El egoísmo por naturaleza

Este texto incluye spoilers masivos de la trama de Judgment. Si no lo has jugado, te recomiendo que disfrutes de la experiencia y, una vez termines, vuelvas y disfrutes de este artículo. Muchas gracias

Dicen que la justicia es ciega. En Japón, país de origen del título que hoy nos atañe, se conoce a este juego como Judge Eyes. “Los ojos que juzgan” sería la traducción más literal, y este sobrenombre le viene que ni pintado al juego del Ryu Ga Gotoku Studio. Takayuki Yagami, protagonista de esta obra detectivesca, es un abogado que perdió la fe y decidió comenzar a usar otros métodos (mamporros mediante) para buscar la verdad. A diferencia de Kiryu, protagonista de las siete primeras entregas de la franquicia,  Yagami es un personaje lleno de grises y matices. El yakuza es puro por naturaleza, se encuentra tan por encima del bien y el mal que es incapaz de obrar con maldad de forma consciente. Yagami, en cambio, protagoniza un juego donde ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos. Y esto tenemos que tenerlo claro desde el primer momento.

Un medicamento para salvarlos a todos

La historia de Judgment es, si nos quedamos en la capa superficial, simple. Un abogado venido a menos adopta una nueva vida como detective privado y ello le lleva a descubrir que los ricos hacen cosas malas y que todo el sistema está podrido. A estas alturas, con tantas y tantas décadas llenas de historias similares, cuesta que una premisa así nos sorprenda. Pero Judgment lo logra. Su valor principal es ser un videojuego. Como producto de entretenimiento (reduciendo al máximo la categoría de estos títulos) es excelente. Recorrer Kamurocho es una delicia, pero para hablarlos de ello ya existe el increíble texto que le dedicó Hugo M. Gris al juego en Nivel Oculto. Cada calle o esquina está llena de vida, y vagar por ella se siente como ser parte de un engranaje que nunca dejará de girar. El combate, ya asentado como el único beat’em up de la franquicia, cuenta con ese factor callejero que lo distingue del cuidado estilo de la Yakuza. Aquí todo vale, jugar sucio está a la orden del día, y ni el propio Yagami se libra de ser un paria que añora tiempos mejores.

Como parte de su nuevo trabajo, se ve sumergido en una trama de corrupción tan grande que no tardará en comprender que debe hacer lo que esté en su mano, sea justo o no, para poner un parche sobre la herida. Porque sí, Judgment se reduce a llegar siempre tarde, a intentar tapar el sol con el dedo. Los “malos” de la historia siempre van un paso por delante, y cada intento que hace Yagami por adelantarse termina en una retrospectiva que le hará ser partícipe indirecto del daño causado. El protagonista lucha constantemente con sus demonios, encontró siendo muy joven una brecha en un sistema judicial tan corrupto como impoluto, y la losa de su fracaso le lleva persiguiendo más tiempo del que le gustaría admitir. Yagami es un personaje derrotado, es ese actor principal que sigue caminando y respirando porque la vida así lo quiere. Dejó de tomar decisiones hace mucho, pero esa pequeña luz que vemos al principio va convirtiendo, muy poco a poco, el cuarto oscuro en una habitación iluminada. Sí, todo vale y nada es “ilegal” a ojos de la justicia, pero Judgment se empeña en enseñarnos un viaje del héroe diferente, una epopeya clásica disfrazada de actual donde los príncipes de caballo blanco son detectives con vaqueros apretados y chupa de cuero.

Retomando el principio del párrafo anterior, el juego del Ryu Ga Gotoku Studio nos pone una difícil tesitura sobre la mesa: ¿es lícito sacrificar unas cuantas vidas a cambio del bien común? Está claro que a Thanos, el titán loco, le ha faltado tiempo para responder afirmativamente. Este debate viene de lejos, y el famoso dilema del tren se ha convertido hoy en día en una de las pruebas morales más habituales. Ya sabéis, esa prueba que os pone en situación y os lleva a elegir si merece la pena atropellar a una persona para salvar a cinco (o viceversa). En Judgment este “tren” es una cura para el Alzhéimer. Alejandro Morillas escribió hace casi 2 años en NaviGames un artículo llamado Judgment: un alegato sobre la peor cara del Alzhéimer. En este habla de como el juego trata la enfermedad, de como el equipo encargado de Yakuza utiliza esta capa policial para llevarnos a reflexionar qué haríamos nosotros en esa situación. Ejemplifica, muestra detalles concretos de la trama, y te hace ver lo jodida que es una enfermedad que afecta, de forma intrínseca, a la persona que la padece.

