La flota más temida de los siete mares

Explorar es una de las mejores actividades que podemos desempeñar en el videojuego. Es una característica única, intrínseca del medio y que nos permite descubrir por nosotros mismos elementos que los desarrolladores escondieron para que nuestra curiosidad se vea satisfecha. Y si hay algo que puede competir con los juegos cuya movilidad potencian una gran exploración del escenario, como bien podría ser Breath of the Wild, son los títulos que permiten una gran exploración por mar. En esta línea encontramos a Sail Forth, un videojuego desarrollado por David Evans y publicado por The Quantum Astrophysicists Guild donde el mar es el principal protagonista, no un simple trámite a la hora de desplazarnos.

Podría haber iniciado esta crítica con unos versos del temido pirata de Espronceda, pero creo que contar mis vivencias en este interesante mundo es algo menos presuntuoso y más divertido. Como decía al principio, explorar es entretenido. Sobre todo porque, jugando, no corremos el riesgo de pillar escorbuto, morir ahogado en una tormenta o que nos abra en canal un pirata al que le molan nuestras botas. Por suerte, los piratas en Sail Forth (y me atrevería a decir que esto aplica a todos los personajes) son excéntricos a más no poder y no parecen tener la intención de atravesarnos con un sable. Aquí la seriedad brilla por su ausencia en una aventura donde echar unas cuantas risas y conocer a individuos pintorescos, siempre dispuestos a gritar algún improperio al más puro estilo del célebre Haddock de Hergé. Eso sí, necesitaremos un buen nivel de inglés si queremos entender lo que intentan contarnos, pues las palabrejas forman parte de la jerga del mar más profundo (siempre podemos elegir un inglés más simplificado en la selección de idioma, pero la experiencia merece la pena).

Despertar en una barcaza a punto de irse a pique no suele ser la sensación más agradable. Aquí, sin embargo, marca el comienzo de una aventura que puede acabar convirtiendo ese barquito en toda una flota de navíos de guerra. Pero no os dejéis engañar por el apartado artístico tan cuqui y amistoso: el mar es despiadado. Tras horas surcando las olas y dominando los vientos, algo que es bastante sencillo en la teoría, pero que no tiene por qué serlo del todo en la práctica, me topé con una tormenta. Mi flamante Edrasta (así llamé a mi barco) venía recién construida gracias a un comerciante que nos permite adquirir nuevos buques. La barcaza se quedaba pequeña y si quería compartir espacio con otros tres tripulantes iba siendo hora de cambiar. Pero esa tormenta inesperada generó grandes olas, además de fuertes rachas de viento lateral para el cual no estaba preparado. En lugar de replegar las velas seguíamos con todo desplegado, lo que acabó en catástrofe.

La narrativa emergente está bastante presente (como en otros tantos títulos donde debemos gestionar nuestros materiales). El poder perder a parte de la tripulación, así como los cañones y recursos que hayamos conseguido nos genera la tensión necesaria para prestar atención a la navegación y cuidar nuestro barco por encima de todo. Y esto tenemos que hacerlo en las decenas y decenas de islas que iremos encontrando, aunque no podamos desembarcar en ellas. Pero siempre hay algo que hacer, eso sí. Antes de continuar con nuestro rumbo podemos dedicarnos a pescar, obteniendo peces que llevar ante un viejo marinero dispuesto a desbloquear tintes que su compañero puede utilizar sobre nuestro navío. También podemos hacer fotografías, algunas por petición de individuos y otras por puro entretenimiento como las que decoran estos párrafos. Debemos prestar atención a los buques abandonados, por si pudiéramos rescatarlos para nuestra flota, o a los mercantes que ofrecen todo tipo de suministros, entre numerosos tipejos tan solitarios como amigables que encontramos dispersos por estas aguas.

Lo que tendremos que hacer, sin duda, es combatir. Y aviso a navegantes de que el combate naval no es disciplina menor. Si queremos sobrevivir a los sucesivos abordajes piratas (o ser nosotros los despiadados atacantes) tendremos que ir bien preparados. Esto supone equilibrar nuestro barco entre defensas y armamento. Así, querremos con toda posibilidad un buen cañón de proa que tenga mucho alcance para perseguir a nuestra presa a toda vela, mientras que buscaremos otros cañones con un gran ángulo lateral para babor y estribor, cubriendo así todos los sectores posibles a nuestro alrededor y convirtiendo a nuestro barco en una máquina de guerra. Además, tendremos que dominar el velamen, imprescindible en la batalla para disponer los barcos enemigos a tiro, pues cada navío posee el suyo propio y permite diversas velocidades (aunque siempre podemos recurrir al remo cuando el viento sea incontrolable).

El clan pirata parece ir en busca de algo. No tenemos muy claro qué son esos cristales refulgentes ni esas piedras especiales, pero parecen extremadamente importantes. Por suerte, un científico nos ayudará a investigar más sobre ello, mientras ampliamos nuestro arsenal con nuevos inventos. Eso sí, para completar el 100% y desentrañar todos los misterios (algunos de ellos con un toque fantástico casi lovecraftiano) echaremos un buen puñado de horas, siempre navegando hasta donde alcance la vista. Por suerte, navegar es extremadamente satisfactorio. En numerosas ocasiones hemos hablado de la inclusión de elementos por el mero hecho de rellenar contenido en videojuegos de alto presupuesto, como un vehículo que solo controlamos unos minutos en toda la trama o un puzle circunstancial que aparece solo para entretenernos unos minutos más. Pero aquí el mar es el centro de todo y navegar es la principal actividad.

Todo lo dicho hasta ahora puede parecer sencillo, pero la cosa se complica cuando disponemos de más navíos en nuestra flota, que también requieren de cuidados, armamento y tripulación. Por suerte, son completamente independientes y, si bien consumen madera (el principal recurso) para repararse, podemos establecer prioridades y tenerlo todo medianamente controlado. También podemos ponernos a los mandos de otro barco de nuestra flota si así lo deseamos, pero en general nuestros otros capitanes se encargarán de dar vueltas en nuestras proximidades y atacar a nuestros enemigos cuando sea necesario. 

Parece que tenemos el viento a favor. ¡Avante toda!

Sail Forth es prácticamente todo lo que cualquier jugador desearía de un título de aventuras con simulación de barcos y navegación, a falta de un multijugador. Su apuesta por lo minimalista en lo estético lo hace maravilloso para cualquier nostálgico de Wind Waker. Todo es muy bonito visualmente hasta que llegamos a la segunda zona con ruinas en el mar, y se vuelve más bonito aún. Pude probar una demo hace ya un par de años y el juego parecía divertido, pero ahora puedo confirmar que es entretenidísimimo para cualquier amante del mar, además de ser una experiencia extremadamente relajante. Podemos, simplemente, navegar en una dirección y es posible que vayamos encontrando nuevas regiones con islas en el mapa, pero es mejor explorar en profundidad las que ya conocemos para desbloquear el viaje rápido a las siguientes y acelerar los procesos para cuando necesitemos, por ejemplo, comprar y vender.  Puede que los combates lleguen a generar cierta tensión, pero el conjunto se experimenta de forma sosegada y todo se siente como una divertida aventura en la que poco a poco vamos mejorando nuestra flota y dominando los mares. En definitiva, una oda a cualquier amante de las historias de piratas, exploradores y navegantes que se encuentran con circunstancias insospechadas en el vasto mar. Y todo comprimido en un juego tan simple que camufla su enormidad.


Esta crítica se ha realizado con un código de descarga para Steam cedido por Quantum Astrophysicists Guild.