¿Dónde queda la creatividad?
‘A Minecraft Movie’ es una película chorra. Ale, ya está. Fin de la reseña.
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¿Se ha quedado algo corta? Bueno, eso también podría decirse del esfuerzo que han puesto en adaptar uno de los juegos más creativos del mundo. Porque si algo define a Minecraft es su libertad. Puedes sobrevivir, crear castillos flotantes, programar una calculadora o construir una estatua gigante de Messi. Minecraft es un lienzo en blanco. Su adaptación cinematográfica podría haber tenido una infinidad de posibilidades.Y han elegido dibujar un meme chorra.
Construyendo con los bloques de otros
Es descabellado pensar que ‘Una Película de Minecraft’ fuese a ser la clase de película que haría llorar de emoción en la sala al crítico Carlos Boyero. Pero también es igual de descabellado que alguien haya creado en el juego una estatua gigante de Leo Messi. A fin de cuentas, ya no se trata del medio sino la historia que quieras contar. Films como La Lego Película o Barbie eran anuncios encubiertos de juguetes que sin embargo querían contar un mensaje más profundo y que apelaba a los corazones de los espectadores.
La película arrastra un desarrollo que se remonta a 2012, con nombres como Shawn Levy o Rob McElhenney asociados a la dirección, e incluso Steve Carell como posible protagonista. A lo largo del proceso, el guion pasó por múltiples reescrituras, lo que sugiere que en algún momento se barajaron tonos más épicos, maduros o incluso contemplativos. Adaptar al cine el espíritu de Minecraft – una experiencia libre, creativa y abierta – no es precisamente fácil… aunque ya vimos que era posible con otra cinta construida a base de cubos: La Lego Película (2014).
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La Lego Película ofrece un alegato mucho más profundo sobre la creatividad. No solo rinde homenaje a la marca, sino que se detiene a recordarnos que cualquier creación, por simple o absurda que parezca, puede ser especial y encontrar su lugar en el mundo. Es una película con mucho humor, sí, pero también se toma el tiempo necesario para explorar las inquietudes de sus personajes, mostrar su vulnerabilidad y permitir que el espectador empatice con ellos.
Estoy cansado de películas que dedican más tiempo de una escena a construir un gag sin gracia que a desarrollar emociones a fuego lento. Lo que de verdad genera inmersión no es una broma constante, sino el cuidado con el que se tratan los sentimientos de los protagonistas.
Es irónico que incluso el compositor Mark Mothersbaugh, responsable de la brillante banda sonora de La Lego Película, sea también quien firma la música de Minecraft: La Película. La partitura intenta imitar el estilo de Daniel Rosenfeld (C418), creador del icónico sonido del juego, pero pierde por completo su esencia. Desaparece el piano minimalista y el tono melancólico del original, reemplazado por una grandilocuente orquesta al estilo blockbuster. Se copia la forma, pero no se entiende el fondo.
Steve, Momoa y el síndrome del meme infinito
El director Jared Hess apuesta por una película abiertamente autoconsciente y absurda, en la que seguimos a un grupo de protagonistas “losers” con ansias de gloria. No es algo nuevo en su filmografía; ya lo vimos en títulos como Napoleon Dynamite o Nacho Libre. Este enfoque funciona especialmente bien en el “mundo real” de la historia, ambientado en la ficticia Chuglass, Idaho: un lugar habitado por personajes tan exagerados que parecen sacados de Pawnee o Springfield.
Es en este inicio donde uno puede conectar con los conflictos de los personajes —aunque estén plagados de clichés— y dejarse seducir por el tono de comedia ligera. Sin embargo, ese mismo tono absurdo acaba jugando en contra. Los guionistas caen en la trampa de no tomarse su historia ni a sus personajes en serio, y eso rompe el pacto de inmersión con el espectador.
Tener problemas financieros, afrontar una pérdida familiar o buscar un lugar donde encajar son conflictos reales con los que es fácil empatizar. La película los presenta… pero luego los desecha. Cuando los protagonistas llegan al mundo fantástico de Minecraft, reaccionan con la misma indiferencia que si se hubieran bajado en la estación de Renfe de Zarzaquemada. Y ese es un error grave. En el cine, que algo no sea real no significa que no pueda sentirse de verdad.
La trama de A Minecraft Movie es un isekai de manual: los protagonistas viajan a un mundo extraordinario amenazado por una bruja piglin llamada Malgosha. Es un argumento familiar, que recuerda a El mago de Oz o Las crónicas de Narnia, también isekais con bruja incluida. Pero a diferencia de esas obras, aquí los humanos no empatizan con los habitantes del nuevo mundo, ni muestran asombro al interactuar con él. De hecho, el único personaje con el que se detienen a conversar es Steve (interpretado por Jack Black), que ni siquiera es originario de ese mundo.