Ojalá todo valiera

Como nieto de la mujer más maravillosa del mundo, mi abuela Lolita, fue muy duro verla perder ese brillo en los ojos por culpa de esta enfermedad. Los recuerdos, aparentemente imperecederos, tienen fecha de caducidad para una de las dos partes. Y también los pasos, el habla o algo tan humano como la sonrisa. Y Judgment me llevó a creer que ojalá todo valiera. El ser humano es egoísta por naturaleza, es más fácil trabajar en el bien propio que desarrollar la empatía, por eso es tan duro jugar a un título como el que nos propuso Ryu Ga Gotoku Studio. Si has visto la enfermedad de cerca, entiendes a los “malos” de la historia. Quieres comprar sus argumentos, quieres creer que realmente hay una cura para una de las situaciones más difíciles de nuestra raza. Pero es ficción. El juego te lleva de la mano y te enseña los dos caminos, profundizando lo suficiente en ambos como para que llegues a dudar de qué está bien y qué está mal. El fin no justifica los actos, pero a veces cuesta ser imparcial cuando dejas de reconocer uno de los rostros más bonitos que recuerdas.

Pero el papel de Yagami es otro. El protagonista de este título es un justiciero, un adalid del bien que no duda en romper algunos parámetros si la situación lo merece. Se autodenomina justo, el propio título del juego te hace pensar que estás en el lado correcto de la historia, pero te golpea una y otra vez haciéndote ver que la realidad tiene diferentes versiones. En el título más maduro del estudio, los nipones nos hacen vagar por las calles de Kamurocho mientras desentramamos una de las corruptelas más grandes de la historia. Miles de millones de yenes están en juego, muchas personas han perdido la vida en el camino, y otras tantas dejarán de recordar todo lo que algún día vivieron. Es… duro. Bastante duro. Si hay un aspecto que me gusta recordar de Judgment es que consiguió revivirme algunos de mis recuerdos más preciados. Momentos tan simples como un paseo por la rambla de la mano de mi abuela o volver del colegio contándole cómo me había ido el día son parte de lo que hoy en día soy. Para mí, momentos imborrables. Para ella, un recuerdo inexistente. La historia de Yagami te invita a ser empático, pero te lleva hasta el punto más extremo de esta característica humana. ¿Quieres mejorar las vidas de las personas con esta enfermedad? Asume que morirá gente en el intento. Y no, ni siquiera en esta situación, con estas cartas sobre la mesa, todo vale.

Por eso el juego tiene un final grisáceo. Es triste, incluso desolador. Todo “ha salido bien”, has parado los pies de los corruptos y, de paso, te has reencontrado con tu yo del pasado. Saldas viejas cuentas pendientes. Pero, y hablo ya a nivel personal, la vida sigue. Judgment acaba, deja paso al siguiente juego, y tú sigues con tu día a día siendo consciente de las cosas duras que tenemos en frente. Y esta sensación, este vacío interior que en ocasiones te lleva a apagarte, se extrapola al juego. Sí, repito, es un final feliz si tenemos en cuenta que ha pasado lo que tenía que pasar, que las piezas han encajado en su lugar en el tablero. Pero ya te han removido todo. Ya has vuelto a recordar. Este juego, además de tratar el Alzhéimer, nos muestra otras situaciones crudas del día a día. Te identificas, te ves reflejado en su trama, en sus circunstancias. Por eso es, a la vez, tan bueno y tan duro. ¿Volvería a este Kamurocho? Sin dudarlo. ¿Me sumergiré de lleno en la secuela y ese dilema moral que nos plantea? Por supuesto. Judgment es sufrimiento, pero por encima de todo es empatía. Y este texto, aunque ya no seas capaz de leerlo, va para ti. Te echo de menos.