La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas

Hace unos años que soy fan del trabajo de Fumito Ueda. No he tenido la suerte de jugar ICO pero sí a los siguientes juegos que el creativo japonés sacó bajo su nombre. Shadow of the Colossus es un juego que me encanta y que todavía recuerdo cómo lo jugaba en el salón de casa de mis padres todos los domingos. Era un juego que mi madre no entendía. Me veía jugar y lo único que podía denotar es que cada cierto tiempo había un «bicho muy grande» que tenía que matar, pero que el resto del juego solo me veía galopar con un caballo. Yo apenas tenía 14 años y no sabía cómo explicárselo, pero sabía que para mí ese caballo no era un caballo cualquiera. Era la única compañía que tenía en un mundo desierto. Era mi único acompañante hacía un destino que no esperaba y Agro (que es así como se llamaba el caballo del título) me proporcionaba algo que pocos juegos me transmitían en aquel momento. Un vínculo.

Cuando se hizo el anuncio oficial de The Last Guardian en el E3 de 2015 y se confirmaba que el nuevo juego de Ueda era una realidad, mis alarmas saltaron. The Last Guardian había pasado por un desarrollo tortuoso. El juego inicialmente había sido pensado para PS3, pero acabó en PS4. Ueda había abandonado Sony e iba a fundar un nuevo estudio (genDESIGN). Todo apuntaba a que The Last Guardian simplemente no sería capaz de seguir la estela de lo que Team ICO había creado previamente, pero me equivoqué.

Cuando por fin pude jugar al título pude comprobar que todas las promesas que se habían hecho sobre el juego eran reales. Trico era real y no simplemente desde un aspecto gráfico. Trico se movía como lo hace mi perro. Trico hacía gestos que he visto hacer a los gatos. Trico conseguía conmoverme como jugador. Pasé horas con ese «animal» virtual y podía ver su estado de ánimo en su mirada, podía leer sus gestos y saber si algo le angustiaba. No entraré en hacer revelaciones sobre el final del juego, pero el vínculo que establecí con él era tan fuerte que más de una vez exclamaba a la pantalla con tal de intentar comunicarme con él, para que no fallase el salto y llegase al otro extremo de un puente, para que si era atacado se defendiese para que, en definitiva, no sufriera daño alguno.

Cuando terminé The Last Guardian no pude hacer otra cosa que salir corriendo a abrazar a mi perro y llorar con él.

Mi familia no podía entender lo que estaba pasando, pero todo lo que había vivido con Trico me hizo darme cuenta de lo muchísimo que quería (y sigo queriendo) a mi perro. Trico no era simplemente un puñado de píxeles, era MI TRICO. Mi acompañante, mi amigo virtual cargado de vida. Trico me ayudó a ver que aquellos que nos acompañan en la vida y nos ayudan a superar el día a día no tenían por qué ser solo personas, que el amor y el calor pueden (y deben) ser dados a aquellos seres que queremos sin condición alguna. Toda la aventura me hizo darme cuenta de lo mucho que pueden llegar a afectarnos los videojuegos y todo lo que los rodea. No somos conscientes de que la pasión que sentimos por ciertos títulos puede materializarse en el mundo real, que puede afectar a lo que nos rodea o a nuestra forma ver las cosas. 

Hace cinco años empecé una aventura en YouTube como creador de contenido dedicado a Guild Wars 2. Esa etapa ya está cerrada, pero si yo no hubiese hecho los vídeos que hice hoy no conocería a mi pareja actual, ni a ciertos amigos que me han ayudado a superar etapas oscuras de mi vida.

Este año tuve la oportunidad de acudir a la Madrid Games Week con mi pareja y nos juntamos unas cuantas personas. Muchas de esas personas nos habíamos conocido en el Discord de GTM, otras me habían empezado a seguir por los vídeos de YouTube, pero todos compartíamos algo. Éramos amigos que no se habían visto nunca, pero que hablaban cada día y compartían una pasión. Por contrapartida, este fin de semana fue la Nice One de Barcelona y pasó exactamente lo mismo. Dos amigos vinieron a pasar el fin de semana en mi casa para poder acudir juntos al evento. Uno de ellos vino de Tenerife, otro de Madrid. La amistad que nos unía había surgido gracias a la creación de contenido y a haber colaborado juntos más de una vez, pero para mí eran como amigos de toda la vida, de los que haces en el patio del recreo. Tuvimos la oportunidad de disvirtualizarnos, de desvirtualizar a muchas más personas y de pasar un día juntos disfrutando de un evento basado en lo que nos une, los videojuegos.

Cuando acabó el fin de semana no solo pensé en que había disfrutado, si no en todo aquello que nos une. Nos pasamos muchísimo tiempo hablando de que si Xbox tiene mejores servicios que PlayStation, de que si no te pasas los Dark Souls no eres un auténtico jugador, de cosas sin importancia como esas, pero muchas veces se nos olvida recordar que lo que nos une, lo que nos acerca como personas es ese vínculo digital, ese amor por los videojuegos, ese respeto por un creador de contenido que pone el alma en cada stream, en cada vídeo. 

Mi reflexión tras toda esta amalgama de pensamientos es que deberíamos hablar más de lo que nos une, de lo que nos hace felices y de lo que nos permite avanzar gracias al videojuego, en lugar de buscar las diferencias que nos separan.