Una fantasía basada en la realidad

Final Fantasy es magia, fantasía -valga la redundancia- en su máximo esplendor. Es una de esas sagas que sabemos nos va a hacer olvidar durante unas horas nuestra realidad para adentrarnos en un mundo donde todo es posible. Sin embargo, fuera de esa capa de grandes reinos, monstruos, fuerzas mágicas y dioses, hay siempre un mensaje, uno tan actual y real como la vida misma. El amor, la política, el poder, la amistad, el cambio climático,… Conceptos que nosotros mismos, como seres humanos, vivimos cada día en nuestra piel y que en cada entrega de la franquicia vemos claramente cómo hay un tema a tratar de nuestra actualidad, que nos concierne a todos en mayor o menor medida. Es una fantasía basada en la realidad, como rezaba aquella frase tan icónica de Final Fantasy XV. Crear una ambientación en un mundo de fantasía pero tratando temas reales. Una mezcla en la que se han basado muchos títulos del género JRPG más icónicos, siendo sobretodo palpable en el caso de la franquicia Persona y su crítica a la propia sociedad japonesa durante su quinta entrega. Porque al final del día, aunque un escritor o un desarrollador de videojuegos pretenda contar algo nunca antes contado, su obra siempre va a estar influenciada por sus vivencias y por la sociedad en la que vive.

Final Fantasy VII salió a la venta en aquel ya lejano 1997, justo un año después de yo haber nacido. Ahora tengo 24 años y, obviamente, me inicié en la franquicia bastante tarde. Por eso mismo, por no pillarme durante esa época dulce como a muchos, no es un videojuego que haya tenido en muy alta estima, al menos hasta ahora. Simplemente era uno de esos títulos que había que jugar sí o sí porque a todo el mundo le gustaba y no se paraba de hablar de él como uno de los grandes. Algo que tenías que tener sí o sí en tu biblioteca. Así que, como es lógico, lo jugué, y quizás fue porque me pilló en aquella época donde todos estábamos como locos por el desarrollo dentro de la tecnología y los gráficos, más pendientes de lo bien que se veía ese personaje moviéndose en pantalla y no de lo que nos estaba contando, que a mi personalmente Final Fantasy VII no me pareció esa gran obra revolucionaria. Claro que, años después y viéndolo con un poco de perspectiva, entiendo que en su momento con el salto al 3D dentro de la franquicia fuera algo nunca visto, pero para un adolescente obsesionado con su PlayStation 3 y los graficazos del nuevo Call of Duty, fue de todo menos eso.

Desde entonces mucho ha llovido, casi tanto como videojuegos he probado, pero siempre he tenido esa espinita clavada por no estar tan dentro del “hype” por su Remake, a pesar de gustarme bastante la franquicia Final Fantasy en general. Sin embargo, no es lo mismo estar todos en el mismo barco de una nueva entrega que esperar esa nueva versión de una obra que no te marcó como a muchos. Aún así, después de esa pequeña decepción que fue para mí Final Fantasy XV, entré a este Remake con la mente completamente abierta, deseando ser sorprendido como no lo fui hace unos años. Y lo cierto es que me alegra decir que así ha sido, aunque quizás no por la misma razón que a muchos.

