La ciudad en las nubes

Ah, la estética ciberpunk. ¿O no es solo una estética? Aunque para muchos así sea, se trata de un género en sí mismo y Cloudpunk existe para demostrarlo. Y es que este debate está aún sobre la mesa y, aunque no lo queramos, lo seguirá estando, principalmente con el pausado acercamiento de la salida de Cyberpunk 2077 que, sin duda, abrirá viejas heridas entre los fans del género, los puristas y los adictos a las historias “adultas” en las que sin sangre y sexo no tenemos nada.

Cuando hablamos de que el ciberpunk no es solo una estética y que, en líneas generales, tendemos demasiado a desvirtuar el término para orientarlo hacia el sexo, las drogas, los prostíbulos futuristas llenos de neón en una sociedad decadente y ruinosa, es porque ejemplificar así unas construcciones genéricas que ya William Gibson exploró hace muchos años, parece simplista y, si cabe, morboso. Una excusa para acercarnos a esa situación porque “mola” y así lo justificamos. Y sí, la estética puede parecernos atractiva visualmente, pero va más allá. Sería algo así como referirnos a la Edad Media con batallas entre ejércitos, hachazos en el cuello y poco más. Sabemos que hay un contexto, unas costumbres, unas gentes que tienen actividades diarias, una sociedad para explorar, etcétera. No todo implica batallas o caballeros, aunque fueran parte relevante de la historia. En una trama sobre el futuro distópico que plantea el género ciberpunk, no todo son batallas campales entre mafias de transhumanistas que trafican con drogas y humanos. Sí, habrá de todo, igual que hay de todo en nuestra sociedad y, al final, es el autor el que decide qué explorar y qué no, pero nunca está de más orientar las historias hacia algo más mundano, cercano a los habitantes de ese mundo futurista.

Vayamos al grano: Cloudpunk nos pone en la piel de una chica, Rania, que en busca desesperada de dinero, se ha apuntado a la empresa de reparto que comparte nombre con el título del juego. La legalidad de nuestro empleo está en entredicho y lo cierto es que la empresa parece bastante ilegal para la autoridad competente de la ciudad en la que nos moveremos. Sin embargo, esto no reduce la cantidad de encargos que recibimos y, por lo que parece, todos en Nivalis —así se llama la gigantesca urbe rodeada de nubes— necesitan a alguien que lleve objetos de aquí para allá. La obra nos sumerge en el trancurso de una dura noche de trabajo en la densísima ciudad, la única que se conoce pues, según nos cuentan, fuera de Nivalis solo hay pequeñas poblaciones. Estamos en un futuro muy lejano, en el que gran parte de nuestros valores actuales se han perdido en pos de una sociedad completamente transformada, entremezclada con las inteligencias artificiales y en la que la consciencia es algo complicado de discernir, entre tanto androide capaz de competir con los humanos. Incluso internet queda relegado a una antigüedad digna de los primeros ancestros, pues todo su sistema se ha convertido en algo casi orgánico e interconectado, dando vida propia a la ciudad.

Nuestra intención, ahora que nos hemos mudado a la gran ciudad, es conseguir dinero para establecernos en condiciones y ayudar a Camus, nuestro perro, que parece haber perdido su cuerpo (algo, por lo visto, normal) y se tiene que comunicar con nosotros a través de la IA de nuestro vehículo: un HOVA. Esta especie de coche volador nos lo proporciona la propia Cloudpunk al entrar a trabajar para ellos, pero podremos hacer pequeñas mejoras visuales e incluso modificar su aspecto cuando la trama nos lo pida. Estas mejoras son principalmente estéticas, aunque tendremos alguna para potenciar nuestro vuelo, dándonos algunas facilidades que ciertamente se agradecen, pues controlar un vehículo en tres dimensiones intentando ser parte del tráfico es más complejo de lo que parece y uno de los principales indicadores de que nunca, en la vida, podrían dejarnos conducir coches voladores: se iría todo a la mierda demasiado rápido.

