El secreto está en la masa

Pizza y videojuegos. Videojuegos y pizza. Dos conceptos que siempre han ido de la mano desde tiempos de las recreativas. Desde Lego Island, donde Pepper Ronni repartía pizzas entre las minifiguritas de Lego, hasta aquel arcade de mi infancia, Radical Bikers, un alocado título al estilo Crazy Taxi en el que manejabas a motoristas repartidores de pizza por la ciudad. O los clásicos beat’em ups de Las Tortugas Ninja, donde recoger una porción era clave para recuperar vida. La idea de ser repartidor o involucrarse con la pizza ha servido de excusa para exploraciones absurdas, frenéticas y divertidas. No olvidemos tampoco las misiones míticas de reparto de Spider-Man 2, con aquella tonadilla napolitana de fondo. Incluso hay propuestas más experimentales, como Infinite Pizza o Pizza Tower, que juegan con conceptos surrealistas alrededor del plato italiano.

Entregar no es lo mismo que compartir

En medio de este imaginario, A Pizza Delivery, el debut de Eric Osuna, toma una premisa aparentemente trivial y la convierte en algo profundamente humano: un viaje introspectivo sobre empatía, conexión y estancamiento vital.

La historia es sencilla: una repartidora llamada B debe completar su última entrega del día. Pero cada pedido es un encuentro con una vida suspendida, con un alma atrapada en su propio limbo. No se trata de llevar una pizza, sino de escuchar a quien la recibe. De estar presente. Esa honestidad y vulnerabilidad se perciben en el ambiente del juego, en su ritmo pausado y en la sensación de que cada paso importa.

Nos encontramos ante un walking simulator en el que, ocasionalmente, se nos pedirá resolver algún puzle. El mundo que propone Osuna es un no-lugar, un espacio liminal donde el tiempo parece haberse detenido. Como ocurría en El viaje de Chihiro, estamos en un mundo onírico que actúa como metáfora de los asuntos sin resolver que habitan en el subconsciente.

Una porción de sueños

El acabado técnico cumple con lo justo: no es un prodigio visual, pero tampoco pretende serlo. Es un proyecto íntimo, desarrollado por una sola persona durante cinco años, que sabe exprimir al máximo sus recursos. En ese aspecto destacan especialmente la iluminación y la ambientación. La iluminación es pictórica: luces cálidas que acarician paredes vacías, destellos de neón que se disuelven en la niebla, praderas imposibles bajo auroras boreales. Cada nivel se siente como un sueño que se resiste a desvanecerse. Aunque no alcanza el refinamiento de títulos como Firewatch o Gone Home, consigue momentos que capturan algo de su esencia. Lo cual, para una obra debut ya es encomiable.

Lo breve de la experiencia no le resta valor: puede completarse en una sola tarde, pero su duración parece hecha a medida para el tipo de historia que quiere contar. Parte de su encanto reside en los pequeños trucos visuales y sensoriales con los que sorprende al jugador: un pasillo infinito de puertas que se repite hasta el vértigo, paredes que se retuercen sobre sí mismas, un minijuego efímero en el que lanzamos una piedra al mar y observamos cuántas veces rebota, o un puzle destacable en el que debemos impedir que la lluvia moje la pizza. Son momentos breves, casi caprichosos, pero que transmiten una enorme sensibilidad.

El control de la moto Vespa de B es sencillo e intuitivo: no busca realismo ni simulación, limitándose a lo esencial. . No hemos venido a competir, sino a dejarnos llevar. La conducción no es un desafío, sino un modo de pensar mientras el mundo pasa a nuestro alrededor. Cumple su propósito narrativo pero se siente algo vacía como mecánica.

