Un juego triste y veraniego para disfrutar con Bad Bunny de fondo


Como parte del proceso que intento llevar a cabo religiosamente con todos y cada uno de los artistas musicales activos que me son afines y/o que me parecen de interés cultural, llevo desde el pasado viernes 6 de mayo a las 6:00 AM peninsulares escuchando en bucle Un Verano Sin Ti, el último EP del cantante puertorriqueño Benito Antonio Martínez Ocasio, más conocido como Bad Bunny. Y qué queréis que os diga, pese a la marcada irregularidad existente en sus ritmos (y, en mi opinión, también en sus capacidades para innovar y sorprender), me ha encantado volver a verme las caras con un Tony Dize que, por problemas legales, llevaba años alejado del panorama musical, pero también descubrir a a un nuevo Jhay Cortez en esa Tarot más orientada al disfrute personal que al perreo discotequero, y bailar de nuevo al son de Bomba Estéreo con Ojitos Lindos. Pero, independientemente de mi opinión sobre este trabajo, lo cierto es que lo habría escuchado y oído y tarareado y quemado de igual forma. Porque me gusta perderme en nuevos ritmos, pero también porque agradezco muchísimo los esfuerzos que pone, desde su portada hasta su leitmotiv, en proporcionar una visión muy concreta de la tristeza: la nostalgia veraniega.

La rapidez con la que tienden a ser producidas, de media, las canciones que llegan a nuestros oídos, sumada a la gran ventaja temporal y experimental de la que hace gala frente a sus hermanos menores, ha permitido a la industria musical explorar con mayores holguras y en una amplia multitud de más ocasiones frente a la industria cinematográfica y especialmente videolúdica temáticas como la que aquí reivindico, y que de hecho, en un pasado traté de explorar personalmente. Sirva el presente escrito como post mortem de Sad Wigga Hours, una de las propuestas más interesantes que creo que han brotado recientemente de mi mente, y una que tuve que abandonar, para mi desgracia, hace ya más de dos años. Sirva el presente para que aquel que piense en él como una experiencia con potencial coja el testigo de su desarrollo.

Sad Wigga Hours trató de ser, sobre el papel, una experiencia contemplativa que daba protagonismo a la música urbana, y concretamente, a aquella que tú, como jugador, querías escuchar; aquella que fuese capaz de llegarte y emocionarte a nivel personal. Para ello, el título, que te metía en la piel de un copiloto de coche en un viaje principalmente rural de duración indefinida, permitía la interacción única y exclusiva con un dispositivo Walkman, el cual enlazaba al usuario a una lista personalizada de Spotify repleta de canciones emotivas (inicialmente, de carácter urbano; perreitos tristes) y lo que es mejor, de carácter colaborativo, en la que cualquier usuario de la plataforma podía agregar aquellos temas que le pusiesen sentimental, sin importar género, artista o duración. Por supuesto, en caso de, por ejemplo, no ser afín a la playlist creada, el juego podía disfrutarse con la música que uno desease, e incluso dejarse en silencio para, sin ir más lejos, ejecutarse en un monitor auxiliar como si fuese un fondo de pantalla dinámico.

La complejidad del desarrollo derivó de unas expectativas, quizás, demasiado desmedidas, pero también de un tiempo de cocción mínimo, fruto de una serie de prioridades y de responsabilidades de persona mayor que no me permitieron seguir con él hacia adelante. No obstante, para optimizar los tiempos sin renegar de un mal acabado técnico, investigué la posibilidad de utilizar mapas geográficos reales, de forma similar a Microsoft Flight Simulator, siendo una tecnología poco depurada (y prácticamente inaccesible para mí) en ese momento. Más recientemente, tras jugar a Cyberpunk 2077, pasó por mi cabeza la idea de reformularlo como mod, ya fuese para el título de CD Projekt RED, para Grand Theft Auto V o para cualquier otro que pudiese adaptarse al concepto. Otras ideas comprendieron un ciclo de día y noche configurable (que sí que se llego a implementar), un sistema de rutas para que el jugador pudiese simular un viaje real e incluso una minimalista IA para que peatones y otros conductores poblaran las ciudades existentes y ciertos pasos rurales. Nada de ello era necesario: a nivel personal, me hubiese bastado con acabar de edificar su base. Aún estoy a tiempo, supongo, y tampoco me importaría hacerlo algún día. Hasta entonces, tendré que conformarme con vivir en la nostalgia veraniega de Un Verano Sin Ti.