Bones

Siempre he sido defensor de la marca personal del autor en la obra. De la dualidad del artista – como creador de la ficción y mente pensante del mundo tangible -; de la impregnación política y social, circunstancial, del medio como punto pivote ante su ansiada evolución artística. Del ‘A Hideo Kojima Game’. Sin embargo, las repercusiones del enaltecimiento descontrolado del máximo responsable de un proyecto de tales características con respecto al resto del equipo de desarrollo son claras y, en ocasiones, devastadoras a nivel mediático. Porque mucho se ha divulgado sobre el creativo japonés; sobre su extravagante imaginario, sobre su particular forma de construir la narrativa y sobre sus referentes culturales. Pero conforme mayor ha sido el ruido provocado por sus declaraciones y disecciones, menor ha sido el reconocimiento otorgado a los programadores y artistas que, incluso bajo el yugo creativo que en ocasiones puede suponer la subordinación estamental laboral, han sabido aportar su propia visión a unos conjuntos audiovisuales interactivos cuya calidad, estratosférica en la amplia mayoría de los casos, nunca ha sido fruto del trabajo individual, sino del colectivo.

Si bien su estilo es absolutamente singular, característico en la vesania de su boceto, el nombre de Yoji Shinkawa es uno de esos que se antojan a menudo difíciles de recordar, de leer en la prensa especializada, de inmiscuir en una conversación. Nacido en Hiroshima apenas 25 años después del accidente nuclear, el artista nipón, más allá de realizar sus pinitos de manera independiente y de trabajar en bizarras campañas de publicidad como la de Pacific Rim (Guillermo del Toro, 2013), siempre se ha encontrado estrechamente unido al padre de Metal Gear, figura con la que no solo trabajó en su magnum opus, sino que también acompañó desde sus orígenes en Policenauts (1994) y Zone of the Enders (2001). Death Stranding (2019), la última superproducción de Kojima Productions, no pudo ser una excepción, y ante la más que memorable obra que el estudio novel quiso regalarnos el pasado año, Shinkawa no pudo hacer otra cosa que no fuese pasmarnos con sus trazos una vez más. Trazos que a día de hoy, y desde el pasado 28 de enero, podemos diseccionar y estudiar.

No son únicamente sus esbozos los que hacen de El arte de Death Stranding, sin embargo, un libro de arte excepcional. Desde un primer momento, el artbook concebido por Kojima Productions y Norma Editorial rezuma cariño y calidad por los cuatro costados, haciendo de los 39,95€ que se hace valer un coste irrisorio en comparación con la ingente cantidad de contenidos de los que hace gala. En su exterior, un cartoné con una sobrecubierta elegante pero fácilmente damnificable y poco ergonómica – que casi nos obligará a prescindir de ella a la hora de realizar cualquier utilización del tomo que vaya más allá de la mera contemplación – y unas dimensiones imponentes (de 27,3cm x 30,2cm, concretamente) explicitan, rimando en tono y timbre con la apabullante declaración de intenciones que supone el ejercicio de traducción al castellano incluso del título original, el acomodado presupuesto con el que se ha tenido el placer de trabajar en esta ocasión. En su interior, las más de las 250 páginas de las que se compone, exentas de relieves llamativos pero grabadas con una excéntrica quinta tinta dorada utilizada para los detalles especiales, acaban sorprendiendo y enamorando no solo gracias al brillante trabajo de localización llevado a cabo, sino a través de lo cuidado de su equilibrio, ideado para satisfacer tanto a aquel fanático que únicamente quiera volver a perderse en el delicioso y abrumador futuro post-apocalíptico de Death Stranding, conociendo en su visual peregrinaje nuevos y muy mimados detalles que a buen seguro enriquecerán su experiencia original, como para todo el que busque una fuente de inspiración constatada no solo por el magnífico arte de Shinkawa, sino también por otros muy reputados artistas que han sabido dejar su huella a través de valiosas ilustraciones conceptuales, renders y conceptos desechados.

