Una experiencia atemporal

Rejugar títulos es una de mis pasiones. Es una experiencia curiosa, eso sí. Normalmente, teniendo en cuenta la cantidad de lanzamientos nuevos a los que asistimos cada año, más aún si uno está relativamente atento al panorama indie, no hay mucho tiempo para jugar. Por eso, si conseguimos superar la barrera psicológica de “no estar al día” con nuevas entregas que todo el mundo está jugando y que, en algunos casos, consumirían demasiadas horas, volver a lo clásico se convierte en un interesante uso de nuestro tiempo de juego. Así, mientras esperamos a tener algo de tiempo extra que dedicarle a la nueva aventura RPG que dura más de 60 horas tirando por lo bajo, nosotros estamos disfrutando de revivir algo que ya tanteamos en nuestra infancia, pudiendo hacerlo en pequeñas jornadas de juego que funcionan muy bien para el ritmo de algunos títulos más añejos.

Tenía menos de diez años cuando Prince of Persia: Las Arenas del Tiempo vio la luz en PS2. Recuerdo jugarlo — tal vez unos años más adelante — pero nunca terminar de avanzar hasta el final del juego, muy posiblemente por dejadez en pro de algún otro título, o puede que porque los seres a los que nos enfrentábamos dieran un poco de mal rollo y yo prefiriera dormir por las noches. Mi nostalgia se centra, teniendo en cuenta mi edad, en los catálogos de PlayStation en adelante (aunque hay obras anteriores que pude disfrutar en casas ajenas y a las que guardo cierto cariño, claro está). Podéis imaginar entonces mi alegría cuando una saga como Spyro, cuyos polígonos podían usarse para hacer pan rallado — y no podíamos disfrutar hasta ahora si no era mediante emulación — recibió una remasterización de alta gama. Pues bien, con Prince of Persia pasó algo similar tras el anuncio de su remake, si bien las noticias en torno a este no parecen augurar nada bueno y solo nos quede rezar para evitar el desastre.

Hace unos meses decidí no esperar más y probar suerte tras una oferta en Steam que me permitió hacerme con la saga en 3D que inicia con Las Arenas del Tiempo, incluyendo también la entrega de 2008 que tanto dio que hablar por su estilo visual. Por ello, voy a traer aquí a HyperHype, en forma de tributos, mi repaso por la saga dejando de lado, al menos de momento, al clásico de 1989 y sus derivados. Las Arenas del Tiempo es una obra mayúscula. No solo hablamos de un entorno 3D con mucho detalle, sino que incorpora animaciones con movimiento fluido y gran calidad que ya la entrega clásica trajo e instauró como sello de la franquicia. Además, la apertura de puertas para otros títulos que incluyan algún tipo de plataformeo en 3D es más que evidente, como puede comprobarse echando un simple vistazo a los orígenes de la franquicia Assassin’s Creed y sus similitudes.

La trama en sí misma puede no tener demasiada sustancia, pero el desastre de un reloj de arena cuya liberación causa un problema inconmensurable sí es un aspecto muy interesante y potente de cara a la jugabilidad. Recibir la daga del tiempo, además, nos coloca en una posición ventajosa para disfrutar de poderes “mágicos” controlando ciertos aspectos de la temporalidad a nuestra merced. Por un lado, podemos simplemente “rebobinar” si disponemos de las cargas necesarias, pero también podemos congelar en el tiempo a nuestros enemigos para rematarlos rápidamente y ralentizar el tiempo para superar con mayor facilidad las trampas cortantes.

Los enemigos, guardias del castillo, acompañados por sirvientes y trabajadores, han sucumbido ante las arenas transformándose en una especie de “zombies arenosos decrépitos” a falta de una definición mejor. Lo curioso es que son tremendamente difíciles de matar, siendo la daga del tiempo la única forma de acabar con su miseria cuando conseguimos tumbarlos o utilizar algún contraataque que incluya a la daga en la acción. Por tanto, nos enfrentaremos a oleadas de enemigos en diferentes estancias que son capaces de teletransportarse a través de las arenas que flotan en el ambiente, atosigándonos constantemente mientras saltamos, corremos por las paredes, esquivamos y bloqueamos en busca de aberturas donde hacer daño y eliminar uno a uno a nuestros oponentes.

Con cada ser que absorbamos a través de la daga recuperaremos energía que podemos utilizar para los diferentes poderes de la misma, por lo que tenemos que estar buscando un equilibrio constante entre atacar y recargar para así ser capaces de gestionar los enfrentamientos más largos. Algunos enemigos, además, bloquean ciertos ataques o movimientos, quitándonos bastante vida con cada golpe. Por ello, aumentar nuestra salud, así como sucede con la energía de la daga, es importante, algo que se basa en prestar atención a los escenarios encontrando zonas ocultas donde mejorar estas dos variables. Al principio no parece que la daga sea de gran ayuda ya que podremos con los enemigos sin demasiados problemas, pero a medida que avanzamos los enemigos cada vez son más numerosos y, si bien contaremos con la compañía de Farah, diestra con el arco, no será más que una ayuda circunstancial de cara a uno o dos enemigos.

Ese estilo de combate, quizás no tan refinado como algunos juegos actuales que han abrazado en cierto modo el hack and slash, sirve para poner en perspectiva el nacimiento de la saga Assassin’s Creed, como mencionábamos antes, y su combate basado en enemigos que nos rodean y a los que nos tenemos que adaptar. El príncipe es capaz de hacer filigranas entre giros de cámara vertiginosos y sorprende pensar que estamos ante un juego de 2003 viendo el derroche de sensaciones durante la primera hora. En relación al plataformeo y a los puzles, no estamos ante nada exageradamente complejo, pero algunas secuencias nos harán repetir la acción varias veces por errores de cálculo (nada que nuestra daga no pueda dominar). Además, la posibilidad de alternar entre cámaras y no depender solo del estándar de videojuegos en 3D, es bastante útil. Podemos utilizar, por ejemplo, una cámara en primera persona para buscar recovecos y lugares a los que ir, así como una cámara más cinematográfica, algo alejada y que puede ayudar a hacernos una idea general del entorno. Eso sí, los puntos de guardado en forma de columna de arena nos proporcionarán ciertas “visiones” del futuro, por lo que si prestamos atención es sencillo recordar qué quiere exactamente el juego que hagamos en cada sala, aunque haya algunas situaciones algo difusas.

Las Arenas del Tiempo es un juego atemporal, valga la redundancia. Se trata de un título suficientemente permisivo con el jugador en cuanto a dificultad, pero no deja de ponernos las cosas difíciles. Sus trampas y plataformeo suponen un reto adecuado, sobre todo cuando nos plantea una carrera contrarreloj para evitar que se cierre una puerta.En un tiempo donde, como comentábamos al inicio de estos párrafos, no paramos a descansar entre lanzamientos incesantes, existen obras que llevan mucho con nosotros y que siguen exigiéndonos paciencia. A falta de su remake, y teniendo que realizar algunos ajustes para que todo funcione en PC a resoluciones actuales, tenemos por delante un título muy sólido que marcó a muchos jugadores e inició a otros tantos en las andaduras videolúdicas. Premia al jugador paciente y preciso, mientras que penaliza con un buen trinchado a aquel que no esté dispuesto a volver al inicio del milenio y a las velocidades a las que nos movíamos en aquel entonces.