Más allá del mar, ese gran desconocido

El hombre siempre ha mirado al mar. Le ha dedicado suspiros, poemas y canciones, se ha sumergido bajo sus aguas y ha viajado por su superficie, acunado por sus olas y sacudido por sus tormentas, expectante por descubrir qué paraísos se encontraban al otro lado. Aún en la actualidad, y tras siglos dedicados a su estudio, el océano sigue siendo ese ingente azul del que el ser humano apenas conoce algo.

Ese halo de misterio que envuelve al mar ha servido de inspiración, a lo largo de los siglos, para la creación de todo tipo de historias y obras artísticas, desde cuentos populares y mitos acerca de sirenas, krakens y barcos fantasmas, hasta potentes metáforas visuales en el cine, la pintura o la fotografía. Si hay algo que puede serle atribuido al mar, es que tiene un brillo que encandila al alma, independiente de quién lo mire y de lo que sienta cuando se planta frente a él. Por ello, al mar se le atribuyen un sinfín de significados y connotaciones, muchas veces dispares entre sí.

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El mar ha estado, siempre, estrechamente relacionado con la vida, pues esta se originó en el mar, y los ecosistemas marinos son, además, unos de los más ricos e importantes de nuestro mundo. Para algunos, el mar simboliza también tranquilidad y quietud, y despierta en ellos sentimientos de paz, dicha y bienestar. No es pues de extrañar que un elevado porcentaje de la población elija las zonas costeras como su destino favorito para vacaciones y días de relax. Para muchos, en cambio, el mar y su inseparable color azul desprenden melancolía y tristeza: la inmensidad del mar les hace más conscientes de lo diminutos que son en un mundo tan grande. Esto, sin embargo, consigue el efecto contrario en otros individuos, a los que la vastedad del mar les inspira designios de grandeza, deseos de una nueva vida, sed de aventuras – ansías de libertad. No obstante, y en contraposición, al mar también se le atribuyen conceptos como el peligro, el miedo o, incluso, la muerte. Así, si miramos al mar como a un mundo ignoto, la playa representaría, por su parte, el fin del nuestro. La playa es el punto más cercano al mar, el lugar donde la tierra le tiende la mano al océano. La playa es el último bastión de la vida humana antes de perderse en aguas misteriosas.

Por encima de lo mencionado, el mar simboliza lo desconocido.

Este concepto es elevado a su máxima potencia en Death Stranding (Kojima Productions, 2019), título en el que se bautizan literalmente como ‘Las Playas’ a los limbos que conectan el mundo de los vivos con el mundo de los muertos. De nuevo, aquí el mar simboliza la muerte, el Más Allá, mientras que La Playa se convierte en el último reducto de la vida humana. Este recurso de la más reciente obra de Hideo Kojima podría equipararse al uso de lo sublime en el arte, un recurso estético que consiste en exponer al espectador a una belleza inabarcable, imposible de comprender o asimilar, y capaz incluso de producir dolor.

Lo sublime, sin embargo, no se halla solamente en la belleza, al menos no en la idea preconcebida de la misma, pues la muerte puede ser también objeto de lo sublime. El concepto de lo sublime también se manifiesta en las sensaciones que nos embriagan al observar, desde una posición segura, una escena extrema de desolación, peligro y muerte. Todas ellas, características adheridas inevitablemente al mar. Así, al igual que el Caminante sobre el mar de nubes (Caspar David Friedrich, 1818) admiraba, en posición segura y a salvo sobre la montaña, el inmenso mar de nubes que se extendía frente a el, así también lo hacía Sam Porter Bridges en aquella célebre escena con la que nos fue presentado Death Stranding, donde observaba aquel mar de muerte y desolación desde su particular refugio: la playa.

Del mismo modo, en La Odisea de Homero, una de las obras que sirvió para sentar las bases de lo que hoy conocemos como el mito único o El periplo del héroe, patrón seguido por numerosas obras épicas, el mar desempeña también un rol fundamental, y que a su vez refuerza la idea de la playa como lugar seguro, como la calma que precede a la tormenta; el gigante azul y los peligros que aguardan en él constituyen el principal enemigo de Odiseo en su travesía por el Mediterráneo y dónde se enfrentará a todos sus peligros pero que, al mismo tiempo, también le brindará brisas y bendiciones. El reino de Poseidón es, sin lugar al dudas, el corazón de la aventura.