El mero hecho de viajar por las páginas de El arte de Death Stranding, asimismo, acaba siendo satisfactorio, y es que, como si de una provocación hacia la liberación del tan roído por estos lares modo subjuntivo se tratase, su ideal gramaje, lejos de clarear entre las caras de sus páginas incluso bajo condiciones extremas de luz, facilita enormemente el pleno disfrute de unas imágenes que logran mantenerse considerablemente limpias ante el tacto gracias al reseñable tipo de brillo empleado para las mismas. El indiscutible nivel de sus materiales, de hecho, nos hace olvidar por completo que se trata de un libro parco en contenidos adicionales (tales como mapas, pósters o DVDs), si bien este resulta un factor más que comprensible – y perdonable, en nuestro caso – dada su envidiable relación calidad-precio; más aún si tan siquiera nos paramos a figurar el coste que ha debido de suponer la implementación de algunos de los atributos citados.

Pese a ello, lo cierto es que sus más que satisfactorios contenidos acaban de hacer del hecho de no cerrar la última cubierta del libro con una sonrisa dibujada en el rostro una labor más ardua de lo que podría parecer, dando cobijo a un compendio de prototipos gráficos, modelados y fondos correspondientemente acompañado por densas explicaciones y curiosas declaraciones. Un compendio que, en primera instancia, tan siquiera parece estar interesado en dar lugar a un respiro por parte de un receptor completamente borracho de estímulos sumido en el más profundo horror vacui, pero que pronto es enmendado a través de una maquetación – quizás, excesivamente – correcta, que permite a todos los contenidos respirar correctamente y que, con sus fondos mate, sus divertidas composiciones y sus trasparencias, acaba impidiéndonos en una primera visita disfrutar de la obra con pausa, incitándonos reiteradamente a ver lo que nos espera con el próximo cambio de hoja. Pese a ello, es fácil sentir, ante sus agradables tipografías sans serif y sus interlineados básicos, que quizás podría haberse aprovechado en mayor medida la ocasión (y, especialmente, la estrafalaria del videojuego en cuestión) para dar rienda suelta a un empleo de las herramientas algo más arriesgado que se saliera de ese orden lógico, dividido desde el índice inicial en claros departamentos de diseño. Es fácil acabar encontrando en el artbook, por ello, una familiaridad que, desde el punto de vista de aquel coleccionista alejado de los usos pseudo-laborales del producto que pide a gritos algo mínimamente fresco, innovador o revolucionario, acaba alzándose como un arma de doble filo, pero con la que aun así acaba siendo difícil enfadarse gracias a la perfección de sus recortes, a sus inexistentes pixelaciones, a sus estupendamente configurados márgenes e ilustraciones a doble página y a sus muy correctos ajustes de color y contraste, los cuales, me atrevería a decir, no deslucen absolutamente ninguna de las creaciones presentes en el libro.

Anything You Need

Galardón-Plata-HyperHypeEl arte de Death Stranding es un libro de arte maravilloso. Un pequeño margen de mejora en el orden de su maquetación y en contenidos adicionales, un ensoñecedor fast-pass hacia la sorpresa más ruidosa, lo aleja unos ápices clave de ese Olimpo conformado por los mejores artbooks de la última década, si bien el trabajo realizado en esta ocasión tanto por Kojima Productions como por la editorial Norma, tanto en lo relativo a la plasmación del devastador imaginario concebido por el equipo como del abrumador trabajo de localización, es digno de todo elogio. Un libro de arte tan memorable como la obra que busca diseccionar; que parece conocer tus preferencias, y que a buen seguro hará todo lo que esté en su mano para posicionarse dentro de tu colección como una de tus joyas más preciadas. Tal y como para nosotros, hace escasos meses, fueron aquellos momentos de soledad en la desolada visión nipona de los Estados Unidos. Tal como para Kojima fueron – y presumiblemente siguen siendo – todas esas canciones de Low Roar que han acabado haciendo de él el diseñador que tanto alabamos. Entre las quintas tintas sus páginas, en la quietud de la noche, aun pueden escucharse algunas de sus más profundas melodías.


Este análisis se ha realizado con una copia física para prensa proporcionada por Norma Editorial.