La última generación que tuvo que ver al mundo morir

El videojuego lleva siendo una expresión artística en sí misma desde hace muchos años. El boom del indie, por su parte, llevó a una manifestación vehemente de la intimidad autoral, de los quehaceres diarios de muchos individuos que se dedicaron a hacer videojuegos casi por amor al arte — porque para poder comer la cosa siempre ha estado más complicada — y que en una búsqueda por transmitir, más allá de entretener, optaron por ser abiertamente subjetivos, particulares y activistas. 

El jugador, como es obvio, ha sido siempre una parte activa de la industria, no solo como una respuesta numérica (en ventas) a la inversión inicial de un proyecto, sino también como apoyo activo, feedback y, en definitiva, generador de comunidad. Curiosamente, una tendencia se ha ido abriendo paso con los años y, aunque ha estado presente siempre, a día de hoy casi todos los juegos de alto presupuesto la incluyen en el propio programa: la fotografía virtual.

Esta es la premisa de Umurangi Generation, fotografiar nuestros alrededores en una serie de niveles para los que tenemos asignados unos cuantos objetivos específicos que van desde el contener a varios pájaros en una instantánea con un tipo de lente concreta, hasta realizar una foto de ideas algo abstractas que tendremos que descubrir haciendo buen uso de nuestro ojo de fotógrafo. En base al contenido de las imágenes obtendremos una pequeña retribución, pero esto es algo de carácter más bien secundario, pues no se tiene en cuenta la expresividad artística y es una puntuación artificial que sirve, principalmente, para completar objetivos extra que se repiten para cada nivel. Es interesante cómo, aunque al inicio nos centramos en cumplir los objetivos, acabamos dedicando el tiempo a intentar contar algo a través de nuestra fotografía. Eso sí, acompañados de la banda sonora más adecuada posible: un mix de todo con vibes noventeros, urbanos y electrónicos con bases hiphoperas.

En los últimos años, la presencia del modo foto en los grandes (y no tan grandes) títulos se está convirtiendo en una norma que viene para quedarse. Al fin y al cabo, sería absurdo no continuar su uso, pues garantiza una promoción gratuita del producto mediante una herramienta al alcance de toda la comunidad. Aprovecho estos momentos para recalcar la figura de Petri Levälahti, que ha encontrado en la fotografía virtual un espacio de trabajo y cuyas imágenes aprovechan al máximo el potencial visual del medio. Esto, a su vez, facilita enormemente la producción de contenido asociado a una obra concreta, como es el caso de los periodistas culturales, los críticos de videojuegos o cualquier individuo que pueda aprovechar las herramientas proporcionadas para ahondar, recalcar o decorar.

La fotografía es expresividad y, por mi parte, numerosos han sido los debates sobre lo insulso que es, para el no nativo digital, concebir el arte desde puntos de vista más virtuales. “Pero no existe” ha sido la tónica de estas discusiones en las que, sin ningún tipo de reparo, debía recurrir a un “ya, así como no existen las películas de Hollywood, pero transmiten igual”. Y es que el asunto no va de realidades absolutas. No todo el mundo puede dedicar su tiempo a aspirar al próximo World Press Photo, irse a zonas de conflictos y extraer imágenes de la crudeza de lo real. A veces, en lo cotidiano y en la urbe es donde encontramos nuestro espacio y es ahí donde actuamos. Y, en esta línea, lo que buscamos es transmitir, hacer llegar algo a alguien. Puede ser entusiasmo, intimidad, impresión y todo el abanico de emociones que consigamos plasmar en imágenes. Y sí, a la hora de transmitir, lo virtual también sirve.

Pero el modo foto suele tener una pega, que no es tal, pero choca con algunas de las premisas de esa expresividad fotográfica de la que hablábamos en párrafos anteriores: la capacidad de modificar la escena. Podemos activarlo en cualquier momento, por lo que podemos desplazar a nuestro personaje, preparar la escena a nuestro gusto y, solo entonces, capturar la imagen. Es una herramienta fantástica, pero se pierde el componente de adaptabilidad al entorno que debe hacer el fotógrafo en la realidad.

Umurangi Generation conoce esto. Y es por ello que nos propone un reto: el de varios objetivos a cumplir en un escenario que no podemos modificar y, emulando a un fotógrafo amateur, debemos sacar las mejores instantáneas posibles, que evoquen los objetivos descritos, pero que pueden ir más allá, justo donde el propio autor lo necesite. Todo ello, con un profundo sentimiento que acompaña el recorrido: Umurangi”, la palabra maorí para “cielo rojo”, que resume, sin más, el sentir, pesar y percepción de toda una generación, aquella que vió al mundo morir.

Nací a mediados de los noventa. El cambio de siglo y milenio, la tecnología, el habitar un espacio cuyo futuro se antoja borroso e incierto son solo algunos de los ejemplos que mi generación (así como la que vino un poco antes y la de un poco después). Existe un profundo pesar, una escasa creencia en que el mundo se solucione de alguna forma. Estamos aquí de paso y, bueno… en algún momento todo se irá a la mierda. Consecutivas crisis económicas han configurado un panorama desolador para alcanzar la emancipación, la autosolvencia y, en general, la tranquilidad que tan bien se vende como aspiración. A ello sumamos esta pandemia, la guinda del pastel para la generación perdida que ya en el Japón de los 90 inspiraba a autores como Hideaki Anno. Fruto de esas sensaciones nace Neon Genesis Evangelion (evidente inspiración para Umurangi Generation), una de las obras más conocidas del anime y un pináculo en cuanto a representar la época de la que fue parte. Una época que a nadie más que a mí le gustaría decir que hemos superado.

