Flor de un día

Sin tener la capacidad ni los conocimientos que creo óptimos para posicionarme como fanático, he de reconocer que siempre me ha agradado ver al equipo de The Behemoth en acción, protagonizando grandes titulares en las revistas de turno y satisfaciendo a sus fans más acérrimos con nuevas propuestas que dejan patente su evolución y buen hacer. Sonrisa en boca, la compañía californiana nos ha sorprendido durante la última década con verdaderas joyas jugables de corte independiente que nunca han hallado el más nimio resquicio de temor a la hora de aproximarse a nuevos e inexplorados géneros, luciendo siempre ese apartado artístico tan cómico – en todas las acepciones de la palabra – y dejando patente esa ácida e infantil sátira, con claras reminiscencias a South Park o a los guiones de Seth MacFarlane, que tantas carcajadas ha sido capaz de sonsacarnos. Quizás por ello me apene, casi en demasía, ver cómo el estudio ha encontrado vicisitudes a la hora de salir a flote durante los últimos años, pues poco éxito ha sido capaz de cosechar con sus dos últimas y muy notables propuestas (Pit People y Battleblock Theater), aún con el brillante antecedente – digno de la categoría de fenómeno social y mediático – que fue Castle Crashers; título al que, por desgracia, se acude con demasiada frecuencia.

Como vosotros, desconozco el cómo, el cuándo y el porqué. Si la revisión que hoy tenemos entre manos ha sido fruto de una petición popular o de una económicamente fútil ilusión del equipo creador; si ha sido por la imperiosa necesidad de recolectar fondos de cara a expandir el presupuesto de su próxima e inquietante obra, o si no es más que un desesperado intento por salir adelante en la ferocidad del mercado actual. Sea como fuere, en el día de hoy toca comprar unas cervezas, reunir a un buen par de amigos y rebuscar en el cajón de los recuerdos para recuperar uno de los mejores beat’em ups cooperativos de scroll lateral que nos ha dejado el mercado independiente – si no es un podio extrapolable al resto de nichos de mercado -, y que, de hecho, logró sentar cátedra en la industria once años atrás, coronándose como pionero a la hora de estandarizar ese tan querido y necesario conglomerado de indies que ahora rebosan nuestras tiendas digitales con ideas frescas, arriesgadas y originales, que nos sorprende progresivamente con el paso de los meses y que ha logrado, sin lugar a dudas, hacerse un reseñable hueco no solo en nuestro calendario de lanzamientos, sino también en memoria y corazón.

En este sentido, resulta más que elogiable el hecho de comprobar de primera mano cómo la fórmula ideada hace más de una década por Dan Paladin ha sido capaz de resistir al tiempo de forma completamente impasible, y casi feroz, funcionando prácticamente igual de bien que entonces y siendo especialmente recomendable, por supuesto, para ser catada en la mejor compañía.

Nuestros cuatro héroes, tan mudos como tenaces, son un tanto… especiales. Pero bueno, ya aprenderéis a quererlos por igual.

'Cuidao Ahí...'
No exenta de los bugs originales, la versión de Nintendo Switch que hemos jugado tiene un error fatal a la hora de tratar los datos de los perfiles de invitado, borrando todo su progreso sin previo aviso. Para evitarlo, es necesario que, en el menú de selección de personaje, aún jugando offline, todos los jugadores se inicien sesión con su propia cuenta – a través de una pantalla de elección de usuario cuyo acceso, a través del botón ‘Y’, no se indica en ningún momento -. Tenedlo en cuenta antes de dedicarle más de cinco horas de juego seguidas si no queréis acabar como nosotros.

No deja de ser, sin embargo, un esquema tremendamente mascado, donde el impacto inicial del jugador avezado, cargado de cierta morriña, acaba por dar lugar a un desfile de animaciones, chascarrillos y mecánicas que se antojan, quizás, demasiado familiares. Al fin y al cabo, a lo largo de las siete u ocho horas que puede llegar a durar nuestra travesía por la campaña principal, justificada por el secuestro y rescate de unas princesas con complejo de MacGuffin, poco más haremos al margen de repartir golpes de remo a tomo y lomo, lanzar magias de varios tipos y utilizar objetos de combate como pociones, monturas especiales o arcos de batalla, pudiendo llevar a cabo dichas acciones con más de 30 personajes desbloqueables – que, cabe destacar, muy poco distan entre sí, más allá de la obviedad visual -. La inexperiencia del novato, no obstante, le permitirá sorprenderse de manera constante dado el claro empeño audiovisual en hacer del citado peregrinaje poco más que un divertido paseo; algo que, en el caso de los repetidores, no será tan sencillo.

Y es que, más allá de las bondades que le proporciona el subtítulo de esta nueva versión (como las nuevas texturas, que presentan una resolución cinco veces mayor a la original, o la tasa de frames desbloqueada, que usualmente corre a más de 60fps), muy pocos son los motivos que Castle Crashers Remastered da para volver a él. Encontramos pequeñas mejoras en el gameplay, que parece responder mejor a los mandos y que se antoja algo más satisfactorio de lo que recordábamos. No faltan todos los contenidos descargables originales de la propuesta, y también hay lugar, incluso, para un nuevo y muy bárbaro minijuego, que queda correctamente aderezado con la compatibilidad con la vibración HD de Nintendo Switch y con los reajustes en la iluminación que se han llevado a cabo en exclusiva – no me preguntéis el porqué – en la edición para PS4. Sin embargo, una vez se llega a la pantalla de créditos, acaba siendo difícil no pararse a echar la vista atrás para encontrar una carencia de mimo, que, en líneas generales, hacen de la adaptación un port meramente recomendable para aquellos que no disfrutasen de todas las virtudes – y fallos, que siguen presentes – de la versión original.

“¿Dices tú de mili?”

Pongamos las cartas sobre la mesa. Con su desternillante variedad de situaciones y su simpático apartado audiovisual, Castle Crashers sigue siendo, aún a día de hoy, una de las mejores opciones que a uno se le vienen a la cabeza cuando toca tirarse en el sofá con los amiguetes y desconectar, al menos por unos instantes, frente al televisor. Es directo, es escatológico y es explícito. Pero también es clásico; una vieja gloria. Porque no fuimos pocos los que, con menos canas sobre la sien, disfrutamos en la primera década del siglo de la obra de The Behemoth. Y nos reímos, como con aquellos geniales monólogos de Miguel Gila con los que, aún a día de hoy, seguimos disfrutando, pero que, comprensiblemente, ya no nos hacen desternillarnos como el primer día, destapando, de hecho, un pozo de nostalgia ante el que resulta tentador asomarse, y que esconde una densa amalgama de olores a tiempos mejores. Puede que los fueran, o puede que no. Pero lo seguro es que, al final del día, en el humor, y al igual que ocurre con la magia, si te conoces el chiste se pierde la gracia.


Este análisis ha sido realizado con una copia digital para Switch cedida por The Behemoth.