Un flaco favor para el producto en pos de mantener a salvo la imagen de marca

Mi compañero Carlos Leiva (Vandal.net) bautizaba en sus artículos y redes sociales a este frígido ecuador de enero como ‘la semana negra de los retrasos’, y, a decir verdad, no creo que sea una catalogación demasiado desacertada. Si Final Fantasy VII Remake nos dejaba un miércoles gris con su peculiar aplazamiento hasta el 10 de abril, Marvel’s Avengers hacía lo propio tan solo unas horas más tarde, moviéndose hasta el 4 de septiembre. En las últimas horas, no obstante, han sido los chicos de CD Projekt RED quienes han querido llevar dicha decepción al extremo más absoluto retrasando uno de los lanzamientos más esperados de toda la generación, Cyberpunk 2077, hasta nada más y nada menos que el 17 de septiembre, lo cual supone un atraso de más de cinco meses con respecto a su estreno original.

Que una propuesta de la talla de Cyberpunk 2077 sufra un retraso así no debería de ser alarmante, si bien en este caso lo resulta por varios motivos. Desde una primera instancia, no solo es llamativa la inmensidad de la dilatación temporal que se ha parido entre ambas fechas, sino que también lo es a la hora de tener en cuenta la anterior coyuntura, que dejaba un muy escueto plazo de tiempo entre los días que corren y la primera fecha. Sin embargo, creo que lo inquietante de este movimiento se encuentra en la cercanía del estreno final no con otras propuestas de semejante calibre (como Ghost of Tshushima o el propio Marvel’s Avengers), sino con unas consolas de próxima generación a las que la entrega nunca ha cerrado sus puertas, y que, por tanto, a buen seguro dividirán a una comunidad ansiosa por las nuevas tecnologías que parcialmente priorizará la adquisición de estas – mas aún, sabiendo que en un futuro podrán disfrutar del título en una versión óptima -.

A sabiendas de ello, ¿qué motivos podría encontrar el estudio polaco para llevar a cabo una operación así, a sabiendas del enorme impacto mediático y comercial que tendrá en el producto? Bien es cierto que muchos podrían pensar, a efectos del populismo perenne en el que tiende a bañarse la compañía, que dicha elongación bien podría deberse al mimo con el que se trata a los trabajadores en una empresa que parece rezumar cariño por el medio y que tiende a defender a capa y espada los derechos de los trabajadores. Nada más lejos de la realidad, pues recientes declaraciones por parte del CEO Adam Kicinski desencajaron la mandíbula de medio Twitter dada la franqueza y sinceridad con la que se asumía la existencia (y consecuente extensión durante el medio año venidero) del dantesco periodo de crunch que tanto hemos criticado en HyperHype, y al que por tanto no dedicaré más líneas de las debidas en este artículo.

CD Projekt RED

Sentadas las bases, mi hipótesis – aquí hemos venido a jugar -, más allá de la obviedad que supone el hecho de querer ofrecer un buen producto al consumidor que durante tantos años ha estado esperando el lanzamiento, se resume en la prioridad del estudio por no repetir los errores que en su día tuvieron con The Witcher 3: Wild Hunt, y que, entre el polvo y las cenizas levantadas por los vientos del downgrade y de los bugs, le facilitaron al estudio perder una cierta reputación que ha acabado recuperando con el paso del tiempo, pero que ya no parece dispuesta a dejar volar. A lo largo de estos años, con sus regalos, sus tweets y su cercanía en servers como los de Discord, CD Projekt RED ha adoptado una imagen amigable que casi ha difuminado todas las barreras existentes entre el producto y la compañía. Ahora ellos son su propio producto, y, dadas las condiciones laborales y sociales que buscan, sin una comunidad como la que tienen estarían perdidos.

El retraso de Cyberpunk 2077, a todas luces, les dolerá a los polacos más que a nadie, pero no será nada comparado con la absoluta decepción técnica que podría haber llegado a ser de lanzarse el 16 de abril. Y eso es algo que me parece lógico y respetable. Eso sí, no habría estado nada mal llevar a cabo el movimiento de una forma algo más ortodoxa; pasar de cuatro a nueve meses de espera propone una brecha en la que muchos encontrarán serias dificultades para saltar.