Cuando un archivo lo cambia todo por completo

Normalmente, en todo juego con una campaña lineal, la experiencia suele ser muy parecida entre partida y partida, más allá de las posibles decisiones que nos permita tomar la trama, o ciertas elecciones a la hora de afrontar los diferentes desafíos. Sin embargo, esta misma semana he podido darme cuenta de como el simple hecho de jugar una partida ajena puede cambiar por completo un título. Hay ciertos títulos o sagas que siempre juego una vez al año, aproximadamente. Portal y su secuela, Super Mario 64, Papers, Please! o la saga Bioshock. Sin embargo, en este último caso, siempre había jugado las versiones originales, ya que mi PC no podía mover con solvencia sus remasterizaciones, pero este año ya he podido disfrutarlas con un aspecto renovado. Sin embargo, no todo podía ir bien, como es habitual.

En este artículo no va a haber spoilers relevantes de la trama del primer título de la franquicia, pero sí detalles relevantes para ayudar a contextualizar la situación que he acabado viviendo en Rapture, por lo que si, por algún motivo, aún no habéis jugado la obra de Ken Levine y queréis manteneros a completamente ajenos a cualquier detalle, os recomiendo que vayáis directamente al juego y luego volváis a este artículo.

En la historia de Jack, Andrew Ryan y Fontaine, no vemos un especial desarrollo del personaje a nivel narrativo (más allá de descubrir su pasado y la historia de Rapture), pero a nivel jugable si que tiene un alto componente de elección, bien en los plásmidos o tónicos a utilizar, así como en que aspectos invertir el ADAM que podemos obtener de las Little Sisters y la opción de vagar por los escenarios buscando hasta el último objeto con el que hacernos más poderosos. Cualquiera que me conozca, sabe que mi paciencia tiende a escasear en general y que suelo avanzar lo más rápido posible en cualquier título. Sin ir más lejos, terminé The Legend of Zelda: Breath of the Wild en unas 20 horas, con apenas un par de misiones secundarias completadas y uno o dos recuerdos conseguidos. Explorar el enorme mapa de Hyrule se acabó volviendo algo tedioso para mí pasada la emoción inicial, y acabé optando por hacer uso del viaje rápido entre santuarios, postas y demás puntos de interés con más frecuencia de lo que me gustaría admitir. Sin embargo, cuando se trata de rejugar, al saber ya lo que me voy a encontrar como parte de la aventura principal, y opto más por explorar aquellos rincones que aún no he visitado. Y Rapture no iba a ser diferente, de la misma manera que no lo será Hyrule cuando regrese.

The Legend of Zelda Breath of the Wild verticalEn esta ocasión, decidí explorar cada rincón de la ciudad submarina, rebuscar en cada papelera y no abandonar una zona hasta haber rescatado a cada Little Sister disponible, además de piratear cada caja fuerte y encontrar cada máquina Power to the People, para mejorar aún más si cabe mis capacidades en combate. En pocas palabras, limpiar cada pasillo de Splicers era poco más que matar moscas, podía incluso permitirme utilizar únicamente la llave inglesa como arma, con una selección de tónicos adecuada. En este caso, la curva de dificultad era prácticamente descendente, ya que acumulaba más y más poder sin que los enemigos (a excepción de los Big Daddies, y tampoco en exceso) pudieran hacerme frente. Sin embargo, Fort Frolic sería el punto de inflexión.

Para no entrar en excesivos detalles, el personaje en torno al que gira el arco del lugar es Sander Cohen, un artista de lo más extravagante que nos manda acabar con algunos de sus discípulos y hacer fotos a sus restos para su última obra. Sin mucho problema, acabo con ellos y… el último de ellos muerte, pero su cadaver desaparece, sin posibilidad de fotografiarle ni de volver a hacerlo aparecer. Y para colmo, el guardado me hace una mala jugada y no puedo volver a un punto anterior sin comenzar de nuevo la partida, algo que sinceramente me quita las ganas, tras unas 5 horas invertidas en no alcanzar siquiera el ecuador de la historia.

Confiado en la comunidad, me pongo a buscar en Internet algún archivo de guardado en una zona cercana a mi partida, pero hay poco o nada disponible, al no ser compatibles los archivos de la antigua version con la nueva. Por suerte, encuentro uno, pero me quedo con la sorpresa de que no tiene apenas nada desbloqueado a nivel de personaje. Los plásmidos básicos, sin tónicos, armas en su estado básico (sin apenas munición, además) y ADAM a 0. No quiero culpar a quien subió a Internet desinteresadamente su partida, pero lo cierto es que aún jugando en dificultad media, el desafío me forzó a cambiar por completo el enfoque de la partida. En vez de ir repartiendo plomo a diestro y siniestro sin apenas preocupaciones, tuve que pasar a correr por los pasillos huyendo de los Splicers por no poder enfrentarme a ellos, y tener que dejar de lado a los Big Daddies por suponer un desafío imposible de afrontar, pasando a jugar más bien a un Mirror’s Edge más que a un shooter como tal.

Por suerte, ya conozco por completo toda la trama del título, pero lo cierto es que la perspectiva cambia enormemente, pero tampoco es la primera vez que me ocurre, ya me pasó con Pokémon Oro, con un cartucho prestado por un conocido que, sin haber avanzado por Johto más allá de Pueblo Azalea, contaba en el equipo con un Furret de nivel 85. A pesar de que no siempre obedecía mis órdenes, el juego resultaba sencillo y entretenido (como cualquier título de la saga), pero no lo sentía como propio. Sí, todos hemos intercambiado para obtener alguna especie de nivel superior con la que facilitarnos la aventura, pero al fin y al cabo, era nuestra decisión, nuestra partida, nuestro camino. Y aunque en el caso de Pokémon no llega a afectar tanto, en su día decidí borrar la partida y comenzar una nueva, ya que técnicamente se trata de un juego infinito, con siempre algo por hacer, pero la sensación de no ser parte ya no de la historia (defecto del que pecan muchos títulos con una narrativa mal llevada) sino de tu partida es una decisión que a la par que extraña resulta frustrante en ocasiones, y no recomiendo a nadie, más allá de querer hacer algún experimento ocasional.