Con extra de introspección y mozzarella

En cierto modo, A Pizza Delivery puede recordar a otros juegos centrados en el acto de repartir, como Lake o Death Stranding, aunque su enfoque es muy distinto. En Lake, el jugador encarnaba a una cartera con un trabajo real, una rutina y un mapa concreto: había un pueblo que conocer, vecinos con los que conversar y un ritmo cotidiano que estructuraba la experiencia. Todo respondía a una lógica tangible, casi costumbrista.

En cambio, A Pizza Delivery se mueve en un terreno mucho más onírico y simbólico. B no tiene horarios ni rutas establecidas, ni siquiera varios pedidos que entregar. Es una repartidora sin destino fijo, una figura errante que avanza por paisajes que parecen existir más en la memoria que en el presente. Su pizza no es tanto una mercancía como un gesto de compartir, y los NPCs a los que se acerca no son clientes, sino almas dispersas con las que establece un vínculo efímero. Hay solo uno por nivel, pero cada encuentro tiene el peso de un ritual.

En ese sentido, el juego también comparte algo con Death Stranding, aunque desde la intimidad y la vulnerabilidad. Donde el título de Kojima convertía el reparto en un acto heroico, casi mesiánico, A Pizza Delivery lo reduce a su esencia: un gesto pequeño, frágil, pero profundamente humano.

La banda sonora de LaFrancesssa acompaña este tono con delicadeza. Piano, sintetizadores suaves, cuerdas que flotan y desaparecen con el viento. Construye una atmósfera tranquila que cumple sin imponerse, reforzando el carácter pausado y contemplativo del juego.

Cuidado con los bordes

A Pizza Delivery - B y Pora

B y Pora

Y aunque la experiencia es rica y poética, hay detalles que podrían pulirse: algunas animaciones y sonidos podrían mejorar, y la interfaz y el menú podrían aprovecharse más para reforzar la narrativa, al estilo del diario de Life is Strange, donde se recopilaban notas, fotos o recuerdos que ayudaban a construir la historia interior del personaje. En A Pizza Delivery, los objetos que encontramos cuentan historias de sus portadores. Si bien el juego incentiva la exploración mediante estos coleccionables que nos ayudan a conocer mejor a sus personajes, en ocasiones la narrativa resulta demasiado enigmática, dejándonos con ganas de saber más para establecer una conexión más profunda con ellos. Por eso, sería interesante poder releer esos fragmentos más adelante.

El sistema de guardado podría beneficiarse de algunas mejoras. No siempre queda claro cuándo se guarda la partida, y actualmente solo permite un único slot que se sobreescribe al iniciar una nueva partida. Contar con varias ranuras disponibles sería ideal para quienes quieran experimentar diferentes caminos o simplemente continuar en otro momento con tranquilidad.

Se han detectado, además, algunos bugs puntuales durante la exploración. En mi caso, quedé atascado entre las tumbas de un cementerio mientras buscaba un coleccionable, lo que requirió reiniciar el nivel. Para un proyecto desarrollado en solitario durante cinco años, son detalles técnicos comprensibles, aunque contar con checkpoints más frecuentes ayudaría a suavizar estos tropiezos ocasionales. Nada que empañe la experiencia general, pero mejoras que sin duda enriquecerían el conjunto.

El sabor del último trozo

El final, con ese campo de girasoles y ese tierno abrazo espontaneo, logra arrancar una sonrisa sincera y deja un espacio para la reflexión: A Pizza Delivery no premia la velocidad, sino la empatía.

Un título breve, poético y honesto, que demuestra que a veces la mejor entrega no es la que llega antes, sino la que se comparte. Como debut, Eric Osuna ha demostrado tener una voz propia en el panorama del desarrollo independiente español, y será interesante seguir de cerca qué nuevos proyectos nos traerá en el futuro.

Disponible el 7 de noviembre de 2025 en PC (Steam y Windows), PlayStation 5 y Xbox Series por 13,99€, con un 20% de descuento durante las dos primeras semanas.


Esta crítica ha sido realizada con una copia digital para PS5, cedida por Dolores Entertainment.