Rip & Tears

Si te hablo de oleadas demoníacas interminables, pasillos laberínticos llenos de secretos y una banda sonora extática, probablemente sepas que te hablo de DOOM. La saga de id Software no solamente es responsable de lo que conocemos hoy en día como shooters en primera persona, sino que también es la personificación de la acción frenética, la violencia desmedida y el gore gratuito en los videojuegos… y no lo comento, precisamente, como algo negativo. Es por este motivo por el que a muchas personas les costará imaginar una relación con esta saga que no sea el equivalente a ir a un parque de atracciones: no buscas una experiencia profunda ni que te haga reflexionar semanas después, buscas emociones fuertes y diversión en vena.

Y realmente esto es algo que entiendo. La jugabilidad de DOOM es lo que pasa cuando una fuerza imparable y un objeto inamovible resultan ser la misma persona, y eres tú quien la controla. No obstante, aunque obviamente es una saga que me transmite esa sobreexcitación que tanto la caracteriza, en mi caso también es un recordatorio de las distintas fases de mi vida en estos últimos años. El reboot de 2016, DOOM Eternal o los clásicos representan tres momentos de mi vida muy diferentes, como unos marcapáginas cronológicos, haciendo que jugarlos me transporte mentalmente a cada uno de ellos.

Hay muchos juegos que me recuerdan al momento específico en el que los jugué por primera vez, pero el DOOM de 2016 es el que más me hace pensar en mi época de adolescente. Es curioso porque, en realidad, cuando lo jugué estaba ya empezando bachillerato, por lo que estábamos ya en los últimos años de dicha época, pero justamente por eso siento esa conexión tan fuerte entre el juego y ese momento de mi vida. El ocaso de mi adolescencia trajo consigo muchos cambios, como el detrimento y, eventualmente, final de la relación con mi padre o las últimas pijamadas en mi casa con el grupo de amigos de la infancia y del instituto.

Justamente en una de estas pijamadas empecé el DOOM de 2016 por primera vez, lo cual también fue mi punto de entrada a la saga entera. No lo acabé esa noche, ni cerca que estuve, pero sí que me pasé la siguiente semana jugándolo entero…con mi padre. Es de los últimos juegos que recuerdo pasarme con él y, ahora, mientras recorro la fría base marciana o atravieso el páramo infernal, me es imposible no pensar en las risas de mis colegas, de cuando no teníamos más que hacer, o los comentarios de mi padre, de cuando aún éramos uña y carne.

DOOM Eternal – Official Gameplay Reveal

Pasaron unos años, y yo ya me subía por las paredes esperando a que llegase DOOM Eternal, juego que tenía incluso reservado para jugarlo el mismísimo día de su lanzamiento. Su lanzamiento. En marzo. De 2020. En fin, ya sabéis a qué momento de mi vida está conectado este juego. No solamente fue DOOM Eternal, también jugué muchísimo a Assassin’s Creed Odyssey (que lo tenía pendiente y no vi mejor momento que la cuarentena para lanzarme), pero el caso de Eternal fue especial.

Resulta que en esos meses de cuarentena aproveché también para abrirme un canal de Twitch, tanto para llevar mejor la situación que estábamos viviendo a nivel mundial como para ponerme en marcha con el sueño que tengo de compartir mis experiencias en el mundo de los videojuegos con todo el mundo. Y justamente fue este DOOM el primer juego que me pasé en directo. No solamente me recuerda a la pandemia y a mis inicios en Twitch, sino que, al haberme dejado de lado los directos para hacer en su lugar vídeos y artículos desde hace ya tres años, es otro recordatorio de una etapa de mi vida que se cerró hace tiempo.

Doom

Y, por fin, tras jugar estas dos entregas actuales y que automáticamente se convirtieran en mis shooters favoritos de la historia, jugué los DOOM originales. Fue en verano de 2022, unos meses que ya de por sí recuerdo con mayor intensidad por ser el momento en el que había dejado de hacer directos en Twitch, y no sabía cómo enfocar estas ganas que tenía de que jugar y hablar de videojuegos fuera mi trabajo. Y ya sería suficiente decir que DOOM, DOOM II y DOOM 64 me acompañaron en un momento en el que me sentía más perdido que nunca, pero no solamente fue eso.

Aslan, mi gato de 12 años, mi primera mascota, que era como un hijo para mí, falleció ese verano. La semana anterior había vuelto de un pequeño viaje (de un fin de semana) a visitar a unos amigos en Logroño y, por desgracia, me había puesto malo y necesité quedarme en reposo dentro de casa durante poco más de una semana. Fue en este periodo de tiempo cuando jugué DOOM 64, el último que me quedaba de los clásicos, en los ratos que me sentía suficientemente bien como para sentarme a jugar. 

Doom II

Captura de Vandal.

También fue en estos días cuando noté que Aslan estaba raro, que algo le pasaba, pero en ese momento no tenía fuerzas para llevarlo al veterinario, así que esperé a la semana siguiente. Una semana después ya me había acabado el juego, y para cuando lo llevé al veterinario, lo ingresaron y, al día siguiente, falleció, no fue DOOM 64, sino Death Stranding el que me acompañó en el duelo. Pero es por eso mismo por lo que siento esa conexión entre los juegos clásicos de la saga y la muerte de mi mascota: representan los últimos días que pude pasar con él, en casa, tanto antes como después de ese pequeño viaje a Logroño.

Cada vez que toco cualquiera de estos tres juegos clásicos desde entonces siento el mismo nudo en el estómago que cuando me estaba recuperando y veía que a mi gato le pasaba algo, esa urgencia de estar bien para poder llevarlo al veterinario, traducida hoy en día en ganas de acabar el juego antes de que me haga llorar, antes de que reabra la herida que apenas he podido sanar tras tanto tiempo. Hace poco tuve un sueño en el que estaba Aslan. No suelo ser alguien que sueñe, y ha sido la primera vez que le he visto (en movimiento, no en fotos) desde hace casi tres años. Ya sabéis cómo son los sueños, podía sentirle ahí conmigo. Y justo me ha pasado rejugando los DOOM clásicos para este artículo. Qué coincidencia.

Ahora llega un nuevo DOOM, otro que, al igual que con Eternal, voy a meterme entre pecho y espalda nada más salga —aunque esta vez, y espero no gafarlo, no parece que esté pasando nada malo en mi vida—. Tampoco quiere decir eso que no sea una época memorable: al fin y al cabo, estoy subiendo vídeos a YouTube con muchísimas ganas y estoy cumpliendo un sueño al poder escribir artículos como este para un proyecto editorial con todas las de la ley. Me pregunto si recordaré con cariño a DOOM: The Dark Ages de aquí a unos años, de la misma manera que recuerdo al de 2016. Ojalá sea así.

Con todo esto simplemente quería poner un ejemplo, de los muchísimos que habrá, de cómo el arte no solamente nos puede acompañar en momentos difíciles de nuestra vida, sino que también puede marcarnos lo suficiente como para funcionar de nexo entre nuestro presente y nuestro pasado, anclándonos a ese momento exacto en el que descubrimos cierta obra por primera vez. Por supuesto, esto es algo que ocurre con cualquier disciplina, no solamente con los videojuegos, pero es por lo interactivos que son y por lo estigmatizados que están como medio artístico por lo que escribo estos párrafos.

Doom Eternal screenshots - Image #27413 | New Game Network

Captura de New Game Network.

Cada vez que he vuelto a DOOM los juegos de la saga no han cambiado. Todo sigue ahí, desde sus bandas sonoras espectaculares y sus enemigos memorables hasta su jugabilidad, que transmite adrenalina y la sensación de velocidad como pocos juegos pueden. Pero yo sí he cambiado. Tengo muchos juegos que representan mi infancia o los primeros años de la adolescencia; esos son los que siempre recordamos con mayor nostalgia. Sin embargo, no tengo muchos ejemplos para los últimos años de adolescencia y primeros de adultez que recuerde de esa forma; se sienten demasiado recientes todavía. DOOM, sin embargo, ha conseguido colarse en dicha lista y no con una única entrega, sino con una saga entera.

Una IP que para la mayoría no tendrá ese significado tan sentimental —el juego tiene un ritmo y tono que no está para hacerte reflexionar, precisamente—, pero que yo he tenido la suerte de descubrir en una etapa que no considero nostálgica, y que aún así ha sabido darme todo lo que esperaba de ella. Es por ello que un nuevo DOOM, o rejugar alguno de los anteriores, para mí es como parar en una gasolinera: un momento de tranquilidad en el que puedo pensar en el camino recorrido, en cómo y dónde estaba las últimas veces que paré a repostar, antes de volver al coche y seguir adelante.