Para colmo, la interpretación de Jack Black se siente como un sketch de dos horas de Saturday Night Live: “¿qué pasaría si Jack Black entrara en el mundo de Minecraft?”. Lo bueno es que su presencia enérgica es lo mejor que tiene la película, sobre todo por su química con Jason Momoa.
Garreth “El Basurero” Garrison, el personaje de Momoa, es el resultado de una noche loca entre Billy Mitchell y el propio Aquaman. Es un mamarracho arrogante, un estereotipo de gamer inmaduro sacado directamente de Pixels (2015), pero su amistad con Henry, el niño creativo, aporta algo de corazón. Esa dinámica recuerda, en un nivel muy superficial, a los arcos de Luke Skywalker y Han Solo… aunque con personajes mucho menos desarrollados, que parecen copiar apuntes de quienes ya lo hicieron antes y mejor.
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Emma Myers y Danielle Brooks, actrices con talento, están completamente desaprovechadas. Myers, en particular, parece elegida sólo como reclamo para la audiencia de Miércoles.
Vale, la historia está poco desarrollada y los protagonistas son planos…
…¿pero es una buena adaptación del videojuego?…
….¿es divertida?…
Deja de hacer lo que estás haciendo. Ahora no estás leyendo una sesuda reseña/ensayo escrita por un acomplejado por internet.
Es viernes, tienes 8 años, acabas de salir del colegio y tu familia te lleva al cine por la tarde a ver la película que has visto anunciada y tenías tantas ganas de ver. En la peli hay momentos locos y situaciones absurdas pero muy graciosas. Después de divertirte con la película, tienes unas ganas locas de merendar en el McDonalds y pedirte un menú con los muñecos de la peli. Acabas de tener la mejor tarde de tu infancia. Ahora solo queda el camino en coche mientras tarareas la banda sonora pegadiza antes de irte a acostarte.
Es el año 1996. Y la película que te ha flipado es Space Jam.
Si. Space Jam fue un ícono de mi generación. Hizo las delicias de la infancia de muchos niños de los 90. Pero admitámoslo, fue un anuncio de hora y media, perpetrado por altos ejecutivos con el único propósito de vender Air Jordans, Happy meals y peluches licenciados por la Warner Brothers (con gesto del pato Lucas besando su pompis con copyright incluido). Y aunque Space Jam no tenga mucho sentido y sea claramente superada por su sucesora Looney Tunes: De nuevo en acción (2003), lo cierto es que fue una auténtica “película evento”, al igual que lo es Minecraft.
La historia se repite y los paralelismos de Minecraft con Space Jam son similares. Ambas películas de Warner Bros, trama de isekai con cromas verdes, situaciones locas ,basadas en IPs conocidas y cuyo marketing viene con menús infantiles temáticos. Nadie en su sano juicio ve Space Jam buscando un retrato social sobre la comunidad afroamericana luchando por sobrevivir en los suburbios a través del baloncesto. La vemos porque queremos ver a Michael Jordan haciendo de sí mismo, echando una pachanga con Bugs Bunny mientras aplasta a unos aliens con el carisma de un zapato… y aun así funciona. Nos descojonamos igual. Una película de Minecraft es eso mismo. Entretenimiento absurdo e infantil.
A diferencia de los 90, la juventud actual crece inmersa en una digitalización temprana. Desde edades cada vez más cortas, los niños están expuestos a pantallas, tablets, y a un carrusel infinito de estímulos lanzados por algoritmos de YouTube y TikTok que moldean su comportamiento y capacidad de atención hasta rozar el TDAH. Ya no sueñan con peluches de Bugs Bunny, sino con figuras de Skibidi Toilet. Entonces, ¿cómo ha logrado Una Película de Minecraft enganchar y desatar furor entre una audiencia con una capacidad de atención tan fragmentada?
Decía George Lucas que cuando creó Star Wars, la concibió pensando en los niños de 12 años con inquietudes. ¿Será que Una Película de Minecraft ha sido concebida, en cambio, para niños de 8 años… o para adultos con alma infantil, moldeados por la era del consumo rápido y compulsivo de contenido digital? Escenas como Jack Black cantándole una oda al pollo cocinado en lava, o Jennifer Coolidge teniendo un affaire con un aldeano de cabeza cúbica, no buscan lógica ni profundidad: están hechas para que desconectes el cerebro y te abandones al delirio. Embrace the chaos, amigos.
Sí, es una comedia tan elaborada como una pared de tierra en Minecraft, pero mentiría si dijera que tanto yo como los niños en la sala no soltamos carcajadas – ya fuera por lo absurdo intencionado o por lo involuntariamente ridículo de todo el asunto.
Minecraft no es un mundo, es un verbo
Vale, está claro que los millones de niños que Minecraft introdujo al mundo digital van a pasárselo en grande con esta película. Pero, ¿qué pasa con los fans veteranos que ya construían fortalezas en 2009? ¿Y con el público que no ha tocado el juego en su vida? Más aún: ¿qué dice realmente esta película sobre el juego que adapta?
