de este RPG no lleve a muchos a posar sus manos sobre su cabeza, perpetúa una tendencia que debemos de detener, y que debemos de detener ya. No quiero vivir en un futuro donde la única forma de disfrutar de Final Fantasy X sea a través de un remaster para PS5.