"And we could run away before the light of day..."

Una bicicleta, una montaña. El barro, aves low poly batiendo sus alas a ras del suelo, el Efecto Coriolis. Tú. Pocos más son elementos que conforman el mononúcleo, íntegramente jugable, de Lonely Mountains: Downhill, una humilde propuesta que, tras dos años en el acceso anticipado de Steam, aterrizó finalmente el pasado 23 de octubre en nuestras PS4, Xbox One, Switch y PC de la mano de Thunderful. Megagon Industries, la entidad que se oculta tras el telón del desarrollo independiente (madre de …and then it rained), ha querido esquivar con su intimista magnum opus toda intención de trascender o destacar – lo que impacta frontalmente con su implementación en Xbox Game Pass, servicio en el que nuestras labores de apoyo y divulgación suponen las únicas posibilidades de darse a conocer – con tal de ofrecer una obra que únicamente busca optar a la irónica inmersión y a la desmesurada relajación por parte del receptor. Las consigue.

Bien es cierto que apenas he podido dedicar unos muy escasos y volátiles minutos a descubrir los ecosistemas que lo nuevo de Megagon ofrece, casi a modo de recompensa, a aquellos que escarban entre los rincones más recónditos de los catálogos digitales, pero estos han sido más que suficientes que forzar el engranaje del game flow, dando lugar a un conglomerado tan cómodo y satisfactoria como adictivo en el que los pequeños detalles, sumado a la terriblemente honesta puesta en escena, marcan la diferencia. Como en Super Mario Odyssey o Borderlands 3, el modo subjetivo aflora, y las entramadas narrativas – que, por otra parte, tanto amo – y los arrogantes modelados fotorrealistas dejan paso a un paradigma que tan siquiera parece precisar de una motivación para nuestro avance más allá del suave fluir de las cadenas.

Hasta cierto punto, su mera existencia resulta reconfortante; no tanto por su experiencia de juego, sino por la reivindicación que colateralmente lleva a cabo. Lonely Mountains: Downhill es una aventura completamente para un jugador, y, como tal, debe de ser disfrutada en solitario. Nada debe de forzar el ritmo de juego, ni de suponer una presión a la hora de simplemente disfrutar del camino; tampoco distanciarte del mando temporalmente con tal de pasar a ser un mero espectador. De hecho, dudo de la misma manera sobre el sentido de su visualización a través de plataformas como YouTube o Twitch, pues, a pesar de su estética y nulo enfoque argumental, la identificación con el personaje pasa a ser indispensable.

Esta particular visión no imposibilita el establecimiento, con el sucesivo devenir de las horas, de escenarios que tienen en su haber niveles de cierta complejidad, en el que la habilidad personal pasa a ser un factor determinante y el ensayo y error una técnica de uso frecuente. Ni siquiera en tales extremos la entrega logra perder de vista su principal objetivo, haciendo de sus virtudes una excusa más que suficiente para elevar nuestra dependencia con cada fallo de manera exponencial. Al final del día, pese a lo difícil que pueda resultar alcanzar la meta, lo importante no es tanto el hecho de rozar su línea delimitadora, sino el ser conscientes de nuestras capacidades para llegar hasta allí. Solos, por méritos propios, pues hay caminos que, como en la vida, uno solo puede recorrer en la más absoluta soledad, siendo estos usuales tránsitos hacia nuevos niveles de madurez personal. Y aunque duelan desde su avistamiento, son esas las montañas que merece la pena escalar… o descender.