Cómo ganarse el corazón del fan en menos de tres minutos

Aunque es probable que especialmente los menos afines a la cultura japonesa lo tengáis algo lejos de vuestro radar de lanzamientos (pudiendo llegar fácilmente a pasar su estreno por alto), en poco menos de un mes llegará a nuestras consolas y compatibles el que a buen seguro será uno de los mejores títulos basados en una licencia de manganime que el medio nos habrá dejado al menos en la última década. Dragon Ball Z: Kakarot parece ser el sueño húmedo de todo seguidor de la epopeya de Akira Toriyama, y es que, desarrollado por CyberConnect2 (padres de los reconocidísimos Naruto Shippuden: Ultimate Ninja Storm), está tomando la forma de un ambicioso sandbox RPG para el que Bandai Namco no está escatimando en recursos, llegando a hacer las delicias de todos los afortunados que, a través de citas concertadas y accesos preview, ya han podido echarle el guante. E independientemente del resultado final, lo cierto es que toda esta expectación, como fan, se acaba agradeciendo, traduciéndose en un apoyo que se ha labrado desde la base, y que reconoce el grandísimo trabajo – no solo de programación y de arte, sino también de adaptación y promoción – que están realizando los equipos de marketing y desarrollo.

Para nuestra sorpresa, la última manifestación de estos incansables esfuerzos por apelar al corazón del fan – e incluso, del no-tan-fan – tuvo lugar ayer 18 de diciembre, cuando las divisiones orientales y occidentales distribuyeron públicamente el opening movie tráiler de la entrega. Se trataba de una gigantesca declaración de intenciones; de un cuidadísimo homenaje a la introducción original – ‘Cha-La Head-Cha-La’ incluida – que, con una fidelidad envidiable, nos transportaba al pasado en poco menos de dos minutos, volviendo a poner sobre la mesa todos esos personajes, escenarios y situaciones que tanto nos emocionaron hace ya cerca de tres décadas.

Sin la necesidad de ser una recreación exacta pero aportando ciertas secuencias calcadas de la intro original, este amor al detalle, esta pasión por emocionar a la comunidad, me han dado pie a reflexionar sobre cómo en ingentes ocasiones descuidamos las primeras impresiones, algo básico en el buen diseño de videojuegos. Recientemente me aventuré a probar Bloodstained: Ritual of the Night, por ejemplo, y su inicio, pese a mi amor incondicional por los metroidvania y por berenjenales artísticos como los que la propuesta de Koji Igarashi se baña y recrea, me pareció tan simple y accidentado que no pude evitar alejarme de la propuesta, relegándola a un segundo plano en mi extensa colección de aventuras pendientes. Por el contrario, recuerdo que Sunset Overdrive, título que nunca acabó de ganarse mi corazón dada mi cuestionable afinidad con el acercamiento al sandbox que propone, me agarró por las solapas de la camisa desde el primer minuto, sumergiéndome en su mundo de demencia, explosiones y color, y obligándome, al menos, a darle una oportunidad. En una industria como la nuestra, donde la obsolescencia está a la orden del día y la variedad del producto resulta realmente abrumadora, la primera impresión ofrecida al usuario, como en la vida misma, es tremendamente importante. Porque unos escasos pero sobresalientes minutos de acción pueden enganchar al jugador a un hack ‘n’ slash menos pulido de lo que cabría esperar, y porque dejar lo mejor para el final, especialmente si eso conlleva restar impacto al inicio, no necesariamente suele ser la opción correcta.