Boom Shakalaka!

Nunca me gustó el fútbol. No hablo del deporte, sino del ocio televisado. Esa misma máxima también me es aplicable al tenis, al béisbol, al rugby, e incluso al baloncesto, deporte que viví y practiqué durante siete cortos años de mi vida. Si bien todos ellos me parecen más que disfrutables en la práctica, su visualización desde un prisma externo, en directo o diferido, me resulta sinónimo del tedio más angustioso, siendo este un hecho que con el paso de los años ha acabado prendiendo en mí, casi de manera colateral, la mecha de un desapego que a día de hoy mantengo irremediablemente con todo lo relacionado con esta clase de retransmisiones – entre lo cual se incluyen, como no podía ser de otra manera, las variopintas propuestas de corte realista que buscan dejar en nuestras manos el destino de cada balón, cada pelota.

Tampoco creo que sea un sentimiento exclusivamente reservado al campo deportivo. Los simuladores de conducción, sin ir más lejos, también encuentran dificultades a la hora de inmiscuirme en sus mecánicas, por accesibles que estas sean. Es por ello que no creo que se trate de una cuestión de complejidad, sino más bien de enfoque; de una ambientación artística y jugable que, al menos en cuanto a estímulos audiovisuales, parece sacrificar diversión en pos de precisión, competición o realismo, y que aleja consecuentemente a aquel que únicamente busca desconectar tumbando botellas de óxido nitroso como percocet. Que supone un acercamiento verosímil a cada disciplina, pero que realiza una división contundente y mecánicamente tangible entre un género cuyos extremos poco o nada tienen que ver, acercándose en ocasiones a la acción de un sandbox en tercera persona o a la locura desmadrada de un proyecto comunitario de Dreams.

Esta última semana, Tamsoft y Bandai Namco Games unieron fuerzas para realizar, juntos, el anuncio de Captain Tsubasa: Rise of New Champions, una inesperadísima apuesta por la acción futbolística que muchos compañeros de profesión ya han podido probar, y que pese a su reciente anuncio a buen seguro podremos catar en profundidad durante los meses venideros (lo cual es especialmente obvio si tenemos en cuenta el patrocinio de la famosa serie de televisión de Yoichi Takahashi con la Selección Francesa de la Eurocopa de 2020, que será disputada de cara a este mismo verano). Independientemente de nuestros deseos de cara al estreno – crucemos los dedos para que tengamos un modo Campaña que abarque todos los arcos del anime – y del satírico impacto inicial que supone un lanzamiento tan repentino, creo que Captain Tsubasa: Rise of New Champions acaba siendo mucho más valioso de lo que a priori podría parecer, perpetuando una reivindicación de los arcades deportivos que comenzó NBA Jam muchos años atrás (allá por 1993, concretamente), y que posteriormente ha sido sucedida por obras como Rocket League (2015), el cual ha conseguido consagrarse como un punto de reunión competitivo que ha trascendido barreras, incluso, inexploradas por sus supuestos y gravitacionalmente grises hermanos mayores.



Necesitamos más títulos de índole arcade, más videojuguetes encargados de poseer nuestro modo subjuntivo y de simplemente abstraernos de la realidad que nos acontece dentro y fuera de la industria, de la misma manera que precisamos de obras narrativas, técnicamente apabullantes, experimentales en lo jugable o capaces de llevar nuestros instintos hasta nuevos e inimaginables extremos. Si bien no creo que el videojuego deba de ser divertido por definición, siendo este un acercamiento lúdico un tanto conformista, pienso que esta debe de ser considerada y valorada de la misma manera que tomamos en cuenta el resto de posibilidades, y utilizada de manera semejante a la hora de transmitir mensajes, crear vínculos y trascender como parte del imaginario colectivo. Porque dicen que no hay mejor manera de enseñar que jugando, pasando un buen rato con aquello que se está manipulando, y comprendiendo su funcionamiento como una fase más del proceso lúdico, y porque debemos de luchar porque el videojuego, como medio, siga libre hasta su último estertor. Sin barreras visibles, ni por un lado ni por otro.