Sobre Lena Raine, Earthblade, y la valentía de crear música sin destino aparente
En marzo de 2025, mientras el mundo parecía desmoronarse bajo el peso de sus contradicciones, Lena Raine nos regaló algo extraordinario: Across the Bounds of Fate, un álbum conceptual nacido de las cenizas de un videojuego cancelado. No era solo música; era un acto de resistencia. Una forma de decir que el arte no necesita permiso para existir.
Earthblade nunca verá la luz. Cancelado en diciembre de 2024, se llevó consigo sueños de equipo, horas de trabajo y toneladas de ilusión. Pero Lena no archivó su música como si fuera un expediente más que “no funcionó”. Transformó la banda sonora de un juego inexistente en un álbum conceptual independiente. Una especie de mapa emocional de un universo que solo existe en la música.
Across the Bounds of Fate no es simplemente un rescate de temas olvidados; es una reinvención del concepto de banda sonora. Sin loops de gameplay ni transiciones obligatorias, Lena pudo explorar territorios que la música interactiva normalmente no permite. Su sonido bebe de Vangelis, Joe Hisaishi y Yoko Kanno, pero mantiene una voz completamente contemporánea y personal. Las colaboraciones con Nahor Gomes al trompeta y Cesar Roversi al saxo soprano aportan texturas orgánicas que hacen que la música respire, palpite y te mire a los ojos.
Lo que Lena hizo plantea una pregunta incómoda: ¿para qué sirve realmente el arte si siempre tiene que justificar su ROI o su engagement? Publicar música “para nada” es casi un acto revolucionario. Y ojo, “para nada” es mentira. La música existe para quien la escucha, para quien encuentra un refugio, una chispa de inspiración o un momento de trascendencia. Que no acompañe un videojuego no la hace menos valiosa; quizá la hace más pura.
Esta historia resuena conmigo porque me toca de cerca. He pasado años componiendo música para mundos que nunca llegaron a existir. Está Careta de Cerdo: 23 canciones que originalmente acompañaban un libro de fantasía oscura que nunca se publicó… hasta que, después de siete años, llegué a un acuerdo con el escritor y decidí sacar la música sin esperar a que la obra viera la luz. Y luego está APSI Comic, un cómic que quiere ser videojuego y cuya banda sonora completa espera mientras el equipo prepara un Kickstarter que se aplaza año tras año.
Pero no es solo eso: además de APSI, estoy metido en otros dos proyectos donde la sensación es la misma: caminar por una cuerda floja. No es solo mi sensación como compositor; todo el equipo vive la misma mezcla de inseguridad, ilusión y responsabilidad. Cada día hay que poner toda la alma y la energía que tengas para mantener el equilibrio. Esa vulnerabilidad hace que cada nota, cada efecto, cada decisión creativa, tenga un peso extra, pero también un valor que no se puede medir con métricas.
El ejemplo de Lena me hizo replantearme todo: En el terreno de los videojuegos, la cancelación es casi un género en sí mismo. Títulos como Silent Hills (P.T.) o Fez 2 dejaron tras de sí un rastro de hype y arte conceptual que nunca llegó a materializarse, pero que todavía hoy circula por foros y documentales. Lo curioso es que muchas veces la música ya estaba escrita, esperando un mundo que nunca apareció. En algunos casos, esas composiciones filtradas o publicadas años después se sienten como fósiles sonoros: restos de un universo alternativo que solo existe en nuestras cabezas.
Esa paradoja me fascina. Un juego cancelado no desaparece del todo; vive en demos, en recuerdos de los desarrolladores, en piezas musicales sueltas que terminan en YouTube o en Bandcamp. Y ahí la música juega un rol extraño: puede ser lo único tangible de un proyecto fantasma. Cuando escuchas esas melodías, el juego empieza a existir de manera difusa en tu imaginación. De algún modo, los compositores de mundos perdidos se convierten en arquitectos de realidades que jamás tuvieron un gameplay, pero que respiran a través del sonido.
Muchos olvidan que esto no es nuevo. En la historia de la música sobran ejemplos de obras que sobrevivieron a sus proyectos fallidos: partituras escritas para películas que jamás se rodaron, ballets que nunca subieron al escenario, incluso sinfonías completas que fueron rechazadas y luego redescubiertas como piezas maestras. Es como si el arte tuviera un instinto de conservación propio, empeñado en encontrar un cuerpo donde encarnarse aunque el contexto original se derrumbe.
Lo que hace Lena, y lo que intento hacer yo también, es abrazar esa lógica. No se trata solo de rescatar material “que sobra”, sino de entender que cada obra puede tener múltiples destinos. Un álbum que hoy nace huérfano puede convertirse en la semilla de otro proyecto mañana, o en un refugio íntimo para alguien que lo escuche en soledad. Y quizá ahí está la enseñanza más radical: aceptar que no controlamos del todo a dónde viaja nuestra música, pero sí podemos decidir que no se quede encerrada en un cajón esperando permisos que nunca llegarán.
¿Por qué esperar? ¿Por qué condicionar el valor de una composición a la materialización de un proyecto ajeno? Tal vez sea hora de seguir su ejemplo y liberar esa música, de transformar esas bandas sonoras huérfanas en álbumes conceptuales independientes. En tiempos donde “el neoliberalismo regresa como una marea oscura”, crear arte sin garantías comerciales es un acto de resistencia. No solo política, sino existencial. La música tiene valor intrínseco, punto. Lena, con su trayectoria en Celeste y Minecraft, tuvo la autonomía para hacerlo. Pero publicar Earthblade no fue solo un privilegio: fue valiente. Nos mostró que la música puede valer por sí misma y que, a veces, los proyectos más hermosos nacen de los que nunca existieron.
Ahora mismo estoy trabajando en estos proyectos y otros nuevos, consciente de que la historia podría repetirse. Pero gracias a Lena sé algo crucial: no importa si los proyectos originales se materializan o no. La música que estoy creando tiene vida propia, y encontrará su camino hacia los oyentes por rutas imprevistas.
Al final, todos los mundos son ficticios. Juegos, libros, películas: construcciones que cobran vida a través del arte que los sostiene. La música de Lena para Earthblade no necesita el juego; ya contiene todo el mundo dentro de sí. En una época donde todo debe justificar su existencia comercial, decidir que la música vale por sí misma es un acto de fe. Fe en oyentes que quizá estén esperando esos mundos sonoros, personas que encontrarán en esas melodías huérfanas exactamente lo que necesitaban.
Gracias, Lena Raine, por recordarnos que el arte no necesita permiso y por mostrarnos que los proyectos que nunca fueron pueden generar magia real. Across the Bounds of Fate no es solo un álbum; es un manifiesto. Una invitación a todos los creadores: liberen sus obras del limbo. Porque la música para mundos que nunca fueron puede ser, simplemente, la más honesta de todas.