Bromas aparte, transitar por una ciudad tan concurrida puede antojarse simple si queremos evitar el tráfico: bastaría con subir un poco y movernos entre edificios. Y lo haremos, pero para realizar la aproximación final a algún lugar donde poder aparcar nuestro HOVA, porque la gracia es la velocidad de propulsión que proporcionan las zonas pensadas para vehículos: una especie de “canales” o “autovías” en las que iremos bastante más rápido. Esquivando camiones, vehículos policiales que vayan más rápido de la cuenta e incluso monorraíles gigantescos que cruzan el cielo, tendremos que servirnos de nuestras habilidades como conductora de este servicio clandestino de reparto para transportar las cosas lo más rápido posible. No solemos tener una presión de tiempo excesivamente grande, pero en algunas ocasiones sí nos pedirán que nos apresuremos. Siguiendo los tropos del arquetipo del transportista: “no mires el paquete”, “no hagas preguntas”, tendremos que conducir al ritmo de la música synthwave que tan bien congenia con el arte. Cualquier interesado por el cine habrá visto Drive que, sin sumergirse en la estética ciberpunk, goza de un gusto excepcional por los neones y la música electrónica.

Y es que la ambientación no podría ser mejor en Cloudpunk. Los tonos musicales que nos acompañan potencian la experiencia y amenizan nuestros viajes, pero cuando nos bajamos del HOVA y caminamos por las calles de Nivalis, otra dimensión se abre. Aquí toma el protagonismo las inspiraciones en Blade Runner, que no pasaré a describir dada su notoriedad ya evidente a día de hoy, pero sí puedo comentaros que hacer una pausa para comer fideos en un pequeño puesto callejero es una de esas cosas que todos queremos hacer y que aquí se nos permite, si nos dejamos llevar por una ciudad tan absorbente como mística. Sí, mística, pues parte de la trama de fondo tendrá que ver con CODA, un misterio por resolver en forma de leyenda urbana. Pero también en un sentido más amplio: en relación con la interacción entre personas, distritos, inteligencias artificiales y androides, así como el misticismo cibernético que plantean obras como Ghost In The Shell. Las máquinas son complejas y la ciencia ficción ha reflexionado sobre ellas desde sus inicios, ya bien entremos en las leyes robóticas de Asimov o simplemente nos planteemos las posibilidades de las inteligencias artificiales y de cómo afectaría su implementación total a nuestras vidas y a nuestra sociedad.

Personalidades tan variopintas como extrañas pueblan la ciudad. Control, quien nos manda encargos desde la sede de Cloudpunk, parece un anciano cansado de su trabajo. Nosotros encarnamos a una foránea que ha decidido internarse en una ciudad adormecida en sí misma, a la vez que despierta como nunca gracias a las posibilidades tecnológicas. Una vecina nuestra es un androide y en nuestros encargos conoceremos a gente de todos los estratos sociales, desde los distritos más bajos y descuidados de Nivalis, donde los edificios son prácticamente módulos sustituibles, hasta las zonas más altas en la cúspide, donde pedir una pizza a una empresa de transporte ilegal no está mal visto porque el dinero lo permite. Las corporaciones han segregado por completo a los habitantes de esta gigantesca capital, relegándolos a números inconscientes de su posición social que, en ocasiones, intentan hacer algo por salir del sumidero de entropía en el que se han sumergido.

Con todos estos personajes tendremos diálogos, tan irrelevantes como profundos, pues con poco dicen mucho sobre el mundo en el que Cloudpunk tiene lugar. Si bien es cierto que el título peca en cierta medida de ser demasiado iconófilo —si se me permite la expresión— , llenando el mapa de sucesivos grupos de coleccionables que recoger y que, realmente, no son demasiado relevantes. Pero con la inclusión de un nuevo modo de cámara que permite alternar entre la panorámica y un tercera-primera persona para movernos por los callejones cuando lo deseemos, esto cambia. Ahora, la recogida de estos coleccionables, así como el ir decorando nuestro apartamento con el dinero que conseguimos por nuestros trabajos —en ocasiones, reducido, por haber optado por una decisión más ética pero menos beneficiosa—  se torna mucho más visual, dejándonos estampas tan espectaculares como las que adornan este artículo.

“La cosa mejorará después de esta noche. Te lo prometo”

La gente de ION LANDS ha apostado por un título en el que no realizamos ningún disparo, ni trata de vendernos un mundo rico en misiones, posibilidades y horas de juego ilimitadas. Cloudpunk está ahí para mostrarnos su estética, su ambientación y su ciudad, la verdadera protagonista que, con sus gentes, nos tendrá perdidos durante bastante tiempo simplemente disfrutando de escenas espectaculares, de conversaciones interesantes y en definitiva, de las pequeñas cosas que constituyen un conjunto mayor: un mundo futuro en el que la personalidad se ha diluido en pos de otras prioridades, dejándonos carentes de raciocinio social y, por ende, de humanidad.


Este análisis ha sido realizado con una copia para PC adquirida por la propia redacción.