Puesto que el arquetipo del viaje del héroe ha sido el modelo a seguir para multitud de obras, y ha constituido la piedra angular sobre la que se han construido muchas de ellas, no es de extrañar que sean muchos los videojuegos que guardan estrechas similitudes con la odisea homérica. Y es que, al igual que el viaje de Odiseo comienza al abandonar la tierra para hacerse a la mar, las odiseas personales de numerosos protagonistas de videojuegos dan su escopetazo de salida precisamente en la playa.kingdom hearts islas del destinoLa historia de Sora, Kairi y Riku en Kingdom Hearts (Square Enix, 2002) comienza en las Islas del Destino, el diminuto mundo del trío protagonista. Son precisamente sus ansías de descubrir qué hay más allá las que, de una forma u otra, les empujan a lanzarse a lo desconocido. De hecho, aunque los eventos que les obligan a abandonar su hogar se desencadenan por otros menesteres, la noche en la que las Islas son absorbidas por la oscuridad el trío de amigos se preparaba para echarse al mar en una balsa y es, precisamente después de esto, que son lanzados más allá de la costa y su aventura comienza.

Por otra parte, podría considerarse que el caso de Final Fantasy X (Square Enix, 2001) es distinto, zelda the wind wakerpues el viaje de Tidus comienza en Zanarkand, la futurista ciudad del pasado. Sin embargo, y pese a que siempre ha existido cierto debate acerca de quién es el personaje central de la obra, Yuna, la que podríamos considerar la verdadera protagonista a pesar de no ser el personaje a través de cuyos ojos se presencian los acontecimientos, inicia su periplo en la Isla de Besaid. Aunque Yuna se convierte en invocadora allí, no será hasta superar su peregrinaje más allá del mar que se consagra como tal y se alzará como la heroína de Spira.

Un paralelismo más evidente podemos encontrarlo en títulos de la saga The Legend of Zelda como The Wind Waker (Nintendo, 2002) en los que la aventura transcurre principalmente en el mar. En esta obra, un joven Link abandona la Isla Initia, donde vive con su abuela, y se lanza al Gran Mar en su bote, el Mascarón Rojo, en busca de su hermana.

Al igual que en estas obras la playa sirve como tierra de partida para heroínas y héroes, y como símbolo de sus apacibles vidas, también constituye el lugar en el que, muchas veces , la aventura encuentra su fin. La vuelta a casa es una de los tramos más importantes del viaje, si no el que más. Volviendo a la épica empresa de Odiseo, el objetivo final de su viaje es volver a casa, en la isla de Ítaca, y regresar junto a su esposa Penélope.

En ICO (Team ICO, 2001), la playa no hace su aparición hasta el final de la obra cuando, tras escapar del castillo de la Reina, Ico llega desde el mar a la orilla, donde podrá por fin encontrar una forma de vivir en paz con su amada, Yorda. Su caso no es único, pues podemos también encontrar este patrón en los ejemplos mencionados anteriormente; el fin del periplo de Sora no es sino regresar junto a sus amigos a las islas que los vio crecer, del mismo modo que el peregrinaje de Yuna solo termina tras su vuelta a casa después de salvar su mundo.

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A través de estos ejemplos, es posible apreciar el mito que se ha creado en torno a la playa, dotándola de significados de principio y final, de origen y fin – el lugar apacible y libre de peligros en el que viven nuestros protagonistas antes de que se desaten sus particulares tormentas, y el sitio al que sueñan con regresar cuanto todo termina. No todas las batallas y peripecias de estas historias y aventuras épicas transcurren mar adentro. A veces, el mar lo habitan estrellas en lugar de peces, y grandes metrópolis ocupan el lugar de las diminutas islas; sin embargo hay algo que todas las historias guardan en común con la odisea homérica: todas suceden más allá de la orilla.