Hacemos lo que podemos

Tomar decisiones y pretender que sean acertadas es una de las cosas más complicadas a las que nos enfrentamos. Suele decirse, precisamente por esto mismo, que no existen malas decisiones y que, en general, deberíamos intentar por todos los medios arrepentirnos lo menos posible. Porque sí, todos cometemos errores constantemente y, sin embargo, hacemos lo que podemos. Porque es lo que nos queda y si queremos mantener unos mínimos de salud mental, hay que tirar p’alante y hablar todo lo posible.

How We Know We’re Alive es uno de esos juegos que descubres por casualidad investigando por Itch.io en busca de pequeñas joyitas. Y, precisamente, es todo lo que uno esperaría de esa clase de títulos: algo corto, efectivo, interesante, bonito y directo al corazón. Ahí, cual espina, para que le des vueltas un par de días. Si seguís mis textos en esta casa sabréis que estos “microjuegos” me llaman mucho la atención. The Supper es buen ejemplo de ello, pero si pienso en píldoras jugables es imposible no poner el foco en Essays on Empathy, de Deconstructeam. Además, este proyecto centra sus esfuerzos narrativos en la psique ajena, en la empatía como último recurso frente a los constantes obstáculos sistémicos que nos fuerzan a sobrevivir, algo que How We Know We’re Alive conoce y pretende plasmar.

Hablamos de una pequeña experiencia gratuita que puede adquirirse en Steam e Itch.io y que rápidamente entra por los ojos a nada que prestemos atención a su píxel art. Pese a durar menos de una hora, a Motvind Studios, un pequeño duo de artistas, no le es difícil calar hondo y encontrar imágenes interesantes de nuestro propio pasado. Porque, aunque acompañamos a la joven Sara en su regreso a Härunga, su pueblito natal en Suecia, la experiencia no se siente tan distante como uno podría imaginar. How We Know We’re Alive es un point and click en 2D donde tenemos que, simplemente, andar y reconocer el escenario seleccionando objetos y líneas de diálogo. En general, ni siquiera tendremos que hacer mucho. No está pensado para rejugarse varias veces seleccionando otras opciones, ni pretende que nos perdamos por ahí más de lo necesario. No hay más y no necesita más. Simplemente consiste en una microhistoria que funciona muy bien para extrapolarse, para imaginar cuánto podría haber detrás sin necesidad de entrar en detalles. Aprendemos mucho de los personajes con poco y, aunque nos gustaría conocerlos más, sus breves apariciones bastan para darle forma a una narración sorprendente.

Como podéis imaginar, es muy difícil hablar de este juego sin entrar en detalles de la trama que, teniendo en cuenta que es el principal atractivo y, además, dura poco, sería injusto destripar. Por ello, si con estos párrafos os ha llamado la atención, recomiendo disfrutarlo ya. Los siguientes contendrán ligeros spoilers sobre la trama, aunque solo como punto de apoyo y evitando mostrar más de la cuenta.

De aquí en adelante hay algunas ideas de la trama

Nuestra única misión como jugadores es aprender un poco de este pueblo sueco donde la vida es, en general, tranquila. Demasiado, al menos para Sara, que buscaba cumplir su sueño de ser escritora y se fue a Estocolmo para ello. Cierto suceso hace que, 10 años después, regrese a Härunga, por lo que sus habitantes la recuerdan en su época adolescente. En este pueblo, vivir implica aspirar a una rutina más simple: trabajo y familia desde una temprana edad, compartir vida con los vecinos de la zona y esperar nietos. La vida rural no es para Sara, como ya demostró en el pasado y como sigue demostrando. Quizás sea el chisme constante, quizás la reducida privacidad o simplemente las reducidas oportunidades laborales, pero para ella el pueblo siempre ha sido como una especie de prisión.

Su error partía de considerar a sus habitantes como los carceleros. Al final, lo que para ella supone una vida aburrida, podría ser la felicidad para otros. La reflexión sobre la vida en un entorno menos cosmopolita y las metrópolis en las que vivimos a día de hoy es ciertamente interesante y, como decía anteriormente, seguro que todos tenemos sensaciones (puede que incluso opiniones) al respecto. Todos tenemos amigos a los que les gusta moverse, viajar y vivir lejos durante años. Pero también tenemos amigos a los que les gusta estar en el mismo parque al que bajaban con 13 años con unas pipas. Es más, puede que nosotros mismos seamos alguno de ellos (o los dos a la vez, según la época de nuestra vida). Sin embargo, nuestro sistema de producción y la necesidad de supervivencia implica cierta destrucción para las relaciones interpersonales. Al final, todos tenemos amigos que quedaron atrás en el tiempo porque nuestra proyección laboral o nuestros estudios nos llevaron por otros derroteros.

La reflexión se abre de forma interesante en How We Know We’re Alive, aunque no termina de poner el foco en el origen de la problemática. Claro que un gran número de estilos de vida diferentes son legítimos, pero no todos suponen una elección plena. Quedarse en un pueblo puede haber implicado ciertas presiones a las que la personalidad del sujeto no ha logrado sobreponerse. O puede que no, y que sí que fuera una decisión pura sin influencias externas. Pero irse a la gran ciudad también se rige por las mismas reglas. Porque, al final, hay que ganar dinero para sobrevivir y los gustos y aspiraciones laborales pueden no estar aquí cerca, con lo que queda resignarse o volar. ¿Cuántos habéis tenido abuelos migrantes? Puede que padres, incluso. Y no creáis que todos estaban deseando irse muy lejos, pero era la única forma de conseguir estabilidad. Ahora pasa igual, aunque con menos estabilidad si cabe. Esas grandes ciudades nos proponen ritmos intensos y, a menudo, una despersonalización muy abrumadora que acaba en cierta sensación de soledad.

How We Know We’re Alive, precisamente, sí que sabe que estamos vivos. Y sabe que hemos vivido ciertas cosas, que nos hemos despedido más de una vez y que hemos tenido que lidiar con lo que había, sin poder hacer mucho para remediarlo. Es por eso que se siente cercano y acierta al tocar tanto la fibra sensible, encontrando justo el punto que nos “molesta”, en el buen sentido de la palabra. Ojalá durara un poco más para que la interacción con los personajes diera algo más de sí. Está muy bien como píldora, pero pierde un poco de impacto a la hora de hacernos sentir. Aunque, eso sí, como podéis comprobar funciona a la perfección para explorar un poco la idea y elaborar pensamiento a partir de ahí. Y, sobre todo, es un grito a la conversación y a la empatía por las elecciones de los demás en un sistema que castiga cada decisión. Así que, ¿cómo sabemos que estamos vivos? Porque tomamos decisiones, aunque todos estemos igual de perdidos. Y, sobre todo, porque tiramos p’alante.