Paréntesis que marcan la diferencia

En Sevilla tenemos un parque de atracciones bastante famoso por aquí en Andalucía. Cuando estaba en Primaria, la mayoría de cumpleaños de mis amigos o gente de mi clase se celebraban allí. Era la moda del momento, porque, ¿quién no se lo pasa bien en un sitio así siendo un crío? En él, obviamente, vas a montarte tantas veces como puedas en las atracciones, te gusten más o menos o te parezcan peligrosas o no. El tema es que recuerdo en especial uno de esos cumpleaños en el que, por algún motivo, había menos gente de lo normal dentro del recinto, por lo que aprovechamos para repetir varias veces la montaña rusa y demás. En concreto había una atracción que consistía en subir excesivamente alto para luego bajar a toda velocidad. Ni recuerdo cuántas veces repetimos aquello ese día, pero a todo el mundo le llamaba la atención y le parecía “guay”, así que nada más acabar nuestro turno nos poníamos de nuevo en la cola. Al principio era muy divertido -aunque también daba algo de miedo por las alturas-, pero al final acabé cansado de tanta adrenalina y de subir y bajar constantemente. La sorpresa y la diversión pasaron a ser fatiga. 

Estos últimos días he estado jugando a DOOM Eternal. El primero me encantó, toda una sorpresa que consiguió redefinir el género Shooter a base de tiros y acción desenfrenada, por lo que las ganas de esta nueva entrega eran tan grandes como la escopeta del Slayer. Tras varios horas a los mandos -o al ratón y teclado mejor dicho- las sensaciones son igual de buenas que con el original de 2016, pero creo que no me está llegando tanto como podría esperar viniendo de éste. Quizás es porque no me ha pillado en un momento en el que me apetezca de verdad jugar a un título de estas características, en el que estás constantemente moviéndote, disparando y, en definitiva, en tensión. Cómo estás anímicamente define la mayor parte de la experiencia que tienes con un videojuego, más en uno de estas caracterísiticas, pero creo que la cosa va un poco más allá. Creo que con DOOM Eternal me está pasando lo mismo que en aquel parque de atracciones.

Como digo, DOOM Eternal, al igual que su predecesor, es acción con mayúsculas. Es ir de arena en arena matando a todo lo que se interpone en tu camino. Es estar pendiente de la munición de tus armas, de tu vida y armadura, del escenario y de las debilidades de todos y cada uno de los enemigos. Es un no parar. Diríamos que eso es lo que le hace especial y único, pero también es en ocasiones un arma de doble filo por la fatiga mental que provoca el estar constantemente en ese estado de tensión. Algo que se ve todavía más incrementado si jugamos en las mayores dificultades. Obviamente, todo aquel que viene a un DOOM espera encontrarse con este tipo de experiencia, al igual que si empezamos un RPG sabemos que tenemos decenas de hora de juego por delante. Sin embargo, me está pasando que a Eternal no soy capaz de jugar más de una una hora y media seguida. Acabo tremendamente cansado de la cantidad de información que el juego me pone por delante, y de tener que procesarla y actuar en cuestión de segundos.

No es algo negativo per se, obvio. ¿Quieres DOOM? Esto es DOOM. Adáptate o muere. Pero en esta nueva entrega estoy empezando a valorar más esos momentos de exploración, de puzles y de encontrar todos los secretos y coleccionables que hay por el mapa. No es algo que me pasara en el de 2016, simplemente quería avanzar para seguir matando demonios por aquella versión infernal de Marte. Aquí los veo como un pequeño paréntesis, como aquella hoguera que aparece de la nada en Dark Souls cuando estabas a punto de morir. La luz al final de un túnel lleno de acción desenfrenada. Y me alegra que DOOM Eternal tenga tanto en este aspecto. En cada misión hay una veintena de coleccionables y secretos que si queremos alcanzar deberemos hacer uso del plataformeo o encontrando puzles por el escenario. Todo bastante sencillito, tampoco nos vamos a engañar. Pero ayudan bastante a nivelar toda la tensión que acumulamos en las arenas.

Todo esto no deja de ser algo bastante personal. No llevo aún mucho jugado, pero me atrevería a decir que DOOM Eternal puede convertirse en uno de los mejores Shooters de esta generación de consolas. Es único regalándole al jugador unas de las experiencias más dinámicas y bestiales que nos podemos encontrar dentro de cualquier catálogo de videojuegos. Pero, al final, es como un parque de atracciones lleno de adrenalina, de diversión, de ir de un lado para otro probando todo lo que tienes a tu alcance, que puede llegar a fatigar si no hacemos pequeñas pausas por el camino. Subirse continuamente a la montaña rusa está muy bien, pero un perrito caliente con patatas sentado tranquilamente nos puede dar la vida de vez en cuando.