La realidad es la contraria. La resignación sigue y la nostalgia por esas vibes sigue más presente que nunca. La desolación de los jóvenes ante un mundo que ya venía destrozado y en el que no tienen espacio para intentar arreglar. Un aire pesimista, donde existe protesta, pero no poder. A menudo, nuestra generación se ve criticada por su falta de poder y conciencia, pero también se condenan sus protestas, dejándola en posición de jaque, sin apenas opciones y sin el futuro en sus manos. La estética de Umurangi Generation deriva de estas premisas, al menos en cuanto a sensaciones producidas, y se inspira en obras como Jet Set Radio o ciertos toques de The World Ends With You — nunca pensé en lo acertado del nombre — encontrando trazas en su estilo urbano, joven, incómodo con los estándares y la institución dominante.

“You know it’s one of those things where like I think those fascist are out there and yeah, existing in this space as an indigenous person they’re going to attack me anyway so… I’ll just punch hard”

Haciendo uso exclusivo de la narrativa visual, Umurangi Generation es capaz de reflexionar sobre esto y mucho más. Tali Faulkner (Veselekov), creador del título, habla de sus ideas conforme a la situación global abiertamente y no teme plasmarlas en su obra. Los escenarios están preparados para que el jugador, cámara en mano, se convierta en observador de lo que está por suceder. Un momento en el que no podemos arreglar las cosas y donde solo quedará sentarse y mirar, donde la poca esperanza que nos caracteriza se tornará nula. ¿Lo peor? Que tal vez todo podría evitarse con grandes cambios y preocupaciones, por la nulificación del egoísmo y la traslación hacia el cuidado, la previsión y la sostenibilidad, garantista de futuro. Sin embargo, más y más catástrofes siguen sucediéndose con los años y cada vez parece que la humanidad está menos preparada. Recientemente hemos asistido a los estragos de una pandemia vírica, pero ¿qué sucederá en el futuro? Problemas relacionados con lo climático o lo bacteriológico, así como los derivados de un sistema que, con el tiempo aprieta y además ahoga, tanto al adulto como al joven, generando desigualdad, son solo algunas de las cuestiones que nos preocupan y para las que seguimos sin solución. Y el joven, por su parte, solo acaba de empezar.

Como mencionábamos antes, Umurangi Generation puntúa nuestras imágenes, pero por contenido, no estética. Principalmente nos pide evitar hacerle fotos a ciertos elementos, que no mencionaré para no destripar nada de la trama, escasa y contada plenamente a través de detalles visuales. Además de cumplir los objetivos y no introducir esos elementos en las fotografías, las imágenes pueden ajustarse estéticamente: tonalidad, enfoque, contraste y demás opciones prototípicas que nos dan material para jugar tranquilamente y encontrar nuestro estilo. Poco a poco las iremos desbloqueando, así como lo haremos con los objetivos para nuestra cámara. Esto potencia la rejugabilidad, pues sumamos recursos visuales que nos harán querer volver a niveles anteriores y experimentar con nuevas opciones sin penalización alguna, sin poner trabas a la expresividad.

Sobre su versión para Switch
Justo hoy, sábado 5 de junio, Umurangi Generation ve la luz en Nintendo Switch, y lo cierto es que las posibilidades añadidas de la portátil integran nuevas formas de juego, como el emplear el giroscopio del que está dotada la propia consola para encuadrar las imágenes, pudiendo incluso realizar fotografías en formato vertical. Más allá de este incremento de la inmersión, se trata de una versión que hemos podido catar distendidamente en pro de comprobar de primera mano cómo corre a las mil maravillas, ofreciendo un rendimiento extremadamente estable y dando cabida a una de las mejores formas de disfrutar de su estilo low poly (especialmente agradecido en modo portátil). Pese a haber mantenido su precio original y a no hacer gala de añadidos destacables, es fácil recomendar la edición para la híbrida: una forma estupenda de potenciar una experiencia que, de base, ya era excelente.

Choque emocional

No miento si afirmo que jugar a Umurangi Generation ha sido todo un choque emocional. Su aparente simplicidad se transforma en el mensaje que, si dejamos que cale, nos dejará algo tocados, más aún si nos sentimos medianamente identificados con esa generación de incierto futuro. La fotografía virtual se convierte poco a poco en un modelo de manifestación de intenciones, así como su análoga material lleva años proponiéndose. Llevar al videojuego por el camino de las narrativas sugeridas, en las que es el jugador el que, al final, acaba desenvolviéndose como pez en el agua, generando para sí mismo (y, en este caso, para los demás) un relato propio, es un camino interesante de recorrer. Y Umurangi está aquí para demostrar que esta idea puede ser incluso la base del propio videojuego.


Este análisis se ha realizado con una copia para PC adquirida por la propia redacción y otra para Switch cedida por Veselekov.