Qué la película se llame Una Película de Minecraft en vez de Minecraft: La Película, no sé si es una señal de gran respeto por la comunidad del juego al no limitar su narrativa o una falta de confianza en el producto que están entregando. Los guiños al juego están ahí, probablemente sacarán alguna sonrisa cómplice a los fans del juego. E incluso hay un bonito homenaje al fallecido youtuber Technoblade. Pero toda sarta de guiños y easter eggs para fans, desorientan a un espectador casual que la única manera que tiene para aferrarse a la trama son los diálogos de exposición autoconsciente de Steve.
Vemos mobs, perlas de Ender, espadas de diamante… elementos del videojuego que aquí funcionan más como adornos superficiales dentro de una carcasa vacía. Porque en el fondo, el verdadero espíritu del juego ,su libertad total y su creatividad sin límites, ni siquiera se asoma. En la película de Minecraft está el personaje del niño llamado Henry. No tiene mucha presencia, ni protagonismo real. No es quien mueve la trama ni quien lanza los chistes. Pero hay algo en él que, con un poco más de aire, podría haber sido la clave para entender cómo adaptar el espíritu del juego original al lenguaje del cine.
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Henry es un personaje ligeramente desubicado, introspectivo, con inquietudes creativas. No es el típico héroe ni el gracioso de turno. Es más bien un reflejo de aquellos que, como él, encuentran en Minecraft no un reto, sino un refugio. Cuando llega al mundo del juego, al Overworld, no tarda en comprender cómo funcionan sus reglas, cómo se construye, cómo se sobrevive. No necesita un tutorial. Se adapta de forma orgánica. Lo entiende. Porque Minecraft funciona con una lógica propia que, para muchos jugadores, resulta más comprensible,más habitable, que la del mundo real.
El problema es que la película no se detiene en esto. No le da espacio a Henry para explorar, para descubrir el entorno, para dejar que su creatividad respire. Su evolución se despacha en dos escenas, como si el hecho de “entender Minecraft” fuera una anécdota más, un gag simpático. Y con ello se pierde una oportunidad preciosa: la de mostrar lo que Minecraft significa para millones de jugadores en todo el mundo.
Porque Minecraft no es un RPG. No es Hyrule, no es la Tierra Media, no es Skyrim. No tiene lore preestablecido, ni personajes legendarios que recordar, ni grandes conflictos que resolver. Minecraft no va sobre el mundo; va sobre tu relación con ese mundo. Es una experiencia abierta, donde el protagonista siempre eres tú. Por eso la esencia del juego no está en sus aldeanos ni en sus monstruos, sino en lo que despierta en quienes lo juegan: libertad, introspección, pertenencia.
Para un niño con autismo o Asperger, Minecraft puede ser una forma de canalizar pensamientos complejos en un entorno comprensible. Frente a un mundo exterior lleno de estímulos contradictorios, el juego ofrece una lógica simple, clara, manipulable. Para un adolescente con una familia disfuncional, puede ser un refugio silencioso donde construir algo propio, donde tener control. Y para muchos más, es un punto de encuentro con amigos: una forma de estar juntos sin hablar, de construir castillos cuando el mundo se desmorona.
Nada de esto está realmente en la película. Hay guiños, sí. Hay aventuras, explosiones, criaturas. Pero no está lo fundamental: el espíritu de Minecraft. Esa capacidad para enseñar, sin decirlo, que a veces las cosas más simples —poner un bloque sobre otro, crear una cabaña en mitad del bosque, compartir un servidor con alguien al otro lado del mundo— pueden ser las más importantes.
La película podría haber sido una historia sencilla con moralejas sencillas. Igual que el juego. Porque son esas pequeñas lecciones (la paciencia, la colaboración, el placer de construir sin instrucciones), las que muchas veces forman la base de quienes somos y de cómo interactuamos con el mundo. Es ahí donde Minecraft se convierte en algo más que un juego. Es ahí donde la película, por desgracia, decide no mirar.
Si queréis ver una buena adaptación de Minecraft, acudid a la comunidad de fans del juego. Ahí encontraréis personas con pasión, ideas locas y divertidas, y sobre todo, con ganas de ponerle corazón a lo que hacen. Recientemente vi a un youtuber recrear en el propio juego la escena del pollo en la lava de Steve, usando bloques automatizados para construir toda una secuencia.
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¿Ver Una película de Minecraft hecha dentro del propio videojuego de Minecraft se siente como una mejor adaptación que la oficial? No sabría deciros si es mejor… pero sí es más auténtica. Una Película de Minecraft no es una gran película. No es una buena adaptación. Ni siquiera es especialmente graciosa. Pero es honesta en su delirio. Y a veces, eso basta.
Al final, Una Película de Minecraft no construye nada memorable, pero al menos te deja jugar un rato. Como una partida sin guardar: divertida, caótica… y olvidable