El vacío tras completar un videojuego

Tras descubrir un juego que nos apasiona, llegamos hasta el suceso final y aparecen los créditos. Nos quedamos ensimismados mientras los créditos suben esperando un atisbo más de ese juego con el que tanto hemos disfrutado. Pero no… aparece la pantalla de inicio. Hemos completado el juego. Con un poco de suerte descubriremos que nos falta algún porcentaje para llegar al 100%, algún final alternativo o algún logro. Nos aferramos a ellos por querer desentrañar todos los misterios de ese juego pero el final llega y siempre acompañado de un sentimiento extraño y desolador.

La huella que nos dejan

¿Será un juego que atesoraremos en un rincón de nuestra estantería en la habitación o en nuestra biblioteca digital? ¿O simplemente un juego que recordaremos durante un tiempo hasta olvidarnos de él? Completar el juego nunca parece una meta tan satisfactoria como superar cada uno de los desafíos que nos propone el juego, pasar de una fase a otra o descubrir una nueva región que debemos explorar. Completar el juego se asemeja más a una despedida en cierto modo, en preparar cómo nos despediremos de él y cómo soltaremos los mandos del control que nos proporcionaba ese videojuego.

A diferencia de una buena película donde podemos deleitarnos comentándola después de verla, al menos soy de esos y desde aquí aprovecho la ocasión para disculparme a quiénes he dado la brasa; en series, libros o videojuegos cuando son buenos siempre nos quedamos con ganas de más. Con los videojuegos, en especial, aquellos que son de géneros o temáticas poco frecuentes, con una historia atrapante o con una inmersión profunda. De algún modo, supone la suma de dos lados: la adicción innata que genera la interacción y el regocijo de demostrar lo ya aprendido o de tener el control. Un videojuego soporífero rara vez es jugado, somos poco tolerantes y por esa lógica, cuando un videojuego es completado probablemente es porque ya nos gustaba desde el principio. La saturación (o McDonalización, si nos ponemos técnicos) del videojuego tiene eso: empiezas 20 minutos y si no te gusta el juego, puedes pasar a otro como si de pañuelos de papel se tratasen. Como jugadores, la mayoría somos reacios a pasar por juegos que no nos satisfacen desde los primeros compases, mientras que en otros medios de entretenimiento siempre parece exigir menos. A veces yo mismo me sorprendo cuando me descubro viendo embobado un debate de televisión que no lleva a ninguna parte porque la televisión no me exige nada. Bajo mi punto de vista, la excepción a otros medios tal vez sean los libros que demandan una concentración e imaginación que, por desgracia, se está perdiendo cada vez más. Eso sí, una vez descubrimos esa pequeña joya en nuestras manos, viciamos… y mucho; el tiempo se nos pasa volando y el juego se acaba.

La maldita fórmula del tiempo

Tal vez por eso tendemos a medir los videojuegos en el tiempo: si es corto y lo disfrutaste es peor, porque el videojuego te permite contemplar sus posibilidades y las que no fueron son dolorosas tras completarlo. Quizás no querer afrontar esa sensación demasiado pronto o esa pérdida de control tras completarlo nos lleve en ocasiones a tomar el tiempo como esa vara de medición sobre el valor monetario del videojuego: Por ejemplo, a 2€/h un juego de 20 horas podría aceptarse por 40€ sin tener en cuenta que otros entretenimientos como el cine suponen el doble o el triple. Una funesta fórmula que no aprecia el videojuego en su conjunto, ni resulta adecuada para cualquier género o temática. Con respecto a esa sensación final, no necesariamente un videojuego más duradero nos acongoja, ni nos conmueve más tras finalizarlo. Juegos más cortos logran ser más redondos con mayor finalidad, recordando a Journey, uno puede revivir la experiencia (aunque el juego no fuese muy rejugable) solo porque su duración permite recordarlo mejor. En juegos de mundo abierto como Far Cry, se podrá recordar ciertas escenas o momentos, pero es complicado distinguir periodos de tiempo tan memorables que definan al propio videojuego. Incluso el final, dependiendo del juego, puede ser un alivio por completar un mundo que no tenía demasiado que ofrecer.

Estaba recordando algunos falsos finales (muy graciosos) de There is No Game: Wrong Dimension y la paz que me transmitió al llegar al verdadero final entendiendo el mensaje que quería transmitir su creador. Antes mencionaba que el final en los videojuegos siempre suena a despedida pero subyace cierta complicidad entre el desarrollador y el jugador comprendiendo que todo tiene un fin. De igual manera, comprendemos que muchas etapas de la vida tienen un principio y un final, en los videojuegos cualquier separación (forzada o no) implica una reconciliación en el final. Un entendimiento mutuo de que todo ese mundo se desvanece, de que toca recoger la mesa porque la partida de rol se ha acabado, de cerrar el cuento para volver a la rutina, de terminar la excursión y recogerse, de despertar al amigo tras una noche de copas, de lanzar una última mirada tras una cita, de posar para la última foto tras superar el escape room, de montar el equipaje en el coche porque el viaje se acaba… el ‘chip’ de nuestra mente cambia… Cuán poderoso es el videojuego que es capaz de encendernos esa última chispa en la mente. “El control y la toma de decisiones que me ha llevado hasta el final me deja en este camino; doy las gracias a su desarrollador y dejo este lugar”. Algo así me viene a la mente cuando dejo el mando, tomo un respiro y miro a mi alrededor. Sí, el juego se ha acabado.

Game over

No sé a vosotros, pero con la salvedad de hacer streaming, rara vez termino un videojuego para, acto seguido, empezar otro. Cuando el juego se acaba, termina el juego por hoy. Os animo en los comentarios a decir qué hacéis vosotros. En ocasiones, puedo quedarme reflexivo, valorando el juego o echando un vistazo a cualquier otro juego para ponerlo en mi punto de mira. Quizás con la idea de ilusionarme y quitarme pronto esa sensación de vacío que me ha dejado el videojuego. Nunca me había parado a pensar porqué esa sensación de vacío me resulta tan incómoda y desagradable; recordé entonces la última película de Pixar, Soul, y me imaginé que debía elevarme demasiado — inspirado, según llaman en la película — mientras jugaba al videojuego.

El juego acaba, te sacudes y acabas despertando en ese desierto púrpura y desolado sin una razón real detrás. ¿Tanto me apasionan los videojuegos? Tengo que reconocer que sí, y tal vez, de igual forma que salía del cine comentando las películas; su contrapartida en los videojuegos me ha llevado a hacer exactamente lo que estoy haciendo ahora mismo: escribir sobre videojuegos. Porque es más fácil compartir los grandes momentos de un videojuego pero también porque es más difícil reconocer la necesidad de compartirlos cuando el juego ha acabado, o cuando ya no sea la moda. Encontrar ese pequeño bar de blues acompañado de un confidente como en The Red Strings Club y comentar ese juego que te ha dejado así. Será tu análisis presente ya pasado o el tributo de uno del pasado en el presente, será la huella única que el videojuego ha dejado en ti mientras el tiempo ha jugueteado con tu memoria y tus recuerdos. Entonces ese sentimiento de vacío tras completar un videojuego sí tendrá una buena razón para estar ahí.