Un mal juego, un gran Final Fantasy

En mi anterior artículo reflexioné sobre el anuncio de Final Fantasy XVI, centrado en hablar de la duodécima entrega por ciertos conceptos de la saga que se esperan del nuevo título. Sin embargo también cité al XIII como virtuoso a pesar de todo, y merecía tratarse aparte. El tildado popularmente como “el peor Final Fantasy” creo que fue un producto muy especial, pero lanzado en el contexto equivocado y con una ejecución desastrosa. Tras ponerme a sus mandos con unas expectativas muy bajas debido a la mala fama, resultaba que a pesar de todos sus fallos tenía magia. Una constante relación de amor-odio empezó a surgir porque era consciente de que allí había una gran idea al que los recortes, las malas decisiones y la mala prensa le restaban enteros.

Llegó en mal momento, uno en el que los RPG de acción y los mundos abiertos tomaban fuerza, y Final Fantasy XIII era todo lo opuesto —desde luego ya de entrada no era para todo el mundo—. También estuvo bastante recortado: apuntaba muy alto tanto en historia como en gráficos y eso significó desechar material que acabó dañando el ritmo de la narración, su trasfondo y también su apartado visual. No hubo downgrade, pero sí limitaciones como los constantes pasillos vacíos y la ausencia de NPCs, los cuales probablemente fueron parte de una solución para que las máquinas del momento pudieran moverlo sin problemas. Aún hay quienes recordamos cuánto llegaba a sufrir la Xbox 360 en ciertos momentos del juego, con unas caídas de frames terribles. La calidad gráfica era tan grande por aquel entonces que era recomendable mostrar lo justo en pantalla, dando una cierta sensación de soledad. Una pena perder todo ese potencial.

A esta decimotercera entrega la denomino “un mal juego pero un gran Final Fantasy”. Jugablemente casi todos estamos de acuerdo en que es un desastre: muy pasillero y carente de vida, mapas grandes y repetitivos —oh Dios, el Palamecia—, unas batallas a turnos excesivamente rápidas que abusan de funciones automáticas, una IA aliada muy mala, un sistema de progresión excesivamente lento, poca personalización en la práctica, cortes constantes con cinemáticas… Por no hablar de un despliegue de mecánicas tan lento que no se desarrolla completamente hasta casi el final del juego. Podríamos dedicar un extenso artículo a su titánica cantidad de errores, desde luego.

El brillo tras toda esa herrumbre

Pero centrémonos en lo que hace bien. Siguiendo la estela del XII, de nuevo Square Enix reimaginó la saga para intentar ofrecer algo fresco pero con el espíritu propio de siempre. Por segundo intento se apartaron del exceso de Nomura para centrar el arte en diseñadoras como Nao Ikeda y Chikako Nakano, quienes contribuyeron con líneas esbeltas y elegantes. La paleta de colores, tan bien escogida, otorgó un aspecto aséptico y vibrante al juego que encajaba bien con la propuesta futurista. Todo tiene coherencia porque respeta un estilo fácilmente identificable, un lenguaje visual.

La profundidad y filosofía volvieron a teñir la historia: ¿podemos luchar contra el destino y la realidad? ¿Cómo los afrontamos? A través de los personajes sentiremos el dolor, las pérdidas, el resentimiento, la culpabilidad, la rendición, la esperanza, las mentiras… No es el grupo de protagonistas más carismáticos, pero están bien construidos, tienen motivaciones concretas, representan distintas formas de afrontar los problemas y evolucionan a lo largo del juego. Quizás es su halo de antihéroes lo que no gusta a la mayoría, o quizás es el reflejo bastante cercano de cómo actuamos y nos autoengañamos en la vida, tanto que hasta el villano de la historia está abatido. Un villano al que, por cierto, le importamos más bien poco salvo que sirvamos a sus causas egoístas, siendo títeres de intereses existenciales. A pesar de ser un antagonista interesante y decente sin tener que aparentar o demostrar nada, se criticó de forma dura… y quién iba a decir que años más tarde Ardyn de Final Fantasy XV sería alabado a pesar de tener un modus operandi similar. No seré yo el que juzgue mal a estos personajes a pesar de ciertas exageraciones dramáticas.

La calidad de la banda sonora es sencillamente magistral. Masashi Hamauzu, quien había trabajado con Nobuo Uematsu, demostró que podía hacer un apartado sonoro a la altura del mítico compositor. Melodías memorables y variadas, buenas instrumentaciones, excelente ambiente y genial uso de los leitmotiv. Final Fantasy XIII puede presumir de tener una de las mejores BSO de la franquicia sin que recaiga en el mítico Uematsu, porque sigue sonando a Final Fantasy. Hacer una selección de temas me resulta muy complicado por la gran cantidad de piezas notorias, pero hay un buen puñado de ellas como Saber’s Edge, Promised Eternity, A Brief Respite, The Pulse L’Cie, Fighting Fate, Separate Paths, Fang’s Theme… vamos, un apartado de 10 que habla por sí solo con su extensa colección.

¿Y el evidente retorno a la dificultad? Una gran cantidad de batallas duras de roer, producto de mezclar una velocidad elevada y jefes con puntos de vida delirantes, nos esperan para retarnos a ser hábiles con las formaciones y ejecutarlas con rapidez. Especial mención a la primera batalla contra Baldanders: es una de las mejores introducciones de un villano de la saga, y una de las batallas más difíciles dentro y fuera del juego. Ni hablar de los jefes y búsquedas opcionales que nos ofrecen en Paals donde el título se abre, literalmente, a nuevas posibilidades.

En definitiva, no es uno de los títulos top de la famosa franquicia pero desde luego sí es peculiar y atractivo para maravillarse con su propuesta si se tiene la paciencia suficiente. Todas sus ideas, de haber sido bien puestas en marcha, hubieran dado un título sobresaliente. Por desgracia la ejecución no estuvo a la altura de la propuesta y nos quedamos con uno de los FF más agridulces, cuando no amargos por momentos. Pero como ya he dicho, si buscamos el espíritu de la saga podremos encontrarlo en él, en uno de los más profundos y reflexivos. Otra cosa es que busquemos un viaje cómodo, que seguro que no lo dará a más de uno.