Terapia de choque

El tiempo es un bien muy valioso. Siempre me he considerado un esclavo del mismo, y, pese a que aún ni siquiera me acerco al túnel emocional que debe de suponer la crisis de los 30 (que me pille confesao’), su paso siempre me ha angustiado más de lo que debería. En este artículo no voy a buscar deprimiros con el tema – aunque argumentos, desde luego, no me faltan -, pero creía necesario dejar clara mi perspectiva sobre algo tan vulgar como puede ser la fugacidad de la vida antes de llegar a la evidencia: el tiempo pasa, y su paso afecta a todos por igual, por más que, en ocasiones, tratemos de esconderlo. Y puede que lo mejor, al final del día, sea precisamente no tratar de ocultarlo, pues su incorrecto disimulo no hace más que dejar patente la susodicha afirmación, enfatizándola por momentos y obligándonos al volver al principio de esa desangelada reflexión.

Con un inicio fortuito e involuntario, en este último año he estado realizando un pequeño experimento con el que he buscado establecer una relación entre el ocurrir de los años y nuestra percepción a los mandos. Y es que, considero, hay determinados géneros que envejecen mejor que otros; historias atemporales que se hacen difíciles de disfrutar, y entregas a las que, por algún motivo, no podemos evitar volver.


No es ningún secreto. Con tal de magnificar el estreno de Kingdom Hearts III, así como de entender cada uno de los hilos argumentales para los que pretende suponer un punto y final, he estado durante estos últimos meses jugando a la franquicia, disfrutando tanto de sus capítulos principales y como de aquellas entregas de menor calado, pero de semejante relevancia narrativa. Puede que suene algo vinagre – e incluso contradictorio, pues, en repetidas ocasiones, he animado a disfrutar de la franquicia como una experiencia atemporal – pero he de admitir que, en gran parte, especialmente al primer capítulo de la saga se le notan los años. Es algo francamente normal (se lanzó en 2002, nada más y nada menos), y algo de lo que casi que deberíamos de arreglarnos, pues explicita la evolución, a todos los efectos, que ha experimentado la IP de Square Enix, pero no deja de ser un factor a tener en cuenta, que puede desilusionar a aquellos que, ahora, en pleno 2019, se aventuran a una franquicia que se muestra algo árida en primera instancia, y que, de hecho, tarda muchísimo en recompensar los esfuerzos del jugador.

Por la otra cara de la moneda, nos encontramos con la joya de la corona. Con el que probablemente sea, con permiso de Bioshock, The Walking Dead y The Witcher, mi juego favorito de todos los tiempos (reconozco, no tanto por su excepcional acabado, sino también por todo lo que significó para mí a nivel personal). Final Fantasy X gozó, hace ya seis añitos, de una remasterización ejemplar para PS3 y PSVita, que posteriormente acabó aterrizando en nuestras PS4 y que, de hecho, hará lo propio en Xbox One y Switch este mismo 16 de abril. Y la recuerdo con mucho cariño, porque nunca tuve tantísimo hype por un trabajo de remasterización – ni creo que vaya a tenerlo de nuevo -. Afortunadamente, dicho ansia no cayó en saco roto, viéndose subsanada por un producto de muchísima calidad que me hizo revivir de la mejor de las maneras aquella época mágica, a principios de siglo, en la que decidí dedicarme a este emergente arte.

Analizando introspectivamente esta odiosa comparativa, en la que el primer Kingdom Hearts (a pesar de ser, de igual forma, uno de los títulos que guardo en mi memoria con mayor cariño) se alza claramente como perdedor, he pasado por varias etapas. En la primera de ellas, teniendo en cuenta la cercanía de sus lanzamientos, apunté con el dedo, ineludiblemente, al sistema de combate de las propuestas, tan dispar como representativo, pareciéndome este el principal culpable del comentado handicap. Mientras que la obra de Disney y Square abusaba de un enfoque del JRPG tradicional muy cercano a la acción, que quedaba sutilmente aderezado por un especial énfasis por el combate aéreo, el décimo capítulo numerado de la saga estrella hizo gala de un sistema de combate por turnos tan clásico como efectivo, cuyo esquema de progresión brindaba capas extra de profundidad a un conjunto ya de por sí sólido. Dada la hermeticidad del género, estaba claro que el ganador, al menos en este campo, iba a ser este último clásico de PS2. Pero, para mi sorpresa, el mero hecho de optar por el género correcto estaba muy lejos de ser el secreto de la correcta conservación.

Narrativamente, Final Fantasy X es, de igual forma, una propuesta mucho más madura, atrevida y lineal, que toma mucho más tiempo en desarrollar a sus personajes principales y que no tiene la más mínima prisa en contarse como debe de contarse. El fragor del primer Kingdom Hearts, repleto de personajes Disney de fugaz apariencia, funcionó años atrás, manteniéndonos pegados a la pantalla durante sus más de 15 horas de duración, pero en todo este tiempo hemos crecido y, sucesivamente, hemos madurado. Como jugadores, ahora buscamos historias más cercanas, más personales y más complejas, y el trasfondo sociopolítico que se esconde bajo la mediática historia de amor de Tidus y Yuna consigue atraer dicha atención.

Call of Duty Infinite Warfare

No obstante, creo que es precisamente ahí, en nuestra evolución como usuarios, donde se encuentra la piedra filosofal de esta problemática. Y es que, conforme pasa el tiempo, la saturación del mercado nos ha hecho ser paulatinamente más exigentes con los productos que llegan a nuestras manos; una exigencia que se aplica al acabado propio del producto, pero también a todo lo que lo rodea. Somos más exigentes con sus materiales gráficos, con su lore global como parte de una IP, con sus campañas de marketing. Y, por supuesto, también con todo lo relativo a su innovación, siendo un foco de atención más por parte de aquellos jugadores que creen haberlo visto todo.

Recuerdo, con cierta ternura, cómo en la época de KH2 me abrumaban hasta las más nimias novedades. Cómo el hecho de disfrutar de un prólogo de casi tres horas me parecía fascinante, y cómo encontraba el abrir los cofres en mitad de la batalla algo fresco, diferenciador e interesante, cuando realmente no era más que una idea loca que se había materializado, en apenas unas horas, como un par de líneas de código. Quizás no era nada del otro mundo, pero yo que sé. Estaba guay. Quizás por ello me duela, de manera considerable y deliverada, el hecho de que se critique a sagas como Call of Duty en ocasiones tildándolas de continuístas, cuando la gran mayoría de sus capítulos únicamente comparten su más que pulido gunplay. Y que conste que argumentando mi tesis de esta manera no busco defender a Activision; siguen siendo para echarles de comer aparte.

En resumidas cuentas, creo que nadie se verá sorprendido si concluyo que nos gusta lo nuevo, lo raro, lo diferente. Con esto no quiero decir que Final Fantasy X fuese más revolucionario que Kingdom Hearts; nada más lejos de la realidad. Pero sí que creo que se antoja, a día de hoy, menos cercano al mainstream, y, de hecho, me atrevería a decir que eso lo hace, en gran parte, exótico. Quizás no se puedan abrir cofres en mitad de sus combates, pero su argumento sigue lidiando con tópicos poco explotados aún a día de hoy, y su ambientación, maravillosa a todos los niveles, sigue siendo ahora tan fantástica como recordábamos. Y esos son dos de los muchos aciertos que hacen a Final Fantasy X uno de los mejores capítulos de la franquicia – si no el mejor -. Aprovechad ahora, antes de que vayamos un pasito más allá en esa gráfica que relaciona evolución y exigencia, pues su épica todavía sigue vigente. Al menos, de momento.