Volviendo a las andadas

Siempre he sido fan de los juegos de cartas intercambiables (o TCG, en inglés). Desde pequeño pasé por prácticamente todos los existentes, desde Pokémon hasta Magic, pasando por Yu-Gi-Oh!. Sin embargo, el desembolso que había que hacer para poder, ya no tener toda la colección de cartas, si no una variedad suficiente para poder hacer diferentes mazos medianamente viables, era siempre demasiado; una constante, que se mantenía perenne, sin importar el juego. De ahí di el salto a las adaptaciones en videojuego de esos mismos juegos, que facilitando mucho la obtención de cartas proporcionaba una experiencia muy similar, y sin ir más lejos, en la versión del juego de Pokémon para la Gameboy (pese a no haberla jugado en su salida) me dejé horas y horas hasta conseguir todas las cartas.

Pokémon Card GB2: Grdan Sanjou (2001)

Pero el tiempo pasa, y aunque dichos juegos siguen recibiendo actualizaciones, y ahora hasta Magic da el salto al formato digital, el que llega primero (con una buena propuesta) es el que se lleva a la mayoría de usuarios, como ocurrió con el caso de Hearthstone. No pude jugarlo en la beta, ya que conseguir una era misión prácticamente imposible, pero una vez el juego se lanzó oficialmente fui un jugador asiduo del juego durante bastante tiempo, hasta el lanzamiento de la expansión de Susurros de los Dioses Antiguos (en abril de 2016, poco más de dos años después del lanzamiento del juego) al estar algo quemado del formato. Hearthstone sigue un modelo Free-To-Play que no necesariamente implica que sea un Pay-To-Win (depende mucho del meta, pero lo habitual es que uno de los mazos dominantes tenga un coste asumible para prácticamente todos los jugadores), pero cuando llega una nueva expansión y no tienes apenas nuevas cartas que probar, como ocurrió con El Viaje a Un’Goro, la sensación de diversión desaparece por completo, dando la sensación de que el jugador que no mete dinero al juego se pierde parte de la experiencia completa.

Y en medio de mi abandono de Hearthstone, llegó Kóbolds y Catacumbas, que además de traer nuevas cartas, lo verdaderamente interesante para mí fue el nuevo formato de aventura (totalmente gratis) que daba lugar a un pequeño Roguelike dentro de Hearthstone, en el que nos enfrentábamos a una sucesión de jefes, como sucede en todas las aventuras, partiendo de un mazo base en función de la clase que eligiéramos como base, y añadiendo nuevas cartas tras cada enfrentamiento que daban lugar a que todos los jugadores pudieran probar parte de la nueva colección de forma gratuita con una fórmula diferente.

Y esta misma semana, con la llegada de La Arena de Rastakhan, han llegado Los juegos de los loa, una nueva aventura con un formato similar que introduce las efigies (nuevas cartas que, aunque inútiles en combate, pues comienzan con 0 en ataque, tienen efectos muy poderosos que hacen que jugar en torno a ellas sea una necesidad) como pilar.

En ellas, nos enfrentaremos a las ocho clases restantes sumando nuevos packs de cartas (3 tras cada enfrentamiento, más 1 recompensa tras cada 2) en los que podemos construir diferentes mazos (sin ir más lejos, en el de chamán, que ha sido el que más ha jugado, las he enfocado tanto a la sinergia de Múrlocs (que proporcionan mucha presión en mesa, además de efectos interesantes al combinarlos) o las Sobrecargas (que implican cartas más poderosas por su coste de lo que deberían, a cambio de perder maná el turno siguiente). Y lo cierto es que en varios intentos he conseguido resultados satisfactorios, pero que aun así me dejan con ganas de volver a jugar con esa clase y probar otras alternativas.

El hecho de que los enfrentamientos sean frente a las mismas clases que podemos utilizar nosotros hace las veces de “tutorial” y permite ver diferentes formas de plantear el mazo sin tener que perder horas en intentos infructuosos. En definitiva, enhorabuena Blizzard, has conseguido que vuelva a instalar Hearthstone.