Cuando jugué por primera vez al original no fui capaz de captarlo, quizás porque la tecnología del momento no lo permitía, pero toda la parte de Midgar en Final Fantasy VII Remake es como un prólogo extremadamente largo donde, a parte de presentarnos la historia y los personajes, se nos introduce de una forma magistral dentro de un mundo con unos problemas ahora actuales en pleno 2020. La ciudad no es el típico castillo lleno de luz y color donde todo es felicidad entre sus habitantes. Es un antro oscuro y sucio controlado por Shinra, esa versión del capitalismo exagerada que busca ante todo el máximo beneficio, aún a costa del planeta, vidas humanas y de explotar a sus trabajadores. Es una máquina que no para de exprimir todo lo que se encuentra a su paso sin dejar ni una sola gota. Algo que vemos en todos y cada uno de los rincones del juego, en el Sector 7 y su destrucción, en esas barriadas tercermundistas y llenas de basura, en la falta de plantas y animales y en las conversaciones de la gente que nos vamos encontrando por las calles. Hay tíos con espadas gigantes y monstruos por todos lados, pero al final del día eso no es lo más importante. Lo importante es cómo te introduce de la forma más natural posible dentro de una ciudad débil, donde los pobres viven en chabolas, los que tienen suerte de conseguir un empleo se tienen que contentar con vivir explotados a costa de una vida mejor, y los que dirigen la ciudad están arriba del edificio más alto viendo cómo se enriquecen a cada minuto que pasa, sin preocuparse por nada más.

Y lo consigue hacer de esa forma tan natural porque es algo muy familiar para nuestra sociedad actual, algo que nosotros mismos vivimos ahora mismo en mayor o menor medida. Cuando te adentras en el edificio Shinra, ves cómo sus oficinas están llenas de personas que no paran de trabajar, haciendo horas extra, de gente que incluso duerme en un rincón de la cafetería porque el cansancio se ha apoderado de ellos y no pueden irse a casa. También vemos cómo Avalancha lucha porque el planeta no se vea destinado a la destrucción por la contaminación y explotación que está haciendo la empresa con sus recursos naturales. Personas de poder como el Presidente Shinra que sólo piensan en su beneficio individual, sin importar todo lo que se lleven por delante a su paso ¿Os suena todo esto de algo? Obviamente todos esto son temas que se trataban en el Final Fantasy VII original, pero en este Remake, por su propia naturaleza de nueva versión, vemos a una mayor escala y con más claridad su filosofía, sus conflictos políticos, sus calles llenas de basura y en definitiva su propio mundo. Por lo tanto, todo pasa a un espectro de la realidad mucho más real que en 1997.

Es por eso mismo que ha sido ahora en 2020 cuando me he dado cuenta de todo lo que consiguió este juego hace más de dos décadas. De cómo plantea un mundo tan real como la vida misma y a la vez lleno de fantasía, de magia y de esperanza. Pero jugándolo ahora tras pasarme el Remake, he notado cómo Midgar necesitaba de verdad esa expansión en su historia para acabar de contar todo a la perfección. Y, quizás, lo que más me gusta de ello es que lo hace sin ningún tipo de filtros. Te presenta toda la información, sin importar su naturaleza, como es, sin pretensiones y sin necesidad de maquillar la realidad. Shinra es un producto de la ambición desmesurada, pero en Avalancha tampoco son héroes como ellos creen. No dejan de ser terroristas que infunden el miedo en la población a base de bombas y atentados para intentar demostrar que ellos tienen la verdad absoluta, aunque en parte tengan razón en sus principios. Además, Cloud, al menos durante un primer momento, no deja de ser un mercenario fracasado que mata a gente simplemente por dinero.

Nadie es un príncipe azul con brillante armadura, ni un villano que se esconde entre las sombras. Nada es negro ni blanco, todo está planteado en una escala de grises donde nadie en ningún bando es un héroe, sino personas que se guían por sus propios principios para avanzar en la vida y sobrevivir, como nosotros mismos hacemos en la realidad. Es por ello que Final Fantasy es la máxima expresión de una obra de fantasía, pero también un claro reflejo de nuestra sociedad actual si la llevamos un poco al extremo. Un capitalismo que no para de extenderse sin mirar atrás, con una lucha de clases donde los ricos son muy ricos y los pobres muy pobres, y de personas que intentan que las cosas sean mejor, incluso si sus actos se convierten en desesperados. La única diferencia es que nosotros no estamos esperando a que alguien con una espada gigante venga a salvar el día. Aunque lo cierto es que la vida siempre puede llegar a sorprendernos.