Sueños, esperanzas y morriña de un pasado del que nos alejamos

The Longest Road on EarthCostumbrismo, la atención dedicada al retrato de las costumbres típicas de un país o región en obras literarias, pictóricas, multimedia. Bajo esta palabra muchas obras han representado a cientos de países y aun más regiones, pues más allá de la estética que se pueda reproducir y sirva de inspiración para la obra, el costumbrismo es, esencialmente, una carta de amor. Esta no tiene que tener una razón en específico, puede ser amor a la tierra donde naciste, a la región que te vio crecer, el lugar que te acogió o del que caíste encandilado y querías honrar. El amor es la esencia, el deseo de hacer llegar tu obra a la gente y que esta descubra ese rincón especial que les has querido mostrar, para mí, esta es la esencia del costumbrismo. Como manchego os puedo hablar de muchas cosas, os puedo hablar de las casas pintadas de azul y blanco, de las amplias extensiones de cultivos que tiñen mi tierra como un mar amarillo, de la comida, de las costumbres, de lo que hace a esta tierra especial. Sin embargo, este discurso parece cada día más escaso, pues el globalismo se ha encargado de destruir las múltiples realidades que cada región ofrece para unificarlas en torno a una única, que sirve como pasado común para todo el mundo, el pasado de EEUU, y es en este punto donde nos hallamos con The Longest Road on Earth en un dulce encuentro adornado con una triste melodía de fondo.

La obra nacida de la colaboración entre Brainwash Gang y TLR Games, donde Raw Fury ha participado como editor, logró financiarse a través de una exitosa campaña en Kickstarter en 2019, culminando con su lanzamiento el pasado 27 de mayo de este año. Para hablar correctamente sobre The Longest Road on Earth cabría decir que, un buen punto de referencia, podría ser el trabajo de Simogo Sayonara Wild Hearts. Esto es principalmente debido al peso que adquiere la música dentro del juego, siendo la base sobre la que se cimienta, ya que el gameplay se divide en diferentes tipos de juegos con una fuerte conexión común. Esto es igual en The Longest Road on Earth gracias al increíble trabajo de Beatriz Ruiz-Castillo, conocida como Beícoli. Diferentes historias íntimas envueltas entre trapos de soledad, costumbres y hogar se nos irán presentando unas tras otras, protagonizadas por personas normales y corrientes, currantes que viven a pie de calle, sacando adelante una vida que muchas veces puede parecer cuesta arriba, pero por la cual merece la pena seguir luchando.

Todo esto se desarrollará en un ambiente nostálgico que tiñe la pantalla de un blanco y negro constante, y de unas ambientaciones que van a la par de esta estética, pues veremos el tiempo pasar desde el EEUU más rural hasta tiempos modernos donde las altas torres de cemento y hierra ya coronaban las ciudades, todo para dotar al juego de una sensación de pasado, de historias de antaño cuyo desarrollo se cuenta y su final desconocemos.

Es este en el punto en el que, desde el principio, he querido hacer hincapié, pues la localización, a pesar de no haberse dicho de manera implícita, podemos llegar a intuir que nos encontramos en Estados Unidos, principalmente gracias a las estructuras y edificios que se nos presentan, al igual que los barrios, muchos de ellos de corte trabajador y que vemos como pueblan las ciudades del país norteamericano. Mi reflexión no puede ir mucho más allá de lo explicado en el primer párrafo, pues no me termina de atraer esta estética de un pasado que no nos pertenece, pero que parece que se nos impone; un pasado que no es nuestro y que, posiblemente, si lo pensamos tranquilamente, ni queramos. Este hecho adquiere una mayor magnitud sabiendo que el estudio tras The Longest Road on Earth está compuesto en su mayoría (o totalidad) por desarrolladores españoles. Que esto no sirva como crítica destructiva, pues esa no es mi misión, sólo como un punto de vista más en un amplio mar. Quiero hablar y quiero que se nos hable de sitios no hegemónicos, quiero historias que se podrían contar también en la Asturias más profunda, en la Extremadura recóndita o en La Mancha devastada, quiero historias más cercanas y no tan cercanas, quiero muchas cosas pero sé lo que no quiero, no quiero lo de siempre, no quiero un discurso que se nos ha marcado a fuego tras años y años de propaganda del país de la “LIBERTAD” en mayúsculas para ocultar toda la ruina detrás suya.

Un agradable sabor a nostalgia que no nos pertenece

Me habría gustado mucho que The Longest Road on Earth hubiera sido una carta de amor al costumbrismo como lo fue el aclamado Blasphemous, donde se realizó una rocambolesca deformación de la realidad de una antigua tradición para convertirse en un producto único que rezuma cariño por su tierra, por sus músicas y por sus tradiciones. Aun así, sigue siendo un grandioso juego, un hilo musical que conecta de maravilla de comienzo a final, como si el juego se hubiera construido alrededor del mismo y no al revés, unas historias desalentadoras, pero historias de la vida, vidas con amor, vidas con pasiones, vidas de disfrute y sueños, vidas al fin y al cabo. Será ese juego que recordaremos con cariño, como la postal que nunca ha sido enviada y vive entre los cajones de la morriña, donde muchas historias conviven y cuyo destinatario nunca vio.


Esta crítica se ha realizado en base a un código facilitado por